domingo, 20 de febrero de 2022

Cuestiones lógicas

 









Si los sueños se multiplican…
Si los recuerdos vuelven…
Es la simple expresión
de la autarquía del presente,
que no aporta novedades a la vida.
Siempre inquieto,
tanto sosiego me sofoca.

En el sueño:
… psicodelias sorprendentes…
… rostros y sucesos nuevos…
… quizás promesas de un futuro incierto…

En el recuerdo:
… tantas veces la primera vez…
… el amor, la amistad, la fiesta, el sexo…
… sudor exhausto de placer y de trabajo…

La ciudad era entonces ya tan grande
que nadie la conoció, ni la conoce ahora…
Volver, quizás…
Pero yo soy otro y ella otra.
Oportunidad dudosamente ventajosa.

En el pasado, pantalla
gloriosamente sinestésica,
se proyecta la anomia
de este día y esta noche,
que se repiten una y otra vez,
idénticos en su mismidad,
interminablemente.

Qué lástima nacer tan antes…
Volver en el tiempo aún no es posible
y proseguir es arduamente trabajoso.
Aniquilante.

Estar vivo o muerto, como El gato de Schrödinger,
he ahí el auténtico y único dilema.
Decide ya, observador.
Abre la caja y… ¡sorprendámonos!


Unas palabras sobre Argos…


El asedio es real. Me consta. Llevo años escondiéndome de ellos y documentándolo. Son hombres y mujeres como todos, niños como todos, cercanos incluso, tan cercanos como unos vecinos, por ejemplo, como los compañeros del trabajo, tan cercanos como la familia. Décadas padeciendo su violencia. Una vida preguntándome el porqué. Y el por qué yo. Qué crimen espantoso había cometido, en esta u otra vida, para convertirme en el objetivo de su sevicia. Enloquecí unos pocos años. Mi conciencia y mi yo se ausentaron y no supe quién fui ni qué hice. La reclusión en el psiquiátrico, contra toda expectativa, me liberó, temporalmente, de las agresiones. En unos pocos meses, la medicación y la terapia, el internamiento y el conocimiento de casos peores que el mío, y el tiempo necesario para reflexionar en ello, para pensar en ello, me devolvieron la paz y la calma para pensarlo en frío. Hice el recuento de los hechos, anotados en mis libretas, las fechas y las circunstancias particulares de cada uno de ellos, los analicé uno por uno y comprobé, fehacientemente, que la sumatoria de todos ellos era inferior a la totalidad de lo monstruoso que me perseguía. Para hacerlo manejable, asequible, inteligible -cosa que parecía imposible-, le di un nombre humano, el de un personaje mítico: Argos. Él representaba toda esa agresión y esa violencia que, con distintos rostros y artefactos, perros, niños, adultos, máquinas, accidentes, me persiguió toda la vida. Sabe que lo he descubierto, porque me habita a mí como nos habita a todos. Ilusos que somos, creemos en la libertad de nuestros actos, el libre albedrío. Debo decirles que no hay tal. Por lo menos, no para todos, ni absoluta. Es una cuestión de grados. Pueden creerlo o no, pero ustedes no son quienes deciden. Es Argos. Ustedes lo llamarán con otros nombres, incluso hay quienes lo divinizan y lo entronizan en sus vidas con imágenes, incienso, veladoras, flores, ritos. Todo es inútil. Estamos lejos de saber lo que es realmente. De algo estoy seguro: no es un quién, es la otredad más radical imaginable, es un algo no humano que maneja a los más dóciles a su voluntad desde una realidad alterna, quizás otra dimensión, otro universo. Saberlo me devolvió la cordura y, saber que él sabe que lo sé, la entereza. Los años internado en el psiquiátrico fueron provechosos: gracias a la reflexión ahí y entonces realizada, me permite tolerar lo intolerable: la omisión, la agresión, la violencia, porque sé que no son ellos. Es Argos encarnando en ellos, tomando el control de sus mentes y sus cuerpos, dictando sus acciones. Huyo mejor, me escondo mejor, me defiendo mejor. Practiqué durante años con un interno que gustaba del ajedrez. Me enseñó a jugar porque nadie antes, en mi aislamiento, me había enseñado. De todos los medicamentos recetados -la risperidona se va por el retrete-, sólo tomo el clonazepam para dormir. No siempre es fácil conseguirlo. Más difícil me resulta hacerme entender por mis congéneres. Es por eso que vivo y que lo enfrento solo. Aunque la nicotina es una ayuda: claridad en el pensar, agilidad mental, incluso ecuanimidad, cuando no alegría. También, de vez en cuando, me permito dos o tres caballitos de tequila. Me siento liberado. Haber entendido que nunca entenderé plenamente la naturaleza ni el propósito de Argos para conmigo -o para con los otros- me tranquiliza. Saber que sabe que lo sé nos coloca en un cierto terreno de igualdad. No es que se haya ido, no, es que ahora soy yo el que sabe que siempre está ahí, del otro lado del tablero. El mueve sus piezas, yo las mías. No sé quien ganará, pero no importa. Lo importante es jugar sin trabas, sin vacilaciones y, sobre todo, sin miedo. Y desde que entendí lo que entendí, ya lo he perdido. Hasta cierto punto, he recuperado mi vida. Con otro nombre, por supuesto, en otra ciudad, otro país. Argos puede mucho pero no lo puede todo. Me consta. Sé de sus limitaciones y él de las mías. Pero cuando yo, y ustedes también, hacemos conciencia, podemos lo suficiente para hacerle frente. Aunque él sólo se deje ver en sus fantasmas. Fantasma también él, posiblemente.

sábado, 19 de febrero de 2022

Deriva sosegada…

 










El día es un mero trámite.
Transcurre indiferente a mí
y yo a él, sintonizados.
Algo de su gris se me entroniza,
algo de su frío y de su invierno.
Nada por hacer, ningún pendiente,
ningún hito memorable
en sus 24 esquinas.
Hoy no es como ayer ni,
tal vez, como mañana.
Hoy es hoy, niebla detenida.
Descarto podcasts,
videos musicales,
radio, libros.
Nada me despierta nada.
Contra mi costumbre,
apenas con un café
y un atole de avena
en el estómago,
me sirvo mi primer tequila.
No sé si soy yo o él quien esto escribe.
A cuatro manos, es seguro.
Pero no hay duda que,
excepto la hora y el ayuno
en que lo bebo,
el tequila tampoco marca un hito.
Lo conozco demasiado bien
y él me conoce.
No logro mi objetivo.
No es embriagarme,
sino marcar en su decurso
con una señal el transcurrir del día.
No habrá un segundo caballito
que transite por mi esófago.
No tiene sentido si no surte un efecto
en la continuada parálisis del día.
Es una resignación que es un fracaso.
Quizás eso esté bien
y me acostumbre a estar sólo conmigo
sin prótesis alcohólica, sin voz humana
y sin letras, propias o ajenas.
Sólo esta dejadez
que debiera ser descanso
y es tumba de mis expectativas.
Tanto sosiego me incomoda.
Algo debiera suceder y no sucede…
Pero sólo percibo decadencia inerte.
¿Es mi psique la que falla o es el día?
Eso, tal vez, es lo de menos…
Probablemente debiera agradecerlo.

viernes, 18 de febrero de 2022

En territorio de Argos

 








No puedo más.
Argos, tutor panóptico,
mentor de quinta,
enemigo de lo feble humano,
no otorga descansos.
Escribo sin ánimo de hacerlo
y él lo sabe: hoy podría reventar.
Otros reos son sus títeres,
su brazo ejecutor;
con barahúnda infame
interceptan la siesta o el descanso,
con golpes inmisericordes
todo intento de evasión.
No me puedo tumbar quince minutos
sin que retumben malheridas las paredes.
De ninguna manera puedo
embrocarme en el camastro
y descansar un cuarto de hora.
No hay derechos, sólo obligaciones.
No soy un atleta de alto rendimiento
pero eso a Argos no le importa.
He de poner un video formativo,
un audiolibro, un podcast
o cualquier otra nimiedad,
como escribir esto, o leer aquello,
que ha de gustarle a él, no a mí ni a los otros.
Tampoco yo conozco a Argos.
Como todo poder, es invisible,
ubicuo inubicable.
Aunque deduzco que tiene los recursos
para reducirme a polvo si le place.
Y le place. No cesa de exigir.
Apenas si intuyo lo que quiere
de su expresión oblicua, mediada, indirecta;
nunca meridianamente declara su objetivo
que no sé si es mejorarme o destruirme.
Más cerca estoy de lo segundo
que de lo primero.
Aunque soy yo quien esto escribe,
el protagonista es Argos, el ineludible.
No hay mentada de madre
ni súplica que valga: él siempre se impone.
No autoriza descanso
por más que lo esté necesitando.
Dije tutor, dije mentor,
pero no hay nada parecido a eso.
Argos es más fiero celador,
carcelero, torturador, que pedagogo.
No busca mi rehabilitación
sino dos logros en uno: mi resultado máximo
o mi mansedumbre y mi derrumbe.
No será hoy ni será esto,
que no es poesía sino queja,
aunque hay queja que llega a ser poesía.
Lo defraudo, lo sé, y no me importa.
Debo escribir esta jeremiqueada
o la escandalera carcelaria
con que Argos me castiga será peor.
No hay momento que no esté vigilado
por cien ojos o sin cuenta;
no hay acto u omisión errados sin castigo.
Hermes tarda demasiado
y yo, embrutecido,
esperaba oír el silbo de su flauta,
liberador, si es cierto el mito.
… no, creo que no veré los ojos de Argos
en los ocelos de los pavorreales,
ni me abanicarán sus plumas.
No cuento sino con un residuo,
que más de mí no queda ni más soy.
Lo odio. Siempre lo he odiado.
No llegué a esta cárcel por mi voluntad,
sino esposado. No hubo juicio ni jurado,
sino sólo la voluntad de una deidad adversa.
La pobreza de ideación y léxico
hacen constar mi deterioro interno.
Por fuera estoy deshecho.
No sé si es eso lo que Argos pretendía,
pero más no puedo ofrecer en mi carencia.
Estoy dado, soy prescindible
como cualquier cautivo de Argos.

De la tortura y los torturadores


Exceptuando a aquellos que lo hacen coaccionados por un poder superior, sea político, económico, religioso, criminal o de cualquier otra índole, los torturadores que disfrutan su actividad, en lo psicológico y en lo físico, esto es, en las mentes y los cuerpos ajenos, son sádicos no diagnosticados. Sea cual sea el caso, tienen que ser tratados médicamente, aislados o extirpados de la sociedad que los padece. Y los coaccionadores, si los hay, también.

martes, 15 de febrero de 2022

El pasecito

 

No es que como redactor profesional en la oficina de Prensa del Departamento del DF le fuera mal, pero económicamente andaba un poco corto. Cuando Juan Carlos comenzó a trabajar también para los Medeiros, a sus 26 años, su situación mejoró más que notablemente: ganaba el triple y la relación con sus nuevos patrones era de confianza. El clan de los Medeiros se componía del padre, don Manuel, un sesentón dueño de seis bodegas en Tepito llenas de aparatos electrónicos de contrabando procedente de Asia, y de su hijo Joel, de 26 años.

Ninguno de los dos era periodista de carrera, pero el patriarca de los Medeiros utilizaba su “charola” como titular de la fuente de Economía de un diario capitalino como parapeto para encubrir sus actividades ilegales, pero toleradas social y judicialmente. Tan toleradas, que eran pocos los reporteros que se sustraían a la institución del “chayo” o a tramitar algún permiso u obtener la concesión para algún negocio cuyos insumos eran, como los de Medeiros, ilegales en la mayor parte de los casos, debido a que aún no se firmaba el tratado comercial con Estados Unidos y Canadá. Medeiros podría apenas escribir su nombre correctamente, pero entraba y salía de los despachos de los jerarcas de la economía nacional como Pedro por su casa: sin anunciarse. Estaba bien relacionado porque sus “moches” eran siempre generosos. El contrabando, generalizado entre los mismos funcionarios y los reporteros de la fuente, daba para eso y más. Los trailers de Medeiros transitaban libremente hasta las puertas de sus bodegas siempre saturadas de mercancía en Tepito.

Del color de su pasaporte a las propiedades emergentes


Incógnito. Las vidas secretas del cerebro
David Eagleman
(Anagrama, Colección Argumentos)

 Casi todos hemos oído hablar del Proyecto del Genoma Humano, en el que nuestra especie ha descodificado con éxito la secuencia de miles de millones de letras de longitud de nuestro código genético. El proyecto ha sido un hito histórico, saludado con la fanfarria debida.

No todo el mundo se ha enterado de que el proyecto ha sido, en cierto sentido, un fracaso. Una vez hemos secuenciado todo el código, no hemos encontrado las anheladas respuestas acerca de qué genes son exclusivos de la humanidad; lo que hemos descubierto es un enorme libro de recetas para construir las tuercas y tornillos de los organismos biológicos. Hemos averiguado que otros animales poseen esencialmente el mismo genoma que nosotros; ello se debe a que están hechos de las mismas tuercas y tornillos, sólo que con una configuración distinta. El genoma humano no es muy distinto del genoma de la rana, aun cuando los humanos son muy distintos de las ranas. Al menos, los humanos y las ranas parecen bastante distintos al principio. Pero tenga en cuenta que ambos requieren la receta para construir los ojos, el bazo, la piel, los huesos, el corazón, etc. Como resultado, los dos genomas no son tan distintos. Imagine que va a varias fábricas y examina la anchura de longitud de los tornillos utilizados. Le dirán muy poco acerca de la función del producto final, si es una tostadora o un secador de pelo. Pero contienen elementos parecidos configurados en funciones distintas.

lunes, 14 de febrero de 2022

Yo, que no sueño…

 










El somnífero, el dormir profundo,
vetan la cura homeostática del sueño.
Yo, que no sueño, te soñé…
Tus ojos con brillos de obsidiana…
Tu piel morena clara, satinada…
Tu cabello, de un negro incontable…
… espeso, libre…
Ropa sobria, sin pretensión de altanería…
Sonriendo (¿me?) desde tu cara y una silla…
Yo, frente a ti, estupefacto…
Y no te hablé…
Debes comprender,
es tiempo de pandemia.
Y yo, que no sueño, no supe qué hacer…
… excepto despertar temprano y,
amodorrado, quemarme la lengua con café.

domingo, 13 de febrero de 2022

 


La belleza: creada de manera tan palpable y flagrante para ser amada por toda la eternidad

 

Incógnito. Las vidas secretas del cerebro
David Eagleman
(Anagrama, Colección Argumentos)

 

¿Por qué la gente se siente atraída por los jóvenes y no por las personas mayores? ¿De verdad son las rubias más divertidas? ¿Por qué una persona a la que apenas le hemos echado un vistazo parece más atractiva que otra a la que hemos mirado de manera prolongada? En este punto no le sorprenderá descubrir que nuestra idea de la belleza está profundamente impresa (y de manera inaccesible) en el cerebro, y todo con el propósito de conseguir algo biológicamente útil.

Piense de  nuevo en la persona más hermosa que conoce. Bien proporcionada, enseguida cae bien, su personalidad es magnética. Nuestros cerebros están exquisitamente afinados para fijarse en esos rasgos. Simplemente a causa de unos pequeños detalles de simetría y estructura, esa  persona  disfrutará  de un destino de mayor popularidad, ascensos más rápidos y una carrera de más éxito.

¿Cómo te amo? Déjame contar las jotas


Incógnito. Las vidas secretas del cerebro

David Eagleman
(Anagrama, Colección Argumentos)

Puede que le cueste expresar en palabras las características de la manera de andar de su padre, o de la forma de su nariz, o de su manera de reír, pero cuando ve a alguien que camina o ríe como él, o se le parece, se da cuenta enseguida.

Consideremos qué ocurre cuando dos personas se enamoran. El sentido común nos dice que su ardor crece a partir de un número de semillas, incluyendo las circunstancias vitales, el sentido de la comprensión, la atracción sexual y la admiración mutua. Seguramente la maquinaria encubierta del inconsciente no participa en su elección de pareja. ¿O sí?

Imagine que se topa con su amigo Joel, y éste le dice que ha encontrado el amor de su vida, una mujer llamada Jenny. Qué curioso, piensa, pues su amigo Alex acaba de casarse con Amy, y Donny está loco por Daisy. ¿Por qué se da este emparejamiento de iniciales? Concluye que es absurdo: las decisiones importantes de la vida –como por ejemplo con quién vas a pasar la vida– no pueden estar influidas por algo tan caprichoso como la inicial del nombre. Quizá todas estas alianzas aliterativas son mero accidente.

sábado, 12 de febrero de 2022

De/gradaciones alcohólicas

Grito o carcajada,
Desazón o euforia,
Hemorragia o coágulo,
Deben formularse
con voz y sentir propios.
Pobre del hombre
Que a deshoras canta letra ajena.
Es pastiche, colcha payaso,
Imitador de antro.
Reflejo capturado en un espejo.
Eco cascado de campana,
Muñeco de ventrílocuo.
Copia en serie de una última copia.
Falsario en cada esquina
De las veinticuatro
Que le ofrece el día.
Mejor no cantar
Que pedir a préstamo
Versos ajenos
Que rara vez
Consignan el diccionario
O el habla popular
O la poesía
O el sentimiento escueto.
Es la delusion del yo
Frente a los otros,
Espectro del alcohol, fantasma,
Constatación del 'no soy nadie'.
La resignada firma del fracaso
En tantos desvelos reiterado.


martes, 8 de febrero de 2022

Guaya

Escapas de la forma, huyes de la simetría que encorseta; tu tronco no se ciñe a lo cilíndrico, tus ramificaciones escapan a la regularidad. Y las bifurcaciones de éstas, además de múltiples, ocurren siempre en puntos diferentes de las otras: más arriba o más abajo, antes o después. Ahora, en invierno, la fronda inferior no se corresponde con la calvicie de tu ramaje cúspide. Hojas secas por entero, hojas medio secas, hojas secas en su tercera parte, y así, algunas apenas carcomidas, diferenciadas de las ausentes, de las ya caídas, vueltas humus. Eres tan distinta de lo humano que sólo en la simetría ve belleza, porque él mismo no es un simétrico perfecto. Yo no lo soy y estoy consciente. Por eso, esperaré a la primavera y al verano para verte plena e informe, repartiendo tu sombra generosa y desparramada frente al portal de esta casa que es casi un rectángulo exacto, y sobre mi cuerpo, dos medios espejos desfasados. No sé por qué te rebelas a la simetría, optando por lo informe. Eres sólo otra faceta de la vida que no entiendo. Más parentesco tienes con las nubes, el desorden de este texto, que, por ejemplo, con los pinos. Guaya, tantos años, tanta altura y tampoco has dado frutos. Adivino en ti una radical protesta -frustrada- contra la geometría: aún lo informe es una forma indescripta de la forma. ¿Qué piensas tú de mí, guaya? Sí, azotados ambos por el frío viento del norte, escucho tu rumor, pero ¡qué pena!, no lo entiendo.

lunes, 7 de febrero de 2022

Barahúnda

 










Despojado de toda humanidad,

no hay más que bestialidad

en el festejo tribal de tus “victorias”.

Y el fragor de tus tambores

ofenden Tierra, cielo, vida.

Tus carcajadas salvajes gritan tu enfermedad.

Pero no siendo médico no sé cómo curarte.

La empatía hay que ganársela.

No despiertas compasión, sino asco y rechazo.

Vivir al costado de tu infierno

me ha hecho resiliente.

Y aquí estoy, casi tan deshumanizado como tú,

fruto de tus obras,

deseándote la muerte cruenta

que para mí deseas,

pero que tú mereces desde hace décadas.

Si mueres antes,

yo tendré respeto por tus deudos

y me abstendré de fiesta.

Si ocurriera al revés, 

no hay nada que explicar.

Conozco tu respuesta.


sábado, 5 de febrero de 2022

Edades

 

Salvo excepciones, sin importar que tan largas o cortas sean sus vidas, los pasos más trabajosos que da el ser humano sobre la Tierra suelen ser los primeros y los últimos.

Estaciones

Y febrero está en febrero,

donde debe estar, en el invierno.

Lejos de las fiebres de mayo y junio.

Todo está como debiera.

Coletazos fríos con norte,

pronóstico de lluvias,

que tendrán lugar o no.

Pero febrero está en febrero

y no hay queja por ello.

Sólo hay que cubrirse más

cuando se es viejo;

que los jóvenes,

aunque bien cubiertos,

conservan, naturalmente,

la tibieza de sus cuerpos.

Sea la taza de vidrio o metal

ellos la entibian con su sólo tacto,

sin mediación de guantes.

Que casi todo, o todo, está como debiera,

aún si yo no lo comprendo.

Ni queja ni alabanza:

naturalidad, naturaleza.

Vestirse y desvestirse.

Así nosotros como los árboles.

Ellos deshojados, secos,

y, nosotros, vestidos

y arrebujados.

Té o café caliente

en el buró, escuchando música

o leyendo, es decir, explorando

los climas interiores y exteriores

de nuestros semejantes de otras partes.

Antes y ahora.

Que del mañana, con certeza, no sabemos.

33 grados a la sombra

Casi las 14:00 horas. Alrededor del mediodía desperté. Un silencio que no dice nada. En la lengua nicotina y cafeína. En cuerpo y pi...