Sospecho de tus manos, con sus 27 huesos cada una, recubiertas de sus capas corneas y robustas, ricas en tejidos adiposo y conectivo, suavemente almohadilladas y sensibles a la presión, de su abundancia de glándulas sudoríparas, sospecho de su delicada venatura. Manos que ¿amaba o amo? y que ahora tocan y cocinan nuestros alimentos, sea fruto, verdura, empaquetado; sospecho de los billetes y monedas que contaste con tus dedos a la perfección articulados; sospecho de tu ir y venir a la tienda, al super, al cajero del banco y sus múltiples botones que presionas. Tus manos que no se detienen: comprar, cocinar, servir la mesa, lavar, arreglar la casa, la recámara, barrer, trapear, lavar, planchar. Sospecho de tus ropas y tu piel que retienen al virus activo por demasiados días, como sospecho de las manija de la reja, los pomos de las puertas de la casa, las llaves y perillas de los baños, la cocina, las agarraderas de los cajones de los roperos, las ventanas; sospecho del teclado, del mouse, del botón de encendido de la computadora que ayer utilizaste; sospecho del aire encerrado del coche y del volante, la palanca de velocidades y la llave de encendido, del aire de la casa toda; sospecho del control de la televisión y sus botones minúsculos como los del radio o el control del clima; sospecho de las teclas y del auricular del teléfono y no quiero hablarle ni responderle a nadie.
Tanto que me gustaba recorrer tu cuerpo, tu boca, tus genitales, tu piel, tus abrazos y ahora... ahora tus manos y mis manos, también hechas para las caricias, se han vuelto potencial e inocentemente asesinas. Sospecho de tu aliento sobre la almohada, las sábanas, los cubrecamas y cuando finalmente me mudo a dormir al sillón sospecho del descanbrazos y descubro que este virus se interpone entre nosotros como espada al rojo vivo y está matando por asfixia a este amor que algún día ¿tanto hace? nos tuvimos. Sospecho de la firmeza de quererte y me pregunto si tú no abrigas respecto a mis manos, mi persona, idénticas sospechas. Pero no me decido a preguntar ni a irme. Como si para salvar al amor bastara con darle al corazón una baño de espuma, pero no es posible, amor, ni es suficiente.
Tanto que me gustaba recorrer tu cuerpo, tu boca, tus genitales, tu piel, tus abrazos y ahora... ahora tus manos y mis manos, también hechas para las caricias, se han vuelto potencial e inocentemente asesinas. Sospecho de tu aliento sobre la almohada, las sábanas, los cubrecamas y cuando finalmente me mudo a dormir al sillón sospecho del descanbrazos y descubro que este virus se interpone entre nosotros como espada al rojo vivo y está matando por asfixia a este amor que algún día ¿tanto hace? nos tuvimos. Sospecho de la firmeza de quererte y me pregunto si tú no abrigas respecto a mis manos, mi persona, idénticas sospechas. Pero no me decido a preguntar ni a irme. Como si para salvar al amor bastara con darle al corazón una baño de espuma, pero no es posible, amor, ni es suficiente.