También con las
palabras se hacen cárceles.
Ideas y
conceptos tan etéreos y tan firmes,
catedrales de
palabras que atan al dogma y al rito,
cielo,
infierno, purgatorio, limbo, normas, leyes,
salvación y
perdición, condicionado todo
a portarse
bien según las escrituras
y la
interpretación de sacerdotes y pastores
¿quiénes se
salvan y quiénes lo deciden?
El inmenso
edificio del partido
hecho de
principios y estatutos
que han de
ser respetados
o serás
expulsado o fusilado
por no ser
obediente, por no aceptar,
por
cuestionar las reglas de pertenencia.
Familia, gran
palabra en la que cada quien
se acomoda
como puede;
a algunos les
toca suelo
porque no
alcanzaron ni sofá ni cama;
gran palabra
que asfixia
con odios y dependencias
que algunos
confunden con el amor,
que no
conocen y, cuando se percatan,
se van
entonces a vivir las calles y los parques,
a poblar esas
regiones que de noche
son de nadie
y a nadie pertenecen.
Patria, mapa
fragmentado
en el que no
encuentras tu sitio.
Quizás renunciar
a tu religión,
tu partido,
tu familia, tu patria,
tu equipo
deportivo te deje desasido,
pero es el principio
de un lenguaje nuevo,
las palabras
nuevas que tendrás que inventar
para fabricar
tu propia estancia, tan grande
o tan pequeña
como tu léxico y tu propia cosmogonía;
no es el Nirvana
todavía, pero es un camino.
No lo
desperdicies. Avanza.