domingo, 17 de abril de 2022

21 lecciones para el siglo XXI


Yuval Noah Harari

 

Penguin Random House
Grupo Editorial

 

El reto nuclear

Empecemos con la némesis común del género humano: la guerra nuclear. Cuando en 1964 se emitió el “anuncio de la margarita” de Johnson, dos años después de la crisis de los misiles cubanos, la aniquilación nuclear era una amenaza palpable. Expertos y profanos temían por igual que la humanidad no tuviera la sensatez de evitar la destrucción y creían que solo era cuestión de tiempo que la Guerra Fría se volviera caliente y abrasadora. En realidad, la humanidad se enfrentó con éxito al reto nuclear. Norteamericanos, soviéticos, europeos y chinos cambiaron la manera como se ha realizado la geopolítica durante milenios, de forma que la Guerra Fría llegó a su fin con poco derramamiento de sangre, y un nuevo mundo internacional promovió una era de paz sin precedentes. No solo se evitó la guerra nuclear, sino que las contiendas de todo tipo se redujeron. Es sorprendente que desde 1945 muy pocas fronteras se hayan redibujado a raíz de una agresión brutal, y la mayoría de los países han dejado de utilizar la guerra como una herramienta política estándar. En 2016, a pesar de las guerras en Siria, Ucrania y varios otros puntos calientes, morían menos personas debido a la violencia humana que a la obesidad, los accidentes de tráfico o el suicidio. Este podría muy bien haber sido el mayor logro político y moral de nuestra época.

Por desgracia estamos ya tan acostumbrados a este logro que lo damos por hecho. Esta es en parte la razón por la que la gente se permite jugar con fuego. Rusia y Estados Unidos se han embarcado recientemente en una nueva carrera de armas nucleares y han desarrollado nuevos artilugios del fin del mundo que amenazan con destruir los logros tan duramente ganados de las últimas décadas, y volvernos a llevar al borde de la aniquilación nuclear. Mientras tanto, la opinión pública ha aprendido a dejar de preocuparse y a amar a la bomba (tal como sugería ‘¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú’) o simplemente ha olvidado su existencia.

Así, el debate sobre el Brexit en Gran Bretaña (una potencia nuclear importante) versó principalmente sobre cuestiones de economía e inmigración, mientras que la contribución vital de la Unión Europea a la paz europea y a la paz global se pasó en gran parte por alto. Después de siglos de matanzas terribles, franceses, alemanes, italianos y británicos han creado al final un mecanismo que asegura la armonía continental, solo para que el pueblo británico haya lanzado una llave inglesa dentro de la maquinaria milagrosa.

Fue extremadamente difícil construir el régimen internacionalista que evitó la guerra nuclear y salvaguardó la paz en el planeta. Sin duda necesitamos adaptar este régimen a las condiciones cambiantes del mundo, por ejemplo, dependiendo menos de Estados Unidos y confiriendo un papel más decisivo a potencias no occidentales como China y la India. Pero abandonar por completo este régimen y retornar a la política del poder nacionalista sería una apuesta irresponsable. Cierto, en el siglo XIX los países jugaron al juego nacionalista sin destruir la civilización humana, pero ocurrió en la era pre-Hiroshima. Desde entonces, las armas nucleares han hecho subir la apuesta y cambiado la naturaleza fundamental de la guerra y la política. Mientras los humanos sepan como enriquecer el uranio y el plutonio, su supervivencia dependerá de preferir la prevención de la guerra nuclear frente a los intereses de cualquier nación concreta. Los nacionalistas entusiastas que gritan: “Primero nuestro país” deberían preguntarse si su país, por sí solo, sin un sistema sólido de cooperación internacional, puede proteger al mundo (o incluso protegerse a sí mismo) de la destrucción nuclear.

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