martes, 27 de julio de 2021

El fin de la cuestión

 Ahora que deducimos otras dimensiones,
que la piedra, de la que no sabemos si es preciosa,
multiplica al infinito sus facetas,
que el bien y el mal,
con destreza y velocidad de prestidigitadores,
en un morphing inaccesible al ojo, intercambian sus caretas,
resulta difícil elegir con acierto y buena fe,
tomar partido por miedo a equivocarnos.
Ahora que es tan fácil desaparecer sin dejar rastro,
morir y matar se ha vuelto irrelevante.
Vida y muerte se retan como iguales
y nosotros somos todos piezas prescindibles.
Tan grande es lo que se juega
que el hombre resulta insignificante.
Sin tiempo suficiente para razonar,
planear una estrategia,
decidíamos casi a ciegas, por instinto.
Los roles fueron asignados,
impuestos, vejando el albedrío;
estaba claro que, otra vez, éramos siervos.
Una cosa sabíamos:
que levantar la cabeza era perderla.
Así pues, aceptábamos incondicionalmente o moríamos.
A conciencia, decidí alzarla,
ver el rostro del sátrapa,
escupirlo y morir luego.
Es cruel y refinado, frío, puro cálculo.
Se esmeró en la tortura,
que creí eterna pero que no lo fue.
Sin quererlo serví a sus fines:
los demás cedieron al terror.
Lo que hizo conmigo los petrificó.
De algo así, apenas se soporta ser testigo.
El infierno, que parecía infinito,
no lo es. Pero tienes que cruzarlo para saberlo.
Hice bien. No me arrepiento.
Algo que él no sabe, pero yo ahora sí,
es que el dolor físico tiene un umbral que,
una vez rebasado, se anula a sí mismo,
porque la realidad entera se evapora.
Despojado de toda corporalidad,
te vuelves nada.
Y en la nada, nada se sostiene.
Ni siquiera el castigo que se presumía eterno.
No sé cómo pero sigo siendo.
Liberado de todo sustrato material,
no siento nada pero sé que soy.
Quizás he vuelto a ser idea,
arquetipo de hombre,
ese sí, eterno e infinito,
resguardado en su antes y en su después de ser,
absolutamente ajeno a la realidad transitoria,
engañosa, absurda y dolorosa.
Si la libertad es algo, es esto.
Sólo aquí es plena, total, incondicionada y absoluta.
Sólo en este inexpresable aquí puede concretarse.
Sólo así tiene sentido. Siendo sin ser.
Una pura, irresoluble, abstracta paradoja.

viernes, 23 de julio de 2021

 


El otro

 

Lo que de mí no sé, quizás lo sepa lo que no sé de mí. Apenas entregado al sueño, rendido al inconsciente, el otro, usurpando nombres del santoral, volviéndolos laicos y profanos, despierta no sonámbulo, sino ávido, lúcido, alerta, calculador, decidido; se levanta de mi cama, se baña, se afeita, se perfuma, se pone mis mejores trapos, escapa sigiloso de la casa y, una vez en la calle, pisando fuerte, caminando seguro, se apodera de la ciudad y de la noche, de sus bares, su alcohol, sus sicotrópicos, canta y baila en público sin inhibiciones en las pistas, organiza y participa en las orgías, encabeza lo que, según él, la moral hipócrita, tuerta, califica de crimen organizado y arrebata, recupera a punta de pistola y metralleta, de las manos de políticos y ricos, lo único que tienen y que es su riqueza mal habida; después la devuelve a los pobres, víctimas del original despojo. Pero se guarda un porcentaje y lo atesora en cuentas bancarias cuyas tarjetas y claves de acceso él sólo conoce. Ese otro, nocturno, tiene casas cuyos interiores rebosan libros, conocimientos, abundancia y lujos que al José Luis de la vigilia están vedados. Tiene del amor y de la vida, de la felicidad y la plenitud, de la realidad, una más honda comprensión sustentada en sus vivencias sin tapujos. Escribe y publica, con múltiples seudónimos, libros insuflados de espíritu y de vida, profundos y aleccionadores, modelados en su existencia alterna. Tiene éxito y seguidores porque no pretende hacer arte sino extender un credo, un compromiso con la vida, la verdad y la justicia. No sé cómo resuelve las paradojas, las contradicciones. Sus hondas, sus extremas vivencias sustentan su carisma. Ha matado muchas veces y no teme a la sangre. Ahí donde él está se impone su presencia. Toda mediocridad se eclipsa. Entiende todo de mí mientras que yo apenas lo intuyo. Y, sabiéndolo, me tilda de pusilánime, cobarde, castrado, inconsistente. Liberado de la camisa de fuerza que es el superyó, de la moral que sólo respetan los pobres diablos y los débiles, me desprecia, quizás justificadamente. Por eso debe ocultarse de mí, apropiarse de ese inconsciente que conforma el 95 por ciento de mi psique y regirlo e imponer sus propias leyes. Yo imagino y él concreta. Para que no lo delate, regresa de madrugada a la casa y al cuerpo común que compartimos, suprime posibles rastros de su quehacer extremo, y, después, me concede unos cuantos minutos de descanso, sueño, tregua. No es suficiente. Sólo me deja habitar el 5 por ciento de mi psique, lo que yo entiendo por conciencia y por vigilia. Despierto extenuado, agotado en lo físico y lo anímico. Eso explica lo frustrante, lo trabajoso, lo difícil de mis días. Ante el sol estoy hecho un idiota, un desperdicio que ya casi no es humano. Ese otro, embozado en la sombra del inconsciente y de la noche, me desangra, me vampiriza, me desgasta. Tiene una vida más interesante que la mía. Pero sus excesos me tienen a un paso de la tumba. Y, si yo muero, tampoco él sobrevivirá. Transcribo esto con la esperanza de que le llegue la advertencia. No sé cómo, porque el cerebro, sustrato de la mente, es complicado. A él la muerte, suya y mía, no le importan. Lo que importa es preservar, extender, fortalecer la obra. Lo que sea que signifique eso. Lo más probable es que desoiga, descarte mi llamado a la contención y la mesura, y decida proseguir su prolífica existencia de dandy y Chucho el Roto. Lo que más me avergüenza es que ese otro, que ya no sé si participa de mí o me ha excluido del todo, tiene más elam vital, más inteligencia y decisión que yo. Más realidad, más peso. Para sus incontables seguidores, también en la oscuridad y el anonimato, él ya es una leyenda. Yo, apenas un prescindible escriba.


martes, 20 de julio de 2021

Apocalipsis: última función

 











La Tierra era el esplendoroso, alucinante escenario donde representábamos nuestra tragicomedia. Lo dimos todo: sangre, sudor, semen y lágrimas. Aquí, como en todo teatro de prestigio, la vida y la muerte eran fingidas. La realidad, lo cotidiano, la rutina, tenían otros horarios, otros espacios. Estaban fuera del recinto: resurrección, Paraíso, infierno y otras opciones más exóticas, menos conocidas, aunque igual de esperanzadoras, como los universos paralelos, el multiverso, las otras dimensiones. Al menos eso creíamos. Actores al fin, desaforados y soberbios, decidimos llevar el experimento hasta el extremo: para que nada perturbara nuestro arte decidimos eliminar al veleidoso público que, por cierto, rara vez se mostraba satisfecho. Se decían dioses. No nos consta que lo fueran. Pero a algunos alcanzamos a matarlos, otros huyeron. Suponemos que regresaron al lugar desde el que habían venido. Nos quedamos sin espectadores. Es decir, sin ingresos. Nos valió madres. Por un corto tiempo –por cierto, ¿qué es el tiempo?-, fuimos felices e inconscientes. Porque éramos libres de ejercer a nuestro arbitrio. Considerando lo anterior, nos olvidamos del libreto. Improvisamos. Pero lo hicimos tan mal que nada funcionó: capitalismo, comunismo, socialismo, democracia, totalitarismo, libertarismo, social democracia, cooperativismo, fascismo, anarquía, pacifismo, comunas, sectarismos, individualismo exacerbado, etc., etc., etc. Fracasamos en todo. ¿Consecuencia? Hoy arden el campo, los bosques, las selvas, las ciudades. Lo único que crece son el fuego, la estampida hacia ninguna parte, los gritos y el desastre. Estamos hambreados, sedientos, asfixiados. Nada nos anticipó esta hecatombe. Ni Stanislavski. Pero, artísticamente hablando, excedimos con creces sus expectativas: nunca como ahora que las llamas lamen furiosas el inmueble –sentimos su calor-, nuestra desesperada representación fue más verdadera, honesta, auténtica, profesional y técnicamente rigurosa, irreprochable. Porque, lo sabemos, sólo nos queda un desenlace: reunirnos todos en el centro del escenario –conocemos su efectismo- y esperar a que el fuego nos alcance y nos consuma. Esta vez no habrá aplausos ni rechifla. Mustios, prevalecerán el silencio y las cenizas.


lunes, 19 de julio de 2021

Dibujo a lápiz

 












No sé qué hacer con la hoja en blanco.
Su función natural es ser llenada,
pero a ella no parece importarle
y, en este momento, a mí tampoco.
Letras, números, dibujos, colores.
Quizás una rara pieza de origami.
Tal vez, doblada y vuelta a doblar
sobre sí misma, múltiples veces,
sirva para nivelar una mesa coja.
Millones de hojas blancas reposan
en los cajones de los escritorios,
pero ellas están predestinadas,
según estén en manos de un notario,
un contador, un estudiante de leyes,
un maestro o maestra, un arquitecto,
un oficinista, un diseñador, un periodista,
un contador, un sicólogo, un dibujante.
Otras tienen un destino menos claro,
menos predeterminado, según estén
en posesión de un loco, un artista,
un poeta, un suicida, un político,
un místico, un agonizante, un malquerido.
Es decir, en las manos crispadas
de los exaltados. Supongo que
estas hojas, perdido su albor,
serían las más interesantes.
No puedo imaginar lo que dirían.
Pero supongo incoherencias,
desesperación, desaliento, llanto,
endecasílabos, métrica, ritmo,
verso libre, verso blanco,
manifiestos, utopías, distopías, ucronías,
pasiones desbordadas, neurosis,
psicopatías, pesadillas, sueños,
garabatos, galimatías, absurdos,
quejas, resignaciones, imprecaciones,
blasfemias, oraciones, oquedades,
sinsentidos, resentimientos, soberbias,
reproches, verdades sin verdad y mentiras verdaderas,
deformadas, retorcidas, incompletas, sin rigor,
sin autoanálisis, ciegas a sí mismas y a la realidad.
Malentendidos, vidas mal expresadas
en actos de autoflagelación
o direccionados con odio hacia los otros.
Hojas ininteligibles, con dibujos y manchas
como las del Test de Rorschach,
a las que sólo la apofenia da sentido.
Cartas de amor y cartas póstumas. Notas suicidas.
¿Y yo?, ¿qué puedo decir de mí en esta hoja?
Que hace un rato llovió y me sentí absolutamente ajeno,
yo, que desde niño disfruté esta lluvia tropical, antes tan tibia,
tan abundante, tan estridente en el techo de lámina de zinc,
para bañarme, para hacer bolas de lodo
y lanzarlas a mi hermano o recibir las de él.
Pero ya no soy ese niño sentiente ni espontáneo.
Ahora el techo no es de zinc, sino de asbesto.
Fue tan rala esta lluvia, y tan breve, que no da para un haikú.
Cambió la lluvia, cambié yo, cambió la vida.
He tenido tantas direcciones, tantos códigos postales.
Conocí la errancia, el hambre, la mendicidad,
el deseo, la saciedad, la espera del amor, tan intermitente siempre,
el ostracismo, la culpa, la terapia, no sé si la cura,
pero la locura se fue y se domicilió en otros cuerpos.
No tengo tono muscular, ni ánimo para ir al malecón,
caminar, trotar, sentir la luz y el calor del sol, sudar,
eliminar toxinas, ver la ruina en que nos hemos convertido,
la ciudad, el malecón costero y yo.
No sé qué hacer de mí ni de esta página. Quizás somos lo mismo.
No hay aflicción, culpa, crispación, deseos, intensidad.
Ni felicidad, ni tristeza, ni ansiedad.
Estoy en mí y ningún mal me aqueja.
Me siento más cosa que persona.
No sentir nada y estar vivo.
La paradoja es trágica, pero no sufro por ello.
Neutral ante la guerra despiadada que es la vida.
Parapetado en mí, soy la torre y el vigía.
De mí mismo y de los otros.
No avisto amenazas en la distancia ni promesas de futuro.
Ni vencedor ni vencido. No importan las mareas,
porque también a contracorriente sé nadar.
Después de todo soy piscis, según el zodiaco antiguo.
Fluyo por instinto. Ir o venir vienen dando lo mismo.
A veces, como en estos momentos, me basta con estar.
Simplemente floto.


domingo, 18 de julio de 2021

Esperando turno

 









No tienes, ni tendrás, comprendidas, todas las variables.
Como los demás, eres un topo ciego limitado a tu mezquina red de túneles.
Eres una lamentable limitación, lo sabes,
pero convenientemente olvidas que más que conocer ignoras.
Presides el estrado pero no eres buen juez;
y cuando sentencias corrompes la verdad y la palabra.
Te frena, al condenar, un atisbo de conciencia. No la suficiente.
Das tu veredicto y, ciego a la justicia, casi casi lo festinas.
Seguro de tu juicio, no renuncias.
Como a todos, se te advirtió que no juzgaras. Pero no entendiste.
Ya que el sistema lo exige, te hiciste magistrado.
Una forma, como cualquier otra, de ganarse la vida.
Pero tu tribunal también es otra celda de hierro al rojo vivo,
idéntica a la de tus víctimas. Por eso cierras los ojos
y confundes tu soberbia con amianto.
No eres una salamandra sino una cuija.
Arderás, con tus cofrades, en el  infierno que para los otros inventaste.
Tus demonios te pondrán en los zapatos de tus procesados.
Sólo entonces comprenderás que, también tú, te precipitaste.
Pero ahí está tu firma. No podrás evadir tu propio infierno.
Y serás condenado al mismo ostracismo al que nos condenaste.
Tú que hablas de amor, verdad, razón, justicia, te lo digo: no comprendiste.
Se acabaron para ti el reconocimiento y los aplausos.  
Que no hay otros haberes que quitarte.
Tampoco para ti hay indulto ni atenuantes.
Ya estás, como nosotros, en el corredor de la muerte.

viernes, 16 de julio de 2021

Sólo una parte

 










El metabolismo y la mente gestan y gestionan nuestros actos.
Día y noche el cuerpo los expresa, en sueño o pesadilla,
en la esférica superficie del planeta.
Dormir y despertar es tarea insomne de la melatonina.
La baja o la carencia de serotonina suelta el puñetazo,
acciona el gatillo, hunde el puñal, vierte el veneno.
La urgencia del ausente litio nos incita a suicidarnos.
El exceso de cortisol nos estresa, nos crispa, nos desgasta.
La pasión de la juventud tiene otro nombre: feniletilamina.
La vasopresina inventa y sostiene el matrimonio.
Su carencia induce a la promiscuidad o al poliamor.
No hay padres más protectores y amorosos que la oxitocina.
La felicidad, el Nirvana, no se alcanzan sin una escalera de endorfinas.
Celestina cómplice, la dopamina teje el love seat del placer.
La adrenalina allana el campo para la defensa o el escape.
Es el sistema endocrino espoleando el animal que somos,
compuesto de siete glándulas que segregan hormonas
que determinan nuestro metabolismo, nuestro quehacer diario,
nuestra felicidad, nuestra tristeza, nuestra rebeldía y conformismo,
nuestros sueños, nuestros pánicos, nuestros avances y retrocesos.
La psique nos esconde el 95 por ciento de lo que somos y tenemos.
Apenas un 5 por ciento de conciencia. La mayoría, ni eso.
¿Somos acaso responsables de la sangre que vertimos,
del daño que hacemos y nos hacen, del amor, la compasión,
la solidaridad, la fraternidad, el heroísmo?
La guerra y la paz ¿son cosa nuestra?
¿Acaso tenemos libre albedrío?
¿No somos quizás sólo patéticos guiñoles, marionetas, títeres
gobernados por un ventrílocuo, indiferente o perverso,
hecho de ciegos impulsos mentales y químicos?
¿Existen acaso culpa o mérito? En la duda, hay que abstenerse.  
Redúzcanse entonces nuestras condenas, nuestras culpas,
nuestra hazañas, logros y méritos en idéntica proporción.
¿Amnistía? Sí, para el 95 por ciento.
No es cosa nuestra que el 60 por ciento
de nuestros neurorreceptores cerebrales
estén hechos para canabinoides.
Mariguana, tabaco, alcohol, sicotrópicos, sexo para todos.
Yo ya no sé si voy o vuelvo.
Mientras lo pienso me fumo otro cigarro.


jueves, 15 de julio de 2021

Propósito


 







¿Cómo esta mezquindad de propósitos,
esta insignificancia en la tarea asignada,
este desgano, esta desidia, esta apatía,
este dejar que se corrompa el día
cuando la vida te exige compromiso?
¿Eres capaz de mayor complejidad,
de más entrega, de esfuerzo, sacrificio,
de poner más corazón, hasta tu aullido,
en esta carrera contra el absurdo entrópico
que carcome vorazmente los litorales de la vida?
¡Vaya, haz logrado abandonar tu miserable ego,
salir de tu estupor, romper tus límites,
ver más allá de tu piel y tu osamenta,
del pasado y del presente que encorsetan!
Aunque sea sólo un día el que te quede, sacrifícalo al futuro,
redímete, sé útil, ponte al frente en la línea de batalla
y mata o muere allanando el camino de aquellos,
mejores que tú, que han de transitarlo luego.
No, tu nombre no figurará en el memorial de los héroes,
pero eso es baladí, es secundario, es fútil.
No hay deshonra en ser sólo una piedra más en esta obra,
que ha de ser magna o no ha de ser.
Reconoce el mérito de la piedra angular,
de la columna de soporte y toma tu sitio.
Aguanta hasta desmoronarte si has de hacerlo.
Para eso estás. Sostener es tu función.
En la resistencia está tu mérito.
Si mueres bien, por mal que hayas vivido,
el absurdo se trasmutará en sentido,
y la ofrenda de tu persona en triunfo colectivo.
Quizás no tú, pero alguien más podrá llamar hogar
esto que, con persistencia y valor, hemos construido.

martes, 6 de julio de 2021

Cascada

 








Tengo la razón en la punta de la lengua
y, afásico, no puedo explicarme
ni explicar al mundo
puedo intentar un inventario
de mi vida o de la vida
pero será siempre una paráfrasis
del árido desierto o del oasis
de la realidad desangrándose en cascada
precipitándose de las cuencas de mis ojos
al inconsciente de mi nada
No, no puedo tocarla, nadie puede
el lenguaje corre paralelo a ella
pero no la sustituye ni la aprehende
digo todo y eso es todo
es apenas un vislumbre de un vislumbre
chispas de una hoguera más grande
que se agitan un instante en el aire
que las sostiene y las apaga
no puedo tocarme ni tocar a nadie
nadie puede tampoco tocarme ni tocarse
somos islas sin raíz a la deriva
deseosas de encontrarse y deshacerse
en un vértigo de orgasmo
pero no, una gravedad oscura
nos aleja unas de otras irrevocablemente
y nos condena a una desintegración estéril
y es por eso que, ahora,
tengo el llanto en la punta de la lengua
pero a mi corazón le aterra despeñarse.

33 grados a la sombra

Casi las 14:00 horas. Alrededor del mediodía desperté. Un silencio que no dice nada. En la lengua nicotina y cafeína. En cuerpo y pi...