Y porque lo vi sobre la banqueta tendido
de costado, medio encogido.
Viejo, oscuro, arrugado, con su
largo cabello blanco de anciano
y lo único vivo en él eran esos ojos
fosfóricos y abiertos,
pero no interrogantes, sino
aceptantes de su indigencia y su agonía.
Y porque yo pasé de largo como
los otros, las putas y sus clientes,
los ambulantes, los pescadores, los
compradores, los policías,
los borrachos, las familias con
niños y perros, los viandantes.
La única caridad para ese
moribundo fue la sombra
que le proyectaba el edificio de
un hotel rivereño.
Si yo le hubiera comprado una
botella de agua
también habría tenido que dársela
a beber, y no, no puedo tanto.
…levantar esa cabeza, tocar esas
canas enmarañadas, sucias,
hablarle, emboquillarle la
botella…
Y porque vi que yo no era menos
mierda que los otros
no he vuelto a caminar y trotar como
antes por el malecón…
Lo vi, los vi, me vi: reconocí mi
miedo en el de ellos…
-quizás también su indiferencia y
su asco-
… y no puedo perdonarme.