Título: El jardín de la señora Murakami
Autor: Mario Bellatin
Editorial: Tusquets Editores México
Lugar de edición: México, D.F.
Año de edición: Agosto/2014
No. de páginas: 107 pp.
Llevar la cara desnuda es mala señal.
La señorita Izu
Los riesgos de la inteligencia ante la astucia
Narrada por Mario Bellatín con un distanciamiento calculado
que sobrecoge, con una prosa exacta, sobria, perfecta como los estilizados, parcos
y sublimes elementos que componen El jardín de la señora Murakami, ésta, mucho
más que una novela, es la fría y tajante advertencia de que la sola inteligencia,
inadvertida e ingenua, caerá siempre brutalmente vencida ante una astucia que
busca y logra avasallarla. Quizás aquí, la palabra castellana 'astucia', que
sugiere una habilidad teñida de malicia, pero habilidad que no deja de ser
humana a fin de cuentas, debería ser remplazada por el término inglés 'sly',
referido a la capacidad puramente animal de emboscar, sitiar, someter y
destruir a su presa con una sevicia absolutamente privada de escrúpulos. Que de
eso trata esta pequeña gran obra maestra de exactas cien páginas, más una
esclarecedora addenda de cinco: la cacería despiadada de la intelectualmente sobredotada
señorita Izu, estudiante universitaria de Teoría del Arte, finalmente reducida
a la condición de esposa-sierva del poderoso y maduro señor Murakami, porque se
atrevió, en un agudo y acertado ensayo, a criticar sin miramientos las
inconsistencias de la más prestigiada colección de arte de la ciudad,
humillando de paso, sin pretenderlo, a su rico propietario, el señor Murakami, que
con resentimiento y odio contenidos, inicia la trama de su venganza, que no
tiene otro objetivo que silenciarla y anularla.
Algunos elementos fundamentales de la trama
La señorita Izu, estudiante sobresaliente, está involucrada,
por afinidad de principios, con el grupo minoritario de docentes vanguardistas
que libran una guerra abierta por hacerse con el poder al que se aferra su contraparte,
el mayoritario cuerpo magisterial que defiende a ultranza el tradicionalismo japonés
en cuanto al concepto de arte que debe prevalecer en el archipiélago y que se
mantiene e irradia también desde las universidades.
Los dos maestros puntales del grupo vanguardista aprecian
los méritos de la señorita Izu, y la integran abiertamente a su parcialidad confiándole,
ni más ni menos, que un ensayo sobre la más prestigiada colección de arte
privado de la ciudad, propiedad del rico e influyente señor Murakami, ensayo
que los mentores pretenden publicar en la revista de arte que dirigen al
alimón.
Al mismo tiempo, el
mayor de los docentes parece pretender sentimentalmente a la señorita Izu, pero
de una manera tibia y titubeante que, hasta cierto punto, desconcierta a la
estudiante. El otro maestro vanguardista descuella también por su gran
apostura, motivo por el cual la mayoría de las alumnas desea tomar clases con
él.
La señorita Izu cumple con brillantés su cometido: visita al
señor Murakami en su casa, y éste le permite el acceso a su colección. La
señorita Izu ve, observa con agudeza, y le resulta imposible dejar de notar
burdas inconsistencias, inaceptables, intolerables de hecho, en una colección
tan prestigiada. Toma los apuntes que considera necesarios y regresa a su casa
para elaborar puntillosamente el ensayo encomendado. El resultado es encomiado
por los directivos de la revista. No obstante, el maestro que la pretende de
manera tan indecisa, le sugiere que lo 'matice', lo suavice, pues si bien
coincide con ella en sus observaciones, la manera de exponerla le parece un
tanto abrupta. Y no se trata, necesariamente, de herir susceptibilidades.
Entendiendo el punto, la señorita Izu vuelve a casa y, en términos
más moderados, rescribe el ensayo, tomándose el tiempo necesario para ello.
Cuando lo considera oportuno se presenta en las instalaciones de la revista.
Con la confianza que se ha ganado y le han otorgado, entra al recibidor, que
está desierto. Sin embargo, cuando intenta ingresar al privado de su mentor y
pretendiente, lo encuentra cerrado por dentro. Intuye que algo no anda bien,
pero no puede precisarlo. Cuando se dirige al escritorio del recibidor en busca
de un duplicado de la llave, se percata que en un sofá se encuentran el chaleco
y el maletín del apuesto docente y socio también de la revista. Es entonces que
ella entiende.
Vuelve a su casa y destruye el manuscrito corregido. Cegada
por un impulso, lo rescribe tal cual lo redactó la primera vez: con un tono ríspido,
indelicado. Así lo entrega a su mentor-editor-pretendiente. Sin dar ninguna
explicación, pero también sin hacer ningún reclamo ni reproche. Tal cual se
publica.
La señorita Izu no se limita a sólo eso. Denuncia ante el
grupo tradicionalista ciertas triquiñuelas a que recurrieron sus mentores para
ganar, a fortiori, las elecciones internas de la universidad y que a ella le
constan. Ambos maestros son despedidos de la institución. Ella también,
independientemente de la hostilidad de los estudiantes vanguardistas, decide
renunciar a sus estudios y trunca su carrera y sus aspiraciones de convertirse
en crítica de arte.
De manera simultánea a estos sucesos, y a raíz de la
publicación de su ensayo, se ha enterado, por trascendidos, que el señor Murakami
ha sido objeto de burlas y burletas por parte de sus pares: deducen del ensayo
que es sólo un rico aficionado que puede costearse sus caros caprichos, aunque
su buen tino en cuestiones de arte ha sido refutado sin dejar margen de duda.
Inicia aquí la parte más sórdida de la trama.
Inexplicablemente para ella, el señor Murakami comienza a requerirla
sentimentalmente, al parecer con fines matrimoniales. La respuesta de ella es
reticente, pero no una negativa definitiva, aunque le devuelve todos sus
regalos. Decide hacer una visita al señor Murakami para poner en claro la situación.
Sin embargo, desde la calle percibe que el recinto que alberga la colección
está indebidamente iluminado, una iluminación que no corresponde absolutamente
con ningún criterio museográfico. Algo presiente y se retira del lugar sin
consumar la visita. Lo sabrá después: el señor Murakami ha desmantelado su
colección. Y se dice, pero no le consta, que ha sido vendida.La señorita Izu se
siente responsable. Más aún: culpable.
Quizás por eso, pero no sólo por eso, la señorita Izu cede
al cortejo del señor Murakami. No sabe Izu, no, no sabe, que cada vez que cede
sus pechos a los manoseos del pretendiente en la parte trasera del lujoso automóvil,
que cada encuentro furtivo en el hotel, han sido filmados meticulosamente por
obra, artilugios e instrucciones del señor Murakami. Lo sabrá más tarde por las
desesperadas palabras de su madre. Ésta ha recibido, de parte del señor
Murakami, la petición formal de la entrega de su hija con fines matrimoniales,
previa muestra de las explícitas filmaciones. Así coercionada, la madre acepta
el contrato matrimonial con cláusulas ultrajantes: nunca podrá volver a verla,
ni la hija regresar a casa, sin quedar ambas deshonradas.
La señorita Izu acepta con estoicismo las circunstancias de
su matrimonio. Sólo se le permite llevar la ropa que lleva puesta y un libro en
la mano, al parecer sobre arte y estética: Elogio de la sombra, de Tanizaki
Yunichiro.
Te cuento el final sin decirte el cómo: luego de años -no se
sabe cuántos-, el señor Murakami fallece sumergido en el delirio. La colección
de arte que la entonces ingenua señorita Izu pensó desmantelada y vendida,
reaparece y recupera su preeminencia en la casa de la señora Murakami. Paradójicamente,
por previas disposiciones testamentarias del difunto, la señora Murakami, que
no puede volver con su madre, se encuentra prácticamente en la indigencia,
atosigada además por el fantasma del señor Murakami, que se aparece llamándola ciertas
veces en el lago central del exacto y hermoso jardín de la señora Murakami,
única concesión que se le permitió modelar a su gusto en una prácticamente
inexistente vida matrimonal y conyugal. Sólo fue una sierva de lujo, pero sierva
al fin y al cabo, sometida a los caprichos de su señor.
Sí, su situación es desesperada. Pienso en este momento en los
trágicos finales de nota roja de Ana Karenina y Madame Bovary. ¿Le espera lo mismo a la señora Murakami? El final queda abierto,
con un resquicio de esperanza. La señora Murakami, enmedio de la devastación
más absoluta, escucha -¿o cree escuchar?- la para ella
siempre dulce voz de su difunto y amado padre, hablándole en su dialecto natal.
¿Qué le dice? Ella sólo alcanza a dilucidar una esperanzadora
palabra. Una palabra que en grafía española es tetrasilábica. Y que, en
palabras del autor de esta refinada y, paradójicamente, sórdida historia, literalmente
significa "un final que es es realidad un comienzo", palabra oxímoron
que no tiene equivalente en nuestro idioma. ¿Quieres
saber cuál es esa palabra salvadora? Tendrás que leer el libro.
Ahora, una pregunta comprometedora para ti: ¿eres inteligente, joven... e impulsiv@? Dependiendo de tu
respuesta, te tengo una buena y una mala. La buena: la inteligencia no te
pierde nunca, ni tú te le pierdes a ella. La mala: la impulsividad sí.
Por esta vez, y sólo por esta vez, cede al impulso: corre a adquirir
el libro antes de que te topes con la sevicia del poder que no necesariamente
se apellida Murakami en todas partes, y que no tiene otro objetivo que
aniquilarte.
Quizás he contado mucho. Quizás demasiado poco. Pero como
vez, a excepción del epígrafe, no hay una sola cita directa. No te pierdas esta
prosa refinada en donde temática, fondo y forma compiten en perfección con la justamente
reputada delicadeza y precisión de la caligrafía japonesa. Sólo que esta vez,
la alucinante historia es el trazo exquisito de un singularísimo mexicano.
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