viernes, 15 de julio de 2022

El primer hombre


Albert Camus

Tusquets editores

Las vacaciones también devolvían a Jacques a su familia, por lo menos los primeros años. Ninguno de ellos tenía asueto, los hombres trabajaban sin tregua a lo largo de todo el año. Sólo un accidente de trabajo, cuando eran empleados por empresas que los aseguraban contra ese tipo de riesgos, les daba derecho al ocio, y sus vacaciones pasaban por el hospital o el médico. El tío Ernest, por ejemplo, en un momento en que se sintió agotado, “se puso”, como él mismo decía, “en el seguro”, sacándose voluntariamente con la garlopa una espesa viruta de carne de la palma de la mano. En cuanto a las mujeres, éstas, incluida Catherine Cormery, trabajaban sin descanso por la sencilla razón de que el descanso significaba para todos ellos comidas más frugales. El desempleo, para el que no había seguro, era el mal más temido. Ello explicaba que esos obreros, tanto en casa de Pierre como en la de Jacques, que en la vida cotidiana eran siempre los más tolerantes de los hombres, fuesen siempre xenófobos en cuestiones de trabajo, acusando sucesivamente a los italianos, los españoles, los judíos, los árabes y, finalmente a la tierra entera, de robarles su empleo -actitud sin duda desconcertante para los intelectuales que escriben sobre la teoría del proletariado, y sin embargo muy humana y muy excusable-. Lo que esos nacionalistas inesperados disputaban a las otras nacionalidades no eran el dominio del mundo o los privilegios del dinero y del ocio, sino el privilegio de la servidumbre. El trabajo en aquel barrio no era una virtud, sino una necesidad que, para asegurar la vida, conducía a la muerte.

En todo caso, y por duro que fuera el verano de Argelia, cuando los barcos sobrecargados se llevaban a funcionarios y a gentes pudientes ( que volvían con fabulosas e increíbles descripciones de prados feraces donde el agua corría en pleno mes de agosto) a recuperarse de los buenos "aires de Francia", la vida en los barrios pobres no cambiaba absolutamente nada y, lejos de vaciarse a medias como los del centro, parecía que, por el contrario, aumentaban su población por los innumerables niños que se volcaban en las calles.

Págs. 239,240.

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