lunes, 20 de abril de 2020

Mexamérica: una cultura naciendo


Primera edición: agosto, 2017
D.R. © Fey Berman
D.R. © 2017, Comunicación e Información, S.A. de C.V.
edicionesproceso@proceso.com.mx
Impreso en México / Printed in Mexico.



El milagro de la comprensión
Sumando varias perspectivas, 
varios sistemas de referencia; 
reduciendo unos sistemas a otros; 
teniendo en cuenta la relatividad de todos ellos, 
y su interdependencia para un ojo omnipresente 
que acertara a mirar el cuadro desde todos los ángulos a la vez, 
nos acercaremos al milagro de la comprensión.

Pasado Inmediato
Alfonso Reyes/1942

En pocas palabras, el fenómeno mexamericano es resultado de la diáspora
más grande del planeta. No exagero: la diáspora más grande de la historia en el planeta.

Fey Berman

¿Cómo logra Fey Berman, quien se asume como mexamericana, lograr un retrato integral (o “casi”, que es, desde luego, solo un término prudencial porque probablemente existan otras interpretaciones, otros puntos de vista, que pudieran matizar o divergir de sus asertos), “(…) el milagro de la comprensión” del que habla Alfonso Reyes? Sencillo: 30 años viviendo en los Estados Unidos de América, una maestría y un doctorado en artes por la Universidad de Nueva York, y una continuada, exhaustiva, comprometida labor periodística y de investigación en la última década, y su amor y empatía –no tengamos miedo de usar estas palabras-, por su comunidad, confirman su derecho y le dan la autoridad académica para hablar de su mexamericanidad, puesto que, insertada en ella, mejor la ha estudiado y es la que mejor conoce.
De entrada, Fey nos sitúa en el hoy y el ahora de su comunidad:
“Son tiempos difíciles para los mexamericanos. Tiempos en que una narrativa llena de odio y sustentada en la ignorancia nos describe como criminales y como ladrones de empleos. Una retórica que, además de falsa, nos simplifica: da a entender que somos una masa uniforme, uno idéntico al otro, y que podemos ser fácilmente definidos con una simpleza anecdótica: “son mexicanos que cruzaron la frontera para trabajar en los EUA”. Porque somos muy diversos, porque el cruce de la frontera, legal o ilegal, es apenas un detalle de lo que somos y en lo que nos hemos ido convirtiendo, porque somos de cierto participantes de una cultura naciente, y distinguible, decidí publicar este libro de ensayos acerca de la presencia mexicana en Estados Unidos. Un tema que, por cierto, hasta ahora ha sido escasamente abordado”.
Fey Berman, como el mitológico Argos de los griegos antiguos, está llena de ojos y perspectivas: su mirada es poliédrica, buscando siempre la precisión con esforzada disciplina, ha dividido su libro en cinco secciones, que son, según ella misma enumera: “Retratos de inmigrantes trazados en las artes. El contexto político y social en el que viven los mexamericanos, incluyendo un apartado dedicado a la frontera, otro al fenómeno mexneoyorquino, otro a Chicago y uno más a Los Ángeles. Artistas mexicanos que han dejado huella en los Estados Unidos. Mexamericanos notables (más que remesas y folclor). Y, por fin, el castellano en Estados Unidos. Pienso que vale la pena chequear este escrito. ¿Está usted redi? (Espero no disapointear)”.
Comienza Fey por el principio. Una definición: ¿por qué el término Mexamérica?
“Los individuos de origen mexicano en Estados Unidos se autodenominan de varias maneras: latinos, hispanos, chicanos, mexicanos, méxico-americanos y hasta mexamericanos. Ninguno de estos gentilicios es correcto. El término exacto para referirse a los pobladores de Estados Unidos de origen mexicano debería ser mexicano-estadunidense, mex-estadunidense o algo similar. Sin embargo, quisiera aquí disculparme por rechazarlo. Es por buenas razones que no existe la costumbre de utilizar este gentilicio. El término es largo, fonéticamente torpe y difícil de pronunciar. Al adoptar Mexamérica en este manuscrito no se trata de someterme al imperialismo yanqui que se apropió del nombre de todo un continente, América, para referirse a la tierra gringa, hace mucho, mucho tiempo. Más bien, es adoptar el término más descriptivo, y más importante, el que la gente de origen mexicano que vive en los EUA usa para autonombrarse. Lo que no es casual: la palabra Mexamérica embona en la terminología que alude al origen de las distintas poblaciones que forman los Estados Unidos: mexamericano, afroamericano, asiático-americano. Así que queda Mexamérica. Con disculpas a la corrección política”.
Y precisa: “¿Pero existe de verdad algo que se pueda llamar Mexamérica? ¿O eso que llamamos así es México trasplantado a Norteamérica? Déjeme asegurarle al lector que existe Mexamérica. Que la cultura mexamericana no es la cultura mexicana en suelo gringo. Aunque sin duda está muy coloreada por lo mexicano, Mexamérica tiene colores de otros orígenes. Naturalmente en ella se ha infiltrado de forma poderosa el mundo anglosajón. Es decir, los valores y las formas del American way of life. Naturalmente también, ha sido polinizada por las otras culturas latinoamericanas: en los vecindarios latinos se cumple de forma inesperada el sueño de Simón Bolívar: una cultura mestiza hispanoamericana, una mezcla de todas las nacionalidades que hablan el español en el continente”.
¿Y por qué digo que es poliédrica la visión de Fey sobre los mexamericanos, y aun de los demás hispanos o latinos?
Porque lo mismo hace “la crónica de una obra de teatro, la reseña del concierto de un grupo que toca jazz jarocho, el perfil de una academia de mariachis con alumnos de distintos orígenes, el relato de la historia del primer pintor mexamericano, el reportaje de un día de elecciones en un barrio de indocumentados… “.
Fey nos documenta: en la década del 1990-2000, más de 7.5 millones de mexicanos emigraron a los Estados Unidos, por la delicada situación que priva en México, debida en parte a la firma del TLC y sus desastrosos resultados al sur de la frontera, el fracasado neoliberalismo que ha polarizado más a la sociedad mexicana y en el que insisten nuestros gobernantes, espurios o no. Esos millones de mexicanos, en proceso de mexamericanización, hacen un importante aporte económico tanto a la economía estadounidense, por medio de los impuestos que pagan, como a México mediante sus remesas. Esos millones de mexicanos que viven en la clandestinidad no reciben un solo beneficio social, pese al aporte que, insisto, hacen a la economía estadounidense.
Precisa Fey Berman que “(…) hablar de Mexamérica refiriéndose únicamente a los migrantes sin papeles es limitar la visión de una realidad multicolor a uno de sus matices. (…) Más bien, y especialmente ahora, tiempo de las vergonzosas deportaciones, es momento para narrar cuán larga es la historia de los habitantes de origen mexicano al norte del río Bravo. Una historia que se inicia aun antes de que ambos países tuvieran los nombres que hoy tienen, cuando eran parte del Imperio Español y del Reino Británico. Una historia que además se torna compleja con sólo recordar que alguna vez una tercera parte de Norteamérica fue México. Una historia larga, continuamente moldeada por circunstancias que han ido cambiando de forma radical”.
Insistir sobre la complejidad del fenómeno: “(…) a partir de 2010 la inmigración neta ha sido cero. Y desde hace cinco años se ha vuelto negativa. Es decir que ya para 2017, incluso antes de las deportaciones de Mister Trump, había más mexamericanos que volvían a México que los que llegaban a Norteamérica. Y ya desde el inicio de este siglo los nacimientos de niños norteamericanos de origen mexicano superaban a la inmigración como el principal motor del crecimiento de la población mexamericana”.
Algunos datos duros: los indocumentados representan sólo el 16% de los mexamericanos; la población mexamericana alcanza ya los 37.5 millones; de cada nueve habitantes de los EU, uno es mexamericano; los mexamericanos representan ya el 10% de la población laboral en el país del norte, volviéndola indispensable para la marcha de su economía; el noveno apellido más frecuente en Estados Unidos es García; y al sur de la frontera eso significa que, por cada 10 mexicanos, hay tres mexamericanos.
Tanto los estadounidenses como los mexicanos nos equivocamos en la apreciación de esta nueva identidad, lo que no es un problema menor. Puntualiza Berman: “Menos notable, pero igual de real, es la influencia afroamericana, asiática y judía en nuestros paisanos. ¿Por qué sin embargo no se reconoce a la cultura mexamericana en ninguno de los dos lados de la frontera como eso: una cultura? ¿Por qué no se le nombra como una idiosincrasia definida? En México persiste la necia ilusión de que los que se fueron siguen siendo como los que se quedaron, de que nada les ha pasado en el viaje, nada les ha pasado en décadas de vivir en Los Ángeles o en Chicago. Hablan spanglish pero son idénticos a sus familiares de Pátzcuaro, quiere esa necia ilusión. Y tampoco se reconoce lo mexamericano en Estados Unidos. Cuando acá se habla de lo mexamericano no se le distingue ningún sincretismo entre lo gringo y lo mexicano. Como si los mexamericanos vivieran totalmente aislados de los anglosajones, asiáticos, afroamericanos y judíos. Para muestra de la incomprensión de lo mexamericano está el hecho de que no existe ni en Estados Unidos ni en México un solo museo dedicado a la herencia mexicana en Gringolandia. Fundarlo ha sido un proyecto antiguo pero que todavía no logra tracción. ¡Qué desapointin!, diría cualquier mexamericano. Nos watchean, pero no nos quieren ver. Cierto, los mexamericanos parecen ser invisibles: en la periferia de la cultura norteamericana y en la periferia de la cultura mexicana”.
Aquí, una disgresión personal y final: hacia dónde va el mundo ¿hacia la integración o a la fragmentación? Un reconocimiento de hecho: las dos tendencias existen… y combaten entre sí. El Brexit es de hoy y es real. La mayoría de los escoceses están a disgusto con la salida de Gran Bretaña de la UE. Los independentistas de Cataluña son de hoy y son reales. El Quebec francófono oscila entre la independencia y la permanente integración al Canadá. Corea, partida en dos. Valones y flamencos parecen haber llegado a una, no sé si cordial, pero entente al fin, en Bélgica. El conflicto palestino israelí conoce los extremismos y a los extremistas entre los dos pueblos, pero también hay voces, de ambas partes, que luchan a favor de la coexistencia pacífica.
El fin del apartheid en Sudáfrica, la caída del muro de Berlín, la Unión Europea, van en el mismo sentido: integración. La misma sociedad mexicana es un ejemplo. A casi 500 años de la conquista de México, 300 años de coloniaje y 200 de independencia, la mayoría de la población nacional está mestizada en diferentes grados, con criollos e indígenas marcando los polos extremos de nuestra trágica paradoja sociopolítica. Pero el mestizaje, aquí, es ya una realidad; y el melting pot, allá, está en proceso. Y ninguno de los dos va a detenerse. No quiero parecer ingenuo: pero el proceso de integración, a la larga, va a ganar. ¿Por qué lo creo? Porque lo creyó Einstein cuando llenó su formato de ingreso a los Estados Unidos. En el rubro que inquiría sobre su raza contestó con la única palabra que era éticamente correcta: ¿Raza? Humana. Si reflexionamos sobre esto, ya habremos avanzado bastante.



El retratista de nuestro exilio americano: Martín Ramírez

Por Fey Berman

Lo apodan El Van Gogh mexicano. Y es que Martín Ramírez fue ignorado durante su vida y ahora, a casi 50 años de su muerte, recibe merecido reconocimiento. En la revista Artforum Cameron Shaw lo describe como un dibujante virtuoso. En The New York Times Robert Smith se refiere a él como “uno de los grandes artistas del siglo XX”. En los últimos cuatro años se han publicado dos libros dedicados a su obra y un tercero, simplemente titulado Martín Ramírez, acaba de salir en marzo. Hoy en día, varias colecciones privadas y museos alrededor del mundo poseen sus dibujos. Su obra se ha visto en exposiciones individuales y en otras en las que se presenta junto con artistas como Chagall, Miró y Dubuffet en museos de peso en cuatro continentes. Algunos de sus dibujos se valúan en 300 mil dólares. Y esta primavera, el Reina Sofía en Madrid abre una exposición en la que se exhiben 80 de sus obras. Sin embargo, Martín Ramírez es poco conocido en México. Y eso que, aunque esporádicamente, su obra se ha presentado en nuestro país desde los años setenta. ¿Quién es, entonces, Martín Ramírez?

Cruel destino y lucecita de esperanza
Ramírez nació en 1895 en Rincón de Velázquez de Tepatitlán, Jalisco. En 1925, este campesino indígena fervientemente religioso fue empujado por la guerra cristera y por la pobreza a irse del campo mexicano como brasero a California, dejando tras de sí una esposa embarazada y tres hijas.
En Estados Unidos trabajó en el mantenimiento de rieles de ferrocarril y también como minero. Pero se vino la Gran Depresión, y como ha sucedido una y otra vez cuando hay una crisis, la mayoría de los migrantes mexicanos fueron deportados o regresaron por voluntad propia a sus pueblos de origen. Sin embargo Ramírez se quedó, probablemente por la misma razón que muchos se quedan: su familia en México lo había perdido todo. Ramírez no hablaba inglés y como no tenía trabajo ni hogar, terminó vagabundeando por Los Ángeles. El choque cultural, el obstáculo del lenguaje, la falta de educación formal, la pobreza, la falta de lazos humanos y sobre todo el racismo, seguramente convergieron en su atroz aislamiento. En esa época era común que se internara a los desposeídos en hospitales psiquiátricos. Así Ramírez, como muchos migrantes indigentes, fue aprisionado en un manicomio. ¿De verdad enloqueció o su “demencia” era ser muy pobre y no hablar inglés? No lo sabemos. El hecho, consignado en registros oficiales, es que en 1931 Ramírez fue recluido en el Hospital Estatal de Stockton y a partir de 1948 en el Hospital Estatal DeWitt en Auburn, cerca de Sacramento. Inicialmente lo etiquetaron como maniático depresivo. Tras varias escapadas y regresos forzados al hospital lo diagnosticaron como esquizofrénico catatónico y luego como paranoico. Pasó el resto de su vida encerrado. Por lo menos desde que fue internado en DeWitt dedicó todo su tiempo a dibujar en silencio. Incluso, hasta hace unos años, se pensaba erróneamente que era mudo. Tal vez en lo profundo de su silencio, Ramírez encontró una vocación tan intensa que dominó su mundo entero sin dejar espacio siquiera para el lenguaje. Y aunque aparentemente tuvo alguna oportunidad de dejar el hospital y volver con su familia a México, se negó a hacerlo. Prefirió seguir pintando durante el tiempo que estuvo vivo. Recientemente, en un programa de radio de NPR, la estación pública de Nueva York, James Durfy, médico en DeWitt, testificó que Ramírez era uno de los pocos pacientes que tenía un cuarto privado y sin embargo pasaba las horas dibujando debajo de una mesa, agachado y en cuclillas, probablemente aterrado por los pacientes violentos. Durfy relató cómo dibujaba Ramírez con lápices, crayones y colores de palo. Contó con asombro que hacía vasijas de harina que secaba en los radiadores. En ellas machacaba y disolvía los colores con saliva y los calentaba con un cerillo para obtener tonos tenues. Con el mismo cerillo aplicaba la mezcla. En ocasiones hacía collages pegando recortes de revista con pan o papa y agua. Pintaba encima de sobres, bolsas y vasos de papel aplanado, sobre periódico y sobre el papel que se utiliza en las mesas de exploración de los consultorios médicos. Las reglas del hospital estipulaban que los dibujos de los pacientes debían ser confiscados y quemados. Así se perdió buena parte de sus dibujos. Pero en los años cincuenta, Tarmo Pasto, profesor de psicología y arte en la Universidad Estatal de Sacramento e investigador en DeWitt, empezó a conservar algunos, con el fin de ilustrar sus presentaciones académicas sobre creatividad y locura. La fuerza y originalidad de la obra de Ramírez lo sedujeron. Pasto le dio mejores materiales y se hizo de la vista gorda dejando que Ramírez escondiera papel, colores y dibujos. Además, Pasto fue coleccionando la obra de Ramírez y logró que se mostrara en galerías de universidades. Le pareció tan importante que mandó algunos dibujos al Museo Guggenheim de Nueva York. Pero el museo ignoró la obra de Ramírez, quien murió en 1963 de un embolismo pulmonar. Durante su vida sus dibujos sólo alcanzaron los ojos de unos pocos. A finales de los setenta, Jim Nutt, un artista de Chicago invitado a dar clases en la Universidad Estatal de Sacramento, se topó con 300 dibujos de Ramírez que Pasto había conservado y archivado en la bodega de la galería universitaria. Nutt, conmovido con los dibujos, se los compró todos a Pasto y con ayuda de la curadora Phyllis Kind se volvió portavoz de Ramírez, exhibiendo su obra en varias instituciones. A partir de los ochenta, gracias a un nuevo contexto, más amable hacia lo multicultural, la originalidad de Ramírez empezó poco a poco a apreciarse sin insistir en atribuirla a su ya dudosa locura. En 1985 la Galería Goldie Paley organizó la primera exposición individual de importancia de la obra de Ramírez, que viajó por varias ciudades de Estados Unidos y Canadá. Le siguieron varias exposiciones, dos de ellas en la Ciudad de México. Pero el gran cambio sucedió hace apenas pocos años. Gracias a investigaciones rigurosas realizadas por académicos, como el sociólogo Víctor M. Espinosa, se han corregido mitos falsos sobre Ramírez, como la fecha de su nacimiento y la creencia de su mudez. Por otro lado, en 2007 el American Folk Art Museum de Nueva York presentó una retrospectiva de la obra de Ramírez que recorrió varias ciudades y que incluyó 97 dibujos, entre ellos los del Guggenheim, redescubiertos en 1997. La crítica a la exposición fue eufórica. Por primera vez se valuó la obra por sí misma y se le calificó de espléndida. La fama del artista explotó como pólvora por el mundo entero. El éxito de la retrospectiva tuvo además un efecto inesperado. La enorme publicidad lograda llevó al descubrimiento de más dibujos de Ramírez. Tras la muestra, aún en 2007, la directora del museo, Brooke Davis Anderson, recibió noticias de que la familia de Max Dunievitz, director médico del DeWitt durante el primer lustro de los sesenta, poseía ciento cuarenta dibujos de Ramírez realizados en sus últimos tres años de vida. La familia los conservaba en una caja encima de un refrigerador en el garaje de su casa. Aprovechando el hallazgo, el museo organizó otra exposición de la obra de Ramírez que duró seis meses. En enero de 2008, Maureen Hammond, que también había leído las críticas sobre la exposición de 2007, puso en consigna en la casa de subastas Sotheby’s de Nueva York 17 dibujos de Ramírez. Con el fin de legitimar a Hammond como dueña de las obras, Sotheby’s contactó a los descendientes de Ramírez, que habían sido invitados especiales a la retrospectiva del American Folk Art Museum el año anterior. Entonces se inició una contienda legal. Hammond defendió ser la dueña de la obra con el argumento de que la recibió como regalo en 1961. Ella estudiaba para ser terapeuta ocupacional. Le había escrito a Pasto sobre las posibilidades del arte como terapia y Pasto le respondió agregando los dibujos de Ramírez como regalo. Los abogados de la familia Ramírez demandan más de 9 millones de dólares por los dibujos; su alegato: Pasto no tenía derecho a regalar lo que no era suyo. La contienda legal entre Hammond y la familia Ramírez no termina todavía y ha paralizado la venta de estos dibujos. Por otra parte, a finales de 2008 se supo de otros seis dibujos realizados en los cincuenta que habían estado en manos de un empleado del DeWitt. Ignorado en vida, ahora Ramírez, superestrella global, es el objeto de muchas y muy rabiosas codicias. Y sin embargo, más allá del ruido que la avidez provoca, queda el silencio alucinado y alucinante de su obra.

Sus dibujos mexamericanos
Es así, en efecto. Los dibujos de Ramírez vibran en silencio por su calidad plástica, fuerza dramática y por su riqueza imaginativa. Hoy se conocen más de 450 de ellos. Algunos son diminutos, otros llegan a medir 42 centímetros por casi seis metros. Todos, sin embargo, tienen la marca de la experiencia mexamericana. Enraizados en las vivencias de Ramírez fuera del hospital, son una reconstrucción alucinada de sus memorias o de su memoria de los motivos icónicos de Mexamérica. Mexamérica: ese territorio geográfico y de la imaginación donde Norteamérica y México se hibridizan para mutarse en algo más, algo nuevo. En los retratos de Ramírez se repiten pocos personajes. Una mujer que usa huaraches y una corona. ¿Tal vez una virgen y al mismo tiempo su mujer abandonada? Un hombre que dibuja con los ojos cerrados recordando o soñando. ¿Él mismo? Un hombre armado y cabalgando. ¿Un cowboy como el de las películas que exhibían en el hospital o un cristero en Jalisco? Un venado solitario. No es casual la soledad de los personajes de Ramírez: solo estuvo él gran parte de su vida, agachado y acuclillado bajo una mesa, para resguardarse de los locos que le rodeaban. A veces, los fondos que enmarcan el retrato son líneas que parten de la figura alejándose a los bordes del papel creando una especie de aura, o un nicho, o el proscenio de un escenario, en ocasiones escalonado. Otras veces, las líneas parten de los bordes encasillando el retrato dando la impresión de que el personaje está atrapado. Sus paisajes son rurales, urbanos o una transición entre estos dos escenarios. En ellos aparecen culebras, zorrillos, conejos, burros, perros y pájaros; rascacielos, iglesias coloniales, calaveras tocando el violín, barcos sobre olas con velas en popa, automóviles; arcos formando acueductos; y las más de las veces, trenes sobre rieles que entran y salen de túneles. Pero en ocasiones, los autos han sido transformados en tortugas y los arcos de los túneles están formados por nopales. Visualmente las líneas repetitivas que recurren regularmente forman rieles, túneles, arcos, olas, prados de maíz y nopales o diseños abstractos. Estos diseños le dan contexto a las figuras, las hacen resaltar y, al mismo tiempo, hacen que la composición total produzca un efecto óptico alucinante, como sucede en los dibujos de Escher. La repetición obsesiva de líneas envolventes alrededor de las imágenes, inspirada tal vez en las grecas decorativas del arte prehispánico y colonial, parece ser una insistencia terca en recordar el pasado. Probablemente el aislamiento de este autodidacta y especialmente su patente búsqueda de identidad personal en sus dibujos lo explican. Pero más allá de interpretaciones sobre la personalidad de Ramírez, lo que cuenta es que al espectador le producen una sensación rítmica y de fluidez. El espacio creado es armoniosamente decorativo y al mismo tiempo está impregnado de drama. Sus trenes, barcos y automóviles nos hacen viajar entre la realidad y el sueño, entre lo real y lo imaginario, entre el sincretismo cultural mexicano y el mexamericano. El contraste entre las figuras “representativas” y las líneas abstractas formando arabescos es extraordinario: un laberinto poético descendiendo al inconsciente. Un viaje onírico que a la vez tortura y complace. ¿Realismo mágico? Pues sí. Aunque la etiqueta parezca trillada y a menudo nombre un arte graciosito, voluntariamente dizque onírico. Digámoslo así: realismo mágico verdadero.
Entre México y Estados Unidos
Hoy, que tantos mexicanos siguen cruzando la frontera, la obra mágica y magnífica de Martín Ramírez es especialmente conmovedora. Los suyos son retratos íntimos de la experiencia de los migrantes indocumentados de antes y de ahora, acaso de las décadas por venir. Retratos íntimos del sufrimiento y la humillación de esos hombres y mujeres expulsados de México por el infortunio y extraviados en el enajenado laberinto norteamericano. Tarde, hemos encontrado a nuestro hermano Martín Ramírez. El retratista de nuestro exilio. (Día Siete, 2010)


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