El asedio es real. Me consta. Llevo años escondiéndome de
ellos y documentándolo. Son hombres y mujeres como todos, niños como todos, cercanos
incluso, tan cercanos como unos vecinos, por ejemplo, como los compañeros del
trabajo, tan cercanos como la familia. Décadas padeciendo su violencia. Una
vida preguntándome el porqué. Y el por qué yo. Qué crimen espantoso había
cometido, en esta u otra vida, para convertirme en el objetivo de su sevicia.
Enloquecí unos pocos años. Mi conciencia y mi yo se ausentaron y no supe quién
fui ni qué hice. La reclusión en el psiquiátrico, contra toda expectativa, me liberó,
temporalmente, de las agresiones. En unos pocos meses, la medicación y la
terapia, el internamiento y el conocimiento de casos peores que el mío, y el
tiempo necesario para reflexionar en ello, para pensar en ello, me devolvieron
la paz y la calma para pensarlo en frío. Hice el recuento de los hechos,
anotados en mis libretas, las fechas y las circunstancias particulares de cada
uno de ellos, los analicé uno por uno y comprobé, fehacientemente, que la sumatoria
de todos ellos era inferior a la totalidad de lo monstruoso que me perseguía. Para
hacerlo manejable, asequible, inteligible -cosa que parecía imposible-, le di un
nombre humano, el de un personaje mítico: Argos. Él representaba toda esa
agresión y esa violencia que, con distintos rostros y artefactos, perros,
niños, adultos, máquinas, accidentes, me persiguió toda la vida. Sabe que lo he
descubierto, porque me habita a mí como nos habita a todos. Ilusos que somos,
creemos en la libertad de nuestros actos, el libre albedrío. Debo decirles que
no hay tal. Por lo menos, no para todos, ni absoluta. Es una cuestión de
grados. Pueden creerlo o no, pero ustedes no son quienes deciden. Es Argos.
Ustedes lo llamarán con otros nombres, incluso hay quienes lo divinizan y lo
entronizan en sus vidas con imágenes, incienso, veladoras, flores, ritos. Todo
es inútil. Estamos lejos de saber lo que es realmente. De algo estoy seguro: no
es un quién, es la otredad más radical imaginable, es un algo no humano que maneja
a los más dóciles a su voluntad desde una realidad alterna, quizás otra dimensión,
otro universo. Saberlo me devolvió la cordura y, saber que él sabe que lo sé,
la entereza. Los años internado en el psiquiátrico fueron provechosos: gracias
a la reflexión ahí y entonces realizada, me permite tolerar lo intolerable: la
omisión, la agresión, la violencia, porque sé que no son ellos. Es Argos
encarnando en ellos, tomando el control de sus mentes y sus cuerpos, dictando
sus acciones. Huyo mejor, me escondo mejor, me defiendo mejor. Practiqué durante
años con un interno que gustaba del ajedrez. Me enseñó a jugar porque nadie
antes, en mi aislamiento, me había enseñado. De todos los medicamentos
recetados -la risperidona se va por el retrete-, sólo tomo el clonazepam para
dormir. No siempre es fácil conseguirlo. Más difícil me resulta hacerme
entender por mis congéneres. Es por eso que vivo y que lo enfrento solo. Aunque
la nicotina es una ayuda: claridad en el pensar, agilidad mental, incluso ecuanimidad,
cuando no alegría. También, de vez en cuando, me permito dos o tres caballitos
de tequila. Me siento liberado. Haber entendido que nunca entenderé plenamente la
naturaleza ni el propósito de Argos para conmigo -o para con los otros- me
tranquiliza. Saber que sabe que lo sé nos coloca en un cierto terreno de
igualdad. No es que se haya ido, no, es que ahora soy yo el que sabe que
siempre está ahí, del otro lado del tablero. El mueve sus piezas, yo las mías.
No sé quien ganará, pero no importa. Lo importante es jugar sin trabas, sin
vacilaciones y, sobre todo, sin miedo. Y desde que entendí lo que entendí, ya
lo he perdido. Hasta cierto punto, he recuperado mi vida. Con otro nombre, por
supuesto, en otra ciudad, otro país. Argos puede mucho pero no lo puede todo. Me
consta. Sé de sus limitaciones y él de las mías. Pero cuando yo, y ustedes
también, hacemos conciencia, podemos lo suficiente para hacerle frente. Aunque
él sólo se deje ver en sus fantasmas. Fantasma también él, posiblemente.