Primera
edición: agosto, 2017
D.R. © Fey
Berman
D.R. © 2017,
Comunicación e Información, S.A. de C.V.
edicionesproceso@proceso.com.mx
Impreso en
México / Printed in Mexico.
El milagro de
la comprensión
Sumando varias
perspectivas,
varios sistemas de referencia;
reduciendo unos sistemas a otros;
teniendo en cuenta la relatividad de todos ellos,
y su interdependencia para un
ojo omnipresente
que acertara a mirar el cuadro desde todos los ángulos a la
vez,
nos acercaremos al milagro de la comprensión.
Pasado
Inmediato
Alfonso
Reyes/1942
En pocas
palabras, el fenómeno mexamericano es resultado de la diáspora
más grande del planeta. No exagero: la diáspora más grande de la historia en el planeta.
más grande del planeta. No exagero: la diáspora más grande de la historia en el planeta.
Fey Berman
¿Cómo logra
Fey Berman, quien se asume como mexamericana, lograr un retrato integral (o
“casi”, que es, desde luego, solo un término prudencial porque probablemente
existan otras interpretaciones, otros puntos de vista, que pudieran matizar o
divergir de sus asertos), “(…) el milagro de la comprensión” del que habla
Alfonso Reyes? Sencillo: 30 años viviendo en los Estados Unidos de América, una
maestría y un doctorado en artes por la Universidad de Nueva York, y una
continuada, exhaustiva, comprometida labor periodística y de investigación en la
última década, y su amor y empatía –no tengamos miedo de usar estas palabras-, por
su comunidad, confirman su derecho y le dan la autoridad académica para hablar
de su mexamericanidad, puesto que, insertada en ella, mejor la ha estudiado y
es la que mejor conoce.
De entrada,
Fey nos sitúa en el hoy y el ahora de su comunidad:
“Son tiempos
difíciles para los mexamericanos. Tiempos en que una narrativa llena de odio y
sustentada en la ignorancia nos describe como criminales y como ladrones de
empleos. Una retórica que, además de falsa, nos simplifica: da a entender que
somos una masa uniforme, uno idéntico al otro, y que podemos ser fácilmente
definidos con una simpleza anecdótica: “son mexicanos que cruzaron la frontera
para trabajar en los EUA”. Porque somos muy diversos, porque el cruce de la
frontera, legal o ilegal, es apenas un detalle de lo que somos y en lo que nos
hemos ido convirtiendo, porque somos de cierto participantes de una cultura
naciente, y distinguible, decidí publicar este libro de ensayos acerca de la
presencia mexicana en Estados Unidos. Un tema que, por cierto, hasta ahora ha
sido escasamente abordado”.
Fey Berman,
como el mitológico Argos de los griegos antiguos, está llena de ojos y
perspectivas: su mirada es poliédrica, buscando siempre la precisión con
esforzada disciplina, ha dividido su libro en cinco secciones, que son, según
ella misma enumera: “Retratos de inmigrantes trazados en las artes. El contexto
político y social en el que viven los mexamericanos, incluyendo un apartado
dedicado a la frontera, otro al fenómeno mexneoyorquino, otro a Chicago y uno
más a Los Ángeles. Artistas mexicanos que han dejado huella en los Estados
Unidos. Mexamericanos notables (más que remesas y folclor). Y, por fin, el
castellano en Estados Unidos. Pienso que vale la pena chequear este escrito.
¿Está usted redi? (Espero no disapointear)”.
Comienza Fey
por el principio. Una definición: ¿por qué el término Mexamérica?
“Los individuos
de origen mexicano en Estados Unidos se autodenominan de varias maneras:
latinos, hispanos, chicanos, mexicanos, méxico-americanos y hasta
mexamericanos. Ninguno de estos gentilicios es correcto. El término exacto para
referirse a los pobladores de Estados Unidos de origen mexicano debería ser
mexicano-estadunidense, mex-estadunidense o algo similar. Sin embargo, quisiera
aquí disculparme por rechazarlo. Es por buenas razones que no existe la
costumbre de utilizar este gentilicio. El término es largo, fonéticamente torpe
y difícil de pronunciar. Al adoptar Mexamérica en este manuscrito no se trata
de someterme al imperialismo yanqui que se apropió del nombre de todo un
continente, América, para referirse a la tierra gringa, hace mucho, mucho tiempo.
Más bien, es adoptar el término más descriptivo, y más importante, el que la
gente de origen mexicano que vive en los EUA usa para autonombrarse. Lo que no
es casual: la palabra Mexamérica embona en la terminología que alude al origen
de las distintas poblaciones que forman los Estados Unidos: mexamericano,
afroamericano, asiático-americano. Así que queda Mexamérica. Con disculpas a la
corrección política”.
Y precisa:
“¿Pero existe de verdad algo que se pueda llamar Mexamérica? ¿O eso que
llamamos así es México trasplantado a Norteamérica? Déjeme asegurarle al lector
que existe Mexamérica. Que la cultura mexamericana no es la cultura mexicana en
suelo gringo. Aunque sin duda está muy coloreada por lo mexicano, Mexamérica
tiene colores de otros orígenes. Naturalmente en ella se ha infiltrado de forma
poderosa el mundo anglosajón. Es decir, los valores y las formas del American
way of life. Naturalmente también, ha sido polinizada por las otras culturas
latinoamericanas: en los vecindarios latinos se cumple de forma inesperada el
sueño de Simón Bolívar: una cultura mestiza hispanoamericana, una mezcla de
todas las nacionalidades que hablan el español en el continente”.
¿Y por qué
digo que es poliédrica la visión de Fey sobre los mexamericanos, y aun de los demás
hispanos o latinos?
Porque lo
mismo hace “la crónica de una obra de teatro, la reseña del concierto de un
grupo que toca jazz jarocho, el perfil de una academia de mariachis con alumnos
de distintos orígenes, el relato de la historia del primer pintor mexamericano,
el reportaje de un día de elecciones en un barrio de indocumentados… “.
Fey nos
documenta: en la década del 1990-2000, más de 7.5 millones de mexicanos
emigraron a los Estados Unidos, por la delicada situación que priva en México,
debida en parte a la firma del TLC y sus desastrosos resultados al sur de la
frontera, el fracasado neoliberalismo que ha polarizado más a la sociedad
mexicana y en el que insisten nuestros gobernantes, espurios o no. Esos
millones de mexicanos, en proceso de mexamericanización, hacen un importante
aporte económico tanto a la economía estadounidense, por medio de los impuestos
que pagan, como a México mediante sus remesas. Esos millones de mexicanos que
viven en la clandestinidad no reciben un solo beneficio social, pese al aporte
que, insisto, hacen a la economía estadounidense.
Precisa Fey
Berman que “(…) hablar de Mexamérica refiriéndose únicamente a los migrantes
sin papeles es limitar la visión de una realidad multicolor a uno de sus
matices. (…) Más bien, y especialmente ahora, tiempo de las vergonzosas
deportaciones, es momento para narrar cuán larga es la historia de los
habitantes de origen mexicano al norte del río Bravo. Una historia que se
inicia aun antes de que ambos países tuvieran los nombres que hoy tienen,
cuando eran parte del Imperio Español y del Reino Británico. Una historia que
además se torna compleja con sólo recordar que alguna vez una tercera parte de
Norteamérica fue México. Una historia larga, continuamente moldeada por circunstancias
que han ido cambiando de forma radical”.
Insistir sobre
la complejidad del fenómeno: “(…) a partir de 2010 la inmigración neta ha sido
cero. Y desde hace cinco años se ha vuelto negativa. Es decir que ya para 2017,
incluso antes de las deportaciones de Mister Trump, había más mexamericanos que
volvían a México que los que llegaban a Norteamérica. Y ya desde el inicio de
este siglo los nacimientos de niños norteamericanos de origen mexicano
superaban a la inmigración como el principal motor del crecimiento de la
población mexamericana”.
Algunos datos
duros: los indocumentados representan sólo el 16% de los mexamericanos; la
población mexamericana alcanza ya los 37.5 millones; de cada nueve habitantes
de los EU, uno es mexamericano; los mexamericanos representan ya el 10% de la
población laboral en el país del norte, volviéndola indispensable para la
marcha de su economía; el noveno apellido más frecuente en Estados Unidos es
García; y al sur de la frontera eso significa que, por cada 10 mexicanos, hay
tres mexamericanos.
Tanto los
estadounidenses como los mexicanos nos equivocamos en la apreciación de esta
nueva identidad, lo que no es un problema menor. Puntualiza Berman: “Menos
notable, pero igual de real, es la influencia afroamericana, asiática y judía
en nuestros paisanos. ¿Por qué sin embargo no se reconoce a la cultura
mexamericana en ninguno de los dos lados de la frontera como eso: una cultura?
¿Por qué no se le nombra como una idiosincrasia definida? En México persiste la
necia ilusión de que los que se fueron siguen siendo como los que se quedaron,
de que nada les ha pasado en el viaje, nada les ha pasado en décadas de vivir
en Los Ángeles o en Chicago. Hablan spanglish pero son idénticos a sus
familiares de Pátzcuaro, quiere esa necia ilusión. Y tampoco se reconoce lo
mexamericano en Estados Unidos. Cuando acá se habla de lo mexamericano no se le
distingue ningún sincretismo entre lo gringo y lo mexicano. Como si los
mexamericanos vivieran totalmente aislados de los anglosajones, asiáticos, afroamericanos
y judíos. Para muestra de la incomprensión de lo mexamericano está el hecho de
que no existe ni en Estados Unidos ni en México un solo museo dedicado a la
herencia mexicana en Gringolandia. Fundarlo ha sido un proyecto antiguo pero
que todavía no logra tracción. ¡Qué desapointin!, diría cualquier mexamericano.
Nos watchean, pero no nos quieren ver. Cierto, los mexamericanos parecen ser
invisibles: en la periferia de la cultura norteamericana y en la periferia de
la cultura mexicana”.
Aquí, una
disgresión personal y final: hacia dónde va el mundo ¿hacia la integración o a
la fragmentación? Un reconocimiento de hecho: las dos tendencias existen… y
combaten entre sí. El Brexit es de hoy y es real. La mayoría de los escoceses
están a disgusto con la salida de Gran Bretaña de la UE. Los independentistas
de Cataluña son de hoy y son reales. El Quebec francófono oscila entre la
independencia y la permanente integración al Canadá. Corea, partida en dos. Valones
y flamencos parecen haber llegado a una, no sé si cordial, pero entente al fin,
en Bélgica. El conflicto palestino israelí conoce los extremismos y a los
extremistas entre los dos pueblos, pero también hay voces, de ambas partes, que
luchan a favor de la coexistencia pacífica.
El fin del
apartheid en Sudáfrica, la caída del muro de Berlín, la Unión Europea, van en
el mismo sentido: integración. La misma sociedad mexicana es un ejemplo. A casi
500 años de la conquista de México, 300 años de coloniaje y 200 de
independencia, la mayoría de la población nacional está mestizada en diferentes
grados, con criollos e indígenas marcando los polos extremos de nuestra trágica
paradoja sociopolítica. Pero el mestizaje, aquí, es ya una realidad; y el
melting pot, allá, está en proceso. Y ninguno de los dos va a detenerse. No
quiero parecer ingenuo: pero el proceso de integración, a la larga, va a ganar.
¿Por qué lo creo? Porque lo creyó Einstein cuando llenó su formato de ingreso a
los Estados Unidos. En el rubro que inquiría sobre su raza contestó con la
única palabra que era éticamente correcta: ¿Raza? Humana. Si reflexionamos
sobre esto, ya habremos avanzado bastante.
El retratista
de nuestro exilio americano: Martín Ramírez
Por Fey Berman
Lo apodan El
Van Gogh mexicano. Y es que Martín Ramírez fue ignorado durante su vida y
ahora, a casi 50 años de su muerte, recibe merecido reconocimiento. En la
revista Artforum Cameron Shaw lo describe como un dibujante virtuoso. En The
New York Times Robert Smith se refiere a él como “uno de los grandes artistas
del siglo XX”. En los últimos cuatro años se han publicado dos libros dedicados
a su obra y un tercero, simplemente titulado Martín Ramírez, acaba de salir en
marzo. Hoy en día, varias colecciones privadas y museos alrededor del mundo
poseen sus dibujos. Su obra se ha visto en exposiciones individuales y en otras
en las que se presenta junto con artistas como Chagall, Miró y Dubuffet en
museos de peso en cuatro continentes. Algunos de sus dibujos se valúan en 300
mil dólares. Y esta primavera, el Reina Sofía en Madrid abre una exposición en
la que se exhiben 80 de sus obras. Sin embargo, Martín Ramírez es poco conocido
en México. Y eso que, aunque esporádicamente, su obra se ha presentado en
nuestro país desde los años setenta. ¿Quién es, entonces, Martín Ramírez?
Cruel destino
y lucecita de esperanza
Ramírez nació
en 1895 en Rincón de Velázquez de Tepatitlán, Jalisco. En 1925, este campesino
indígena fervientemente religioso fue empujado por la guerra cristera y por la
pobreza a irse del campo mexicano como brasero a California, dejando tras de sí
una esposa embarazada y tres hijas.
En Estados
Unidos trabajó en el mantenimiento de rieles de ferrocarril y también como
minero. Pero se vino la Gran Depresión, y como ha sucedido una y otra vez
cuando hay una crisis, la mayoría de los migrantes mexicanos fueron deportados
o regresaron por voluntad propia a sus pueblos de origen. Sin embargo Ramírez
se quedó, probablemente por la misma razón que muchos se quedan: su familia en
México lo había perdido todo. Ramírez no hablaba inglés y como no tenía trabajo
ni hogar, terminó vagabundeando por Los Ángeles. El choque cultural, el
obstáculo del lenguaje, la falta de educación formal, la pobreza, la falta de
lazos humanos y sobre todo el racismo, seguramente convergieron en su atroz
aislamiento. En esa época era común que se internara a los desposeídos en
hospitales psiquiátricos. Así Ramírez, como muchos migrantes indigentes, fue
aprisionado en un manicomio. ¿De verdad enloqueció o su “demencia” era ser muy
pobre y no hablar inglés? No lo sabemos. El hecho, consignado en registros
oficiales, es que en 1931 Ramírez fue recluido en el Hospital Estatal de
Stockton y a partir de 1948 en el Hospital Estatal DeWitt en Auburn, cerca de
Sacramento. Inicialmente lo etiquetaron como maniático depresivo. Tras varias
escapadas y regresos forzados al hospital lo diagnosticaron como esquizofrénico
catatónico y luego como paranoico. Pasó el resto de su vida encerrado. Por lo
menos desde que fue internado en DeWitt dedicó todo su tiempo a dibujar en
silencio. Incluso, hasta hace unos años, se pensaba erróneamente que era mudo.
Tal vez en lo profundo de su silencio, Ramírez encontró una vocación tan
intensa que dominó su mundo entero sin dejar espacio siquiera para el lenguaje.
Y aunque aparentemente tuvo alguna oportunidad de dejar el hospital y volver
con su familia a México, se negó a hacerlo. Prefirió seguir pintando durante el
tiempo que estuvo vivo. Recientemente, en un programa de radio de NPR, la
estación pública de Nueva York, James Durfy, médico en DeWitt, testificó que
Ramírez era uno de los pocos pacientes que tenía un cuarto privado y sin
embargo pasaba las horas dibujando debajo de una mesa, agachado y en cuclillas,
probablemente aterrado por los pacientes violentos. Durfy relató cómo dibujaba
Ramírez con lápices, crayones y colores de palo. Contó con asombro que hacía
vasijas de harina que secaba en los radiadores. En ellas machacaba y disolvía
los colores con saliva y los calentaba con un cerillo para obtener tonos
tenues. Con el mismo cerillo aplicaba la mezcla. En ocasiones hacía collages
pegando recortes de revista con pan o papa y agua. Pintaba encima de sobres,
bolsas y vasos de papel aplanado, sobre periódico y sobre el papel que se
utiliza en las mesas de exploración de los consultorios médicos. Las reglas del
hospital estipulaban que los dibujos de los pacientes debían ser confiscados y
quemados. Así se perdió buena parte de sus dibujos. Pero en los años cincuenta,
Tarmo Pasto, profesor de psicología y arte en la Universidad Estatal de
Sacramento e investigador en DeWitt, empezó a conservar algunos, con el fin de
ilustrar sus presentaciones académicas sobre creatividad y locura. La fuerza y
originalidad de la obra de Ramírez lo sedujeron. Pasto le dio mejores
materiales y se hizo de la vista gorda dejando que Ramírez escondiera papel,
colores y dibujos. Además, Pasto fue coleccionando la obra de Ramírez y logró
que se mostrara en galerías de universidades. Le pareció tan importante que
mandó algunos dibujos al Museo Guggenheim de Nueva York. Pero el museo ignoró
la obra de Ramírez, quien murió en 1963 de un embolismo pulmonar. Durante su
vida sus dibujos sólo alcanzaron los ojos de unos pocos. A finales de los
setenta, Jim Nutt, un artista de Chicago invitado a dar clases en la Universidad
Estatal de Sacramento, se topó con 300 dibujos de Ramírez que Pasto había
conservado y archivado en la bodega de la galería universitaria. Nutt,
conmovido con los dibujos, se los compró todos a Pasto y con ayuda de la
curadora Phyllis Kind se volvió portavoz de Ramírez, exhibiendo su obra en
varias instituciones. A partir de los ochenta, gracias a un nuevo contexto, más
amable hacia lo multicultural, la originalidad de Ramírez empezó poco a poco a
apreciarse sin insistir en atribuirla a su ya dudosa locura. En 1985 la Galería
Goldie Paley organizó la primera exposición individual de importancia de la
obra de Ramírez, que viajó por varias ciudades de Estados Unidos y Canadá. Le
siguieron varias exposiciones, dos de ellas en la Ciudad de México. Pero el
gran cambio sucedió hace apenas pocos años. Gracias a investigaciones rigurosas
realizadas por académicos, como el sociólogo Víctor M. Espinosa, se han
corregido mitos falsos sobre Ramírez, como la fecha de su nacimiento y la
creencia de su mudez. Por otro lado, en 2007 el American Folk Art Museum de
Nueva York presentó una retrospectiva de la obra de Ramírez que recorrió varias
ciudades y que incluyó 97 dibujos, entre ellos los del Guggenheim,
redescubiertos en 1997. La crítica a la exposición fue eufórica. Por primera
vez se valuó la obra por sí misma y se le calificó de espléndida. La fama del
artista explotó como pólvora por el mundo entero. El éxito de la retrospectiva
tuvo además un efecto inesperado. La enorme publicidad lograda llevó al descubrimiento
de más dibujos de Ramírez. Tras la muestra, aún en 2007, la directora del
museo, Brooke Davis Anderson, recibió noticias de que la familia de Max
Dunievitz, director médico del DeWitt durante el primer lustro de los sesenta,
poseía ciento cuarenta dibujos de Ramírez realizados en sus últimos tres años
de vida. La familia los conservaba en una caja encima de un refrigerador en el
garaje de su casa. Aprovechando el hallazgo, el museo organizó otra exposición
de la obra de Ramírez que duró seis meses. En enero de 2008, Maureen Hammond,
que también había leído las críticas sobre la exposición de 2007, puso en
consigna en la casa de subastas Sotheby’s de Nueva York 17 dibujos de Ramírez.
Con el fin de legitimar a Hammond como dueña de las obras, Sotheby’s contactó a
los descendientes de Ramírez, que habían sido invitados especiales a la
retrospectiva del American Folk Art Museum el año anterior. Entonces se inició
una contienda legal. Hammond defendió ser la dueña de la obra con el argumento
de que la recibió como regalo en 1961. Ella estudiaba para ser terapeuta
ocupacional. Le había escrito a Pasto sobre las posibilidades del arte como
terapia y Pasto le respondió agregando los dibujos de Ramírez como regalo. Los
abogados de la familia Ramírez demandan más de 9 millones de dólares por los
dibujos; su alegato: Pasto no tenía derecho a regalar lo que no era suyo. La
contienda legal entre Hammond y la familia Ramírez no termina todavía y ha
paralizado la venta de estos dibujos. Por otra parte, a finales de 2008 se supo
de otros seis dibujos realizados en los cincuenta que habían estado en manos de
un empleado del DeWitt. Ignorado en vida, ahora Ramírez, superestrella global,
es el objeto de muchas y muy rabiosas codicias. Y sin embargo, más allá del
ruido que la avidez provoca, queda el silencio alucinado y alucinante de su
obra.
Sus dibujos
mexamericanos
Es así, en
efecto. Los dibujos de Ramírez vibran en silencio por su calidad plástica,
fuerza dramática y por su riqueza imaginativa. Hoy se conocen más de 450 de
ellos. Algunos son diminutos, otros llegan a medir 42 centímetros por casi seis
metros. Todos, sin embargo, tienen la marca de la experiencia mexamericana.
Enraizados en las vivencias de Ramírez fuera del hospital, son una
reconstrucción alucinada de sus memorias o de su memoria de los motivos
icónicos de Mexamérica. Mexamérica: ese territorio geográfico y de la
imaginación donde Norteamérica y México se hibridizan para mutarse en algo más,
algo nuevo. En los retratos de Ramírez se repiten pocos personajes. Una mujer
que usa huaraches y una corona. ¿Tal vez una virgen y al mismo tiempo su mujer
abandonada? Un hombre que dibuja con los ojos cerrados recordando o soñando.
¿Él mismo? Un hombre armado y cabalgando. ¿Un cowboy como el de las películas
que exhibían en el hospital o un cristero en Jalisco? Un venado solitario. No
es casual la soledad de los personajes de Ramírez: solo estuvo él gran parte de
su vida, agachado y acuclillado bajo una mesa, para resguardarse de los locos
que le rodeaban. A veces, los fondos que enmarcan el retrato son líneas que
parten de la figura alejándose a los bordes del papel creando una especie de
aura, o un nicho, o el proscenio de un escenario, en ocasiones escalonado.
Otras veces, las líneas parten de los bordes encasillando el retrato dando la
impresión de que el personaje está atrapado. Sus paisajes son rurales, urbanos
o una transición entre estos dos escenarios. En ellos aparecen culebras,
zorrillos, conejos, burros, perros y pájaros; rascacielos, iglesias coloniales,
calaveras tocando el violín, barcos sobre olas con velas en popa, automóviles;
arcos formando acueductos; y las más de las veces, trenes sobre rieles que
entran y salen de túneles. Pero en ocasiones, los autos han sido transformados
en tortugas y los arcos de los túneles están formados por nopales. Visualmente
las líneas repetitivas que recurren regularmente forman rieles, túneles, arcos,
olas, prados de maíz y nopales o diseños abstractos. Estos diseños le dan
contexto a las figuras, las hacen resaltar y, al mismo tiempo, hacen que la
composición total produzca un efecto óptico alucinante, como sucede en los
dibujos de Escher. La repetición obsesiva de líneas envolventes alrededor de
las imágenes, inspirada tal vez en las grecas decorativas del arte prehispánico
y colonial, parece ser una insistencia terca en recordar el pasado.
Probablemente el aislamiento de este autodidacta y especialmente su patente
búsqueda de identidad personal en sus dibujos lo explican. Pero más allá de
interpretaciones sobre la personalidad de Ramírez, lo que cuenta es que al
espectador le producen una sensación rítmica y de fluidez. El espacio creado es
armoniosamente decorativo y al mismo tiempo está impregnado de drama. Sus
trenes, barcos y automóviles nos hacen viajar entre la realidad y el sueño,
entre lo real y lo imaginario, entre el sincretismo cultural mexicano y el
mexamericano. El contraste entre las figuras “representativas” y las líneas
abstractas formando arabescos es extraordinario: un laberinto poético
descendiendo al inconsciente. Un viaje onírico que a la vez tortura y complace.
¿Realismo mágico? Pues sí. Aunque la etiqueta parezca trillada y a menudo
nombre un arte graciosito, voluntariamente dizque onírico. Digámoslo así:
realismo mágico verdadero.
Entre México y
Estados Unidos
Hoy, que
tantos mexicanos siguen cruzando la frontera, la obra mágica y magnífica de
Martín Ramírez es especialmente conmovedora. Los suyos son retratos íntimos de
la experiencia de los migrantes indocumentados de antes y de ahora, acaso de las
décadas por venir. Retratos íntimos del sufrimiento y la humillación de esos
hombres y mujeres expulsados de México por el infortunio y extraviados en el
enajenado laberinto norteamericano. Tarde, hemos encontrado a nuestro hermano
Martín Ramírez. El retratista de nuestro exilio. (Día Siete, 2010)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario