lunes, 18 de enero de 2021

Papel picado

La avenida es larga, ancha y arbolada. Paco la camina de un extremo al otro en 45 minutos. Le han salido ampollas en los pies de tanto transitarla. En algunos tramos el camellón tiene palmeras y está bordeado de bancas. Bajo la difusa luz amarillenta de las luminarias, alcanza a distinguir en una de las jardineras una bolsa de plástico negro amarrada por la boca. Sabe que la dejaron para él. Adentro hay dos tamales y un atole, todo ya descompuesto: la encontró tarde. Pero tiene hambre. Se come un tamal pero le resulta imposible tomarse el atole. Ahí mismo vomita lo que comió.  Camina hasta la fuente y hace unos buches de agua para quitarse el mal sabor de boca y toma un par de tragos para paliar la sed.

A la altura de la terminal de autobuses se sienta en una banca y limosnea: una moneda, un cigarro, lo que sea su voluntad. Hoy no fue un buen día y la noche no promete nada mejor. Regresa al baldío con el estómago aún revuelto. Siente que lleva años viviendo en la casa abandonada. El chamaquito del Kevin y la Leidi no debe tener más de tres meses y llora todo el tiempo. De hambre tal vez. Así es que cuando el niño chilla –como ahora-, Paco saca sus cartones al patio y se acuesta bajo las estrellas, pero los zancudos se ensañan con su cuerpo anestesiado.

sábado, 2 de enero de 2021

Porque estaban pasando cosas

Al mes ya había recibido una respuesta positiva de una ciudad cercana, aunque no duró ni tres meses en ese periódico. Cuando solicitó el trabajo le dijeron que no tenían plaza de editor ni de reportero disponible, pero que, si sus conocimientos de programas de diseño editorial eran suficientes, en ese preciso momento estaban necesitando una persona. Pensando en un futuro reacomodo, Abel aceptó de inmediato, dado que por esas fechas no tenía muchas opciones: se le terminaban los últimos centavos de la liquidación de su empleo anterior.

El jefe de diseño, que se llamaba Bartolomé, le hizo una prueba de maquetación utilizando fotos de archivo y texto falso. Esto último era una novedad para Abel: los recientes programas de edición permitían abrir una caja de texto y darle un llenado automático con texto falso. El “texto falso”, así llamado en la jerga del diseño, no era tal, sino latín clásico. Abel supuso que se trataba de extractos de la Eneida, de Virgilio, o de algún otro autor latino que los programadores habrían cargado. Superó la prueba sin problemas: lo de siempre, cajitas de imagen y cajitas de texto. Bartolomé -así le pidió que lo llamara-, le dijo que iba a estar unos días a prueba; si todo salía bien, a la quincena estaría cobrando su salario.

33 grados a la sombra

Casi las 14:00 horas. Alrededor del mediodía desperté. Un silencio que no dice nada. En la lengua nicotina y cafeína. En cuerpo y pi...