lunes, 13 de abril de 2020

El jardín de la señora Murakami.

Título: El jardín de la señora Murakami
Autor: Mario Bellatin
Editorial: Tusquets Editores México
Lugar de edición: México, D.F.
Año de edición: Agosto/2014
No. de páginas: 107 pp.


Llevar la cara desnuda es mala señal.
La señorita Izu

Los riesgos de la inteligencia ante la astucia
Narrada por Mario Bellatín con un distanciamiento calculado que sobrecoge, con una prosa exacta, sobria, perfecta como los estilizados, parcos y sublimes elementos que componen El jardín de la señora Murakami, ésta, mucho más que una novela, es la fría y tajante advertencia de que la sola inteligencia, inadvertida e ingenua, caerá siempre brutalmente vencida ante una astucia que busca y logra avasallarla. Quizás aquí, la palabra castellana 'astucia', que sugiere una habilidad teñida de malicia, pero habilidad que no deja de ser humana a fin de cuentas, debería ser remplazada por el término inglés 'sly', referido a la capacidad puramente animal de emboscar, sitiar, someter y destruir a su presa con una sevicia absolutamente privada de escrúpulos. Que de eso trata esta pequeña gran obra maestra de exactas cien páginas, más una esclarecedora addenda de cinco: la cacería despiadada de la intelectualmente sobredotada señorita Izu, estudiante universitaria de Teoría del Arte, finalmente reducida a la condición de esposa-sierva del poderoso y maduro señor Murakami, porque se atrevió, en un agudo y acertado ensayo, a criticar sin miramientos las inconsistencias de la más prestigiada colección de arte de la ciudad, humillando de paso, sin pretenderlo, a su rico propietario, el señor Murakami, que con resentimiento y odio contenidos, inicia la trama de su venganza, que no tiene otro objetivo que silenciarla y anularla.

Algunos elementos fundamentales de la trama
La señorita Izu, estudiante sobresaliente, está involucrada, por afinidad de principios, con el grupo minoritario de docentes vanguardistas que libran una guerra abierta por hacerse con el poder al que se aferra su contraparte, el mayoritario cuerpo magisterial que defiende a ultranza el tradicionalismo japonés en cuanto al concepto de arte que debe prevalecer en el archipiélago y que se mantiene e irradia también desde las universidades.
Los dos maestros puntales del grupo vanguardista aprecian los méritos de la señorita Izu, y la integran abiertamente a su parcialidad confiándole, ni más ni menos, que un ensayo sobre la más prestigiada colección de arte privado de la ciudad, propiedad del rico e influyente señor Murakami, ensayo que los mentores pretenden publicar en la revista de arte que dirigen al alimón.
 Al mismo tiempo, el mayor de los docentes parece pretender sentimentalmente a la señorita Izu, pero de una manera tibia y titubeante que, hasta cierto punto, desconcierta a la estudiante. El otro maestro vanguardista descuella también por su gran apostura, motivo por el cual la mayoría de las alumnas desea tomar clases con él.
La señorita Izu cumple con brillantés su cometido: visita al señor Murakami en su casa, y éste le permite el acceso a su colección. La señorita Izu ve, observa con agudeza, y le resulta imposible dejar de notar burdas inconsistencias, inaceptables, intolerables de hecho, en una colección tan prestigiada. Toma los apuntes que considera necesarios y regresa a su casa para elaborar puntillosamente el ensayo encomendado. El resultado es encomiado por los directivos de la revista. No obstante, el maestro que la pretende de manera tan indecisa, le sugiere que lo 'matice', lo suavice, pues si bien coincide con ella en sus observaciones, la manera de exponerla le parece un tanto abrupta. Y no se trata, necesariamente, de herir susceptibilidades.
Entendiendo el punto, la señorita Izu vuelve a casa y, en términos más moderados, rescribe el ensayo, tomándose el tiempo necesario para ello. Cuando lo considera oportuno se presenta en las instalaciones de la revista. Con la confianza que se ha ganado y le han otorgado, entra al recibidor, que está desierto. Sin embargo, cuando intenta ingresar al privado de su mentor y pretendiente, lo encuentra cerrado por dentro. Intuye que algo no anda bien, pero no puede precisarlo. Cuando se dirige al escritorio del recibidor en busca de un duplicado de la llave, se percata que en un sofá se encuentran el chaleco y el maletín del apuesto docente y socio también de la revista. Es entonces que ella entiende.
Vuelve a su casa y destruye el manuscrito corregido. Cegada por un impulso, lo rescribe tal cual lo redactó la primera vez: con un tono ríspido, indelicado. Así lo entrega a su mentor-editor-pretendiente. Sin dar ninguna explicación, pero también sin hacer ningún reclamo ni reproche. Tal cual se publica.
La señorita Izu no se limita a sólo eso. Denuncia ante el grupo tradicionalista ciertas triquiñuelas a que recurrieron sus mentores para ganar, a fortiori, las elecciones internas de la universidad y que a ella le constan. Ambos maestros son despedidos de la institución. Ella también, independientemente de la hostilidad de los estudiantes vanguardistas, decide renunciar a sus estudios y trunca su carrera y sus aspiraciones de convertirse en crítica de arte.
De manera simultánea a estos sucesos, y a raíz de la publicación de su ensayo, se ha enterado, por trascendidos, que el señor Murakami ha sido objeto de burlas y burletas por parte de sus pares: deducen del ensayo que es sólo un rico aficionado que puede costearse sus caros caprichos, aunque su buen tino en cuestiones de arte ha sido refutado sin dejar margen de duda.
Inicia aquí la parte más sórdida de la trama. Inexplicablemente para ella, el señor Murakami comienza a requerirla sentimentalmente, al parecer con fines matrimoniales. La respuesta de ella es reticente, pero no una negativa definitiva, aunque le devuelve todos sus regalos. Decide hacer una visita al señor Murakami para poner en claro la situación. Sin embargo, desde la calle percibe que el recinto que alberga la colección está indebidamente iluminado, una iluminación que no corresponde absolutamente con ningún criterio museográfico. Algo presiente y se retira del lugar sin consumar la visita. Lo sabrá después: el señor Murakami ha desmantelado su colección. Y se dice, pero no le consta, que ha sido vendida.La señorita Izu se siente responsable. Más aún: culpable.
Quizás por eso, pero no sólo por eso, la señorita Izu cede al cortejo del señor Murakami. No sabe Izu, no, no sabe, que cada vez que cede sus pechos a los manoseos del pretendiente en la parte trasera del lujoso automóvil, que cada encuentro furtivo en el hotel, han sido filmados meticulosamente por obra, artilugios e instrucciones del señor Murakami. Lo sabrá más tarde por las desesperadas palabras de su madre. Ésta ha recibido, de parte del señor Murakami, la petición formal de la entrega de su hija con fines matrimoniales, previa muestra de las explícitas filmaciones. Así coercionada, la madre acepta el contrato matrimonial con cláusulas ultrajantes: nunca podrá volver a verla, ni la hija regresar a casa, sin quedar ambas deshonradas.
La señorita Izu acepta con estoicismo las circunstancias de su matrimonio. Sólo se le permite llevar la ropa que lleva puesta y un libro en la mano, al parecer sobre arte y estética: Elogio de la sombra, de Tanizaki Yunichiro.
Te cuento el final sin decirte el cómo: luego de años -no se sabe cuántos-, el señor Murakami fallece sumergido en el delirio. La colección de arte que la entonces ingenua señorita Izu pensó desmantelada y vendida, reaparece y recupera su preeminencia en la casa de la señora Murakami. Paradójicamente, por previas disposiciones testamentarias del difunto, la señora Murakami, que no puede volver con su madre, se encuentra prácticamente en la indigencia, atosigada además por el fantasma del señor Murakami, que se aparece llamándola ciertas veces en el lago central del exacto y hermoso jardín de la señora Murakami, única concesión que se le permitió modelar a su gusto en una prácticamente inexistente vida matrimonal y conyugal. Sólo fue una sierva de lujo, pero sierva al fin y al cabo, sometida a los caprichos de su señor.
Sí, su situación es desesperada. Pienso en este momento en los trágicos finales de nota roja de Ana Karenina y Madame Bovary. ¿Le espera lo mismo a la señora Murakami? El final queda abierto, con un resquicio de esperanza. La señora Murakami, enmedio de la devastación más absoluta, escucha -¿o cree escuchar?- la para ella siempre dulce voz de su difunto y amado padre, hablándole en su dialecto natal. ¿Qué le dice? Ella sólo alcanza a dilucidar una esperanzadora palabra. Una palabra que en grafía española es tetrasilábica. Y que, en palabras del autor de esta refinada y, paradójicamente, sórdida historia, literalmente significa "un final que es es realidad un comienzo", palabra oxímoron que no tiene equivalente en nuestro idioma. ¿Quieres saber cuál es esa palabra salvadora? Tendrás que leer el libro.
Ahora, una pregunta comprometedora para ti: ¿eres inteligente, joven... e impulsiv@? Dependiendo de tu respuesta, te tengo una buena y una mala. La buena: la inteligencia no te pierde nunca, ni tú te le pierdes a ella. La mala: la impulsividad sí.
Por esta vez, y sólo por esta vez, cede al impulso: corre a adquirir el libro antes de que te topes con la sevicia del poder que no necesariamente se apellida Murakami en todas partes, y que no tiene otro objetivo que aniquilarte.
Quizás he contado mucho. Quizás demasiado poco. Pero como vez, a excepción del epígrafe, no hay una sola cita directa. No te pierdas esta prosa refinada en donde temática, fondo y forma compiten en perfección con la justamente reputada delicadeza y precisión de la caligrafía japonesa. Sólo que esta vez, la alucinante historia es el trazo exquisito de un singularísimo mexicano.

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