Albert Camus
Tusquets editores
Las vacaciones también devolvían
a Jacques a su familia, por lo menos los primeros años. Ninguno de ellos tenía
asueto, los hombres trabajaban sin tregua a lo largo de todo el año. Sólo un
accidente de trabajo, cuando eran empleados por empresas que los aseguraban
contra ese tipo de riesgos, les daba derecho al ocio, y sus vacaciones pasaban
por el hospital o el médico. El tío Ernest, por ejemplo, en un momento en que se
sintió agotado, “se puso”, como él mismo decía, “en el seguro”, sacándose voluntariamente
con la garlopa una espesa viruta de carne de la palma de la mano. En cuanto a
las mujeres, éstas, incluida Catherine Cormery, trabajaban sin descanso por la
sencilla razón de que el descanso significaba para todos ellos comidas más frugales.
El desempleo, para el que no había seguro, era el mal más temido. Ello
explicaba que esos obreros, tanto en casa de Pierre como en la de Jacques, que
en la vida cotidiana eran siempre los más tolerantes de los hombres, fuesen
siempre xenófobos en cuestiones de trabajo, acusando sucesivamente a los
italianos, los españoles, los judíos, los árabes y, finalmente a la tierra
entera, de robarles su empleo -actitud sin duda desconcertante para los
intelectuales que escriben sobre la teoría del proletariado, y sin embargo muy
humana y muy excusable-. Lo que esos nacionalistas inesperados disputaban a las
otras nacionalidades no eran el dominio del mundo o los privilegios del dinero
y del ocio, sino el privilegio de la servidumbre. El trabajo en aquel barrio no
era una virtud, sino una necesidad que, para asegurar la vida, conducía a la
muerte.
En todo caso, y por duro que fuera el verano de Argelia, cuando los barcos sobrecargados se llevaban a funcionarios y a gentes pudientes ( que volvían con fabulosas e increíbles descripciones de prados feraces donde el agua corría en pleno mes de agosto) a recuperarse de los buenos "aires de Francia", la vida en los barrios pobres no cambiaba absolutamente nada y, lejos de vaciarse a medias como los del centro, parecía que, por el contrario, aumentaban su población por los innumerables niños que se volcaban en las calles.
Págs. 239,240.
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