Incógnito. Las vidas secretas del cerebro
David Eagleman
(Anagrama, Colección Argumentos)
Puede que le cueste expresar en
palabras las características de la manera de andar de su padre, o de la forma
de su nariz, o de su manera de reír, pero cuando ve a alguien que camina o ríe
como él, o se le parece, se da cuenta enseguida.
Consideremos qué ocurre cuando
dos personas se enamoran. El sentido común nos dice que su ardor crece a partir
de un número de semillas, incluyendo las circunstancias vitales, el sentido de
la comprensión, la atracción sexual y la admiración mutua. Seguramente la
maquinaria encubierta del inconsciente no participa en su elección de pareja. ¿O
sí?
Imagine que se topa con su amigo Joel, y éste le dice que ha encontrado el amor de su vida, una mujer llamada Jenny. Qué curioso, piensa, pues su amigo Alex acaba de casarse con Amy, y Donny está loco por Daisy. ¿Por qué se da este emparejamiento de iniciales? Concluye que es absurdo: las decisiones importantes de la vida –como por ejemplo con quién vas a pasar la vida– no pueden estar influidas por algo tan caprichoso como la inicial del nombre. Quizá todas estas alianzas aliterativas son mero accidente.
Pero no lo son. En 2004, el
psicólogo John Jones y sus colegas examinaron quince mil actas matrimoniales
públicas en el condado de Walker, Georgia, y en el de Liberty, Florida.
Averiguaron que, de hecho, la gente se casa más a menudo con personas cuyo nombre
tiene la misma inicial de lo que dictaría el mero azar.
¿Y por qué? No es algo que tenga
que ver exactamente con las letras: se trata más bien de que sus cónyuges de
algún modo les recuerdan a sí mismos. La gente tiende a amar su propio reflejo
en los demás. Los psicólogos lo interpretan como un inconsciente amor hacia uno
mismo, o quizá con la comodidad experimental de las cosas conocidas, y lo
denominan egoísmo implícito.
El egoísmo implícito no tiene que
ver sólo con la vida en pareja, también influye en los productos que uno
prefiere y compra. En un estudio, a los sujetos se les presentaban dos marcas
(ficticias) de té para que las probaran. Una de las marcas compartía las tres
primeras letras del nombre del sujeto; por ejemplo, a Tommy se le daban dos
muestras, una llamada Tomeva y la otra Lauler. Los sujetos probaban el té,
chasqueaban los labios, los consideraban detenidamente, y casi siempre decidían
que preferían el té cuya marca encajaba con las primeras letras de su nombre.
No es sorprendente que un sujeto llamado Laura eligiera el té llamado Lauler.
No eran explícitamente conscientes de la relación con las letras; simplemente
creían que sabía mejor. De hecho, en ambas tazas había té de la misma tetera.
El poder del egoísmo implícito va
más allá de su nombre o de cualquier rasgo arbitrario de su persona, como por
ejemplo su fecha de nacimiento. En un estudio universitario, a los alumnos se
les dio a leer un ensayo acerca del monje ruso Rasputín. Para la mitad de los
estudiantes, la fecha de nacimiento de Rasputín se mencionaba en el ensayo, y
estaba amañada para que «casualmente» resultara ser la misma que la del lector.
Para la otra mitad de los alumnos se incluía una fecha de nacimiento diferente
de la suya; por lo demás, los ensayos eran idénticos. Al final de la lectura, a
los alumnos se les hacían algunas preguntas que tenían que ver con lo que
pensaban de Rasputín como persona. Aquellos que creían compartir
con él la fecha de nacimiento lo
evaluaban con más generosidad. Simplemente les caía mejor, y no tenían ningún
acceso consciente al motivo.
El poder magnético del
inconsciente amor por uno mismo va más allá de qué y a quién prefieres. De
manera increíble, puede influir sutilmente en dónde vives y a qué te dedicas.
El psicólogo Brett Pelham y sus colegas analizaron unos archivos públicos y descubrieron que la probabilidad de que las
personas que habían nacido el 2 de febrero (2/2) se mudaran a ciudades con
alguna referencia al número dos en su nombre, como Twin Lakes, Wisconsin, era
desproporcionadamente alta. La gente nacida el 3/3 estaba estadísticamente
sobre representada en lugares como Three Forks, Montana, y la gente nacida el
6/6 en lugares como Six Mile, Carolina del Sur, y lo mismo ocurría con todas
las fechas de nacimiento y las ciudades que los autores del estudio pudieron
encontrar. Consideremos lo asombroso que resulta: las asociaciones con los
números de las arbitrarias fechas de nacimiento de la gente pueden influir lo
bastante como para que cambien de lugar de residencia, aunque sea ligeramente.
Y de nuevo es algo inconsciente.
El egoísmo implícito también
puede influir en qué decide uno hacer con su vida. Al analizar las páginas
amarillas de la guía telefónica, Pelham y sus colegas descubrieron que nombres
como Denise y Dennis figuran en número desproporcionado entre los dentistas,
mientras que nombres
como Laura o
Lawrence tenían muchas probabilidades de hacerse abogados
(lawyer en inglés), y gente con nombres como George o Georgina de ser geólogos.
También descubrieron que los nombres de los propietarios de las compañías de
materiales para techar (roofing) solían empezar más por R que por H, mientras
que entre los propietarios de ferreterías (hardware store) abundaban más
aquellos cuyo nombre empezaba con H en lugar de R. Un estudio distinto exploró
las bases de datos profesionales online de dominio público y descubrió que los
médicos poseen apellidos en los que de manera proporcional aparecen las sílabas
doc, dok o med, mientras que los abogados poseían sílabas como law, lau o att
(del inglés law, ley, o attorney, abogado) en sus apellidos.
Por absurdo que parezca, todos
estos hallazgos resultaron ser estadísticamente significativos. No es que
tengan grandes consecuencias, pero son verificables. Nos influyen impulsos a
los que tenemos poco acceso, y en los que nunca creeríamos de no haberlos
revelado la estadística.
***
Supongo que no elegí compartir
este capítulo del libro por azar, sino por egoísmo implícito, por el mero hecho
de que mi nombre comience con una j, de José. Como en Jajajajajajajajajaja. Si
hay demasiados jajajas es porque mi egoísmo implícito es mayúsculo. ¿Y usted,
ya se percató que su nombre y el de su pareja coinciden en la primera letra? Si
no, seguramente hay otro aspecto suyo reproducido en ella que, casualmente, es
lo que usted más ama en su pareja. Tanto si lo sabe como si no.
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