lunes, 1 de agosto de 2022

Hay maneras y maneras

 


Los ricos no sé, que lo digan ellos. Pero los pobres, entre los que me cuento y siempre he vivido, son un horror. Tengo cien ejemplos, pero basta con contar la amenaza presente. Apenas el sábado pasado, es decir, antier, unos fuertes e insistentes golpes en la reja a mediodía me sacaron de mi cuarto. Desde medio patio vi la figura del hombre que golpeaba mi reja, llamando. Le pregunté qué quería, pero no entendí lo que dijo. A mis espaldas mi madre me decía en voz alta: “no le des nada”. Supuse que ya lo conocía. Yo proseguí y me acerqué a la reja. Repetí la pregunta. Me dijo: “Yo chapeo”. Llevaba en la mano izquierda un machete cuyo filo estaba apenas envuelto en un trapo. Le dije que ya teníamos una persona para eso y a mis espaldas estaba el patio medio ajardinado, medio salvaje, con algunas plantas rastreras crecidas cuyos nombres desconozco. Sin mediar más, el hombre soltó a bocajarro, con voz demandante, sin humildad, una exigencia: “Dame 10 pesos”. No estoy seguro si fue el tono de voz, el machete amenazante o no sé que el caso es que respondí, también con brusquedad: “Espérate”. Tengo un bol de plástico donde guardo la morralla. Hacía tiempo, no recuerdo quién, me dio envueltas en cintas de aislar un paquetito de diez moneditas de 50 centavos. Dado su escaso uso y valor no había yo, hasta entonces, sabido que hacer con ellas. Así que ese mediodía, sin saber por qué, tomé la torrecilla de monedas y volví a salir, llegué hasta la reja y se la di al hombre pasándosela entre los barrotes de la reja. El miró el paquete, supongo que lo sopesó y preguntó con voz ronca: “¿son diez pesos?”. Tras darle el paquetito, yo ya me había dado la vuelta y emprendido el camino de regreso a la casa. Lo escuché, pero no le contesté. Ya en la puerta volteé a ver y constaté que ya se había ido. No, no le dije que sólo eran cinco y que si se los di fue sólo para deshacerme del inútil paquetito, más estorboso que valioso. Otros indigentes pasan por mi reja para pedir una ayuda, pero piden con humildad y se despiden bendiciendo. No fue el caso de este hombre que, quizás amparado en el valor que le da su machete, no pide, exige. Y dicen, y dicen bien, que en la forma de pedir está el dar.

El tono de exigencia del hombre, la amenaza potencial de su machete, el haberle dado sólo la mitad de lo que exigió me hizo pensar, no sé si exageradamente, en franca paranoia, que el hombre volvería a reclamar sus otros cinco pesos, considerando una afrenta lo recibido. No sucedió ese día, sucedió hoy lunes, tres días después. Me desperté como a las nueve de la mañana. Después de darle los buenos días a mi madre, ella me dijo que el hombre había vuelto. Que había golpeado insistentemente en la reja, pero que cuando vio quien era, decidió no salir. La cadena estaba puesta. Al poco rato el hombre se había retirado. Le pregunto a mi madre si ese hombre tenía tiempo de estar viniendo. Y me dijo que no, que hacía poco había comenzado a pasar por la casa. Deduje, de su aversión hacia él, que también a ella le había exigido en el mismo tono. Ubiqué el machete de la casa y lo tengo a mano. Y no es para chapear el patio. La instrucción a mi madre fue tajante. No se le da ya nada a nadie, lo pidan como lo pidan. No sé si ese hombre vive cerca o lejos para pasar con tanta frecuencia, pero resulta evidente que no es un hombre pacífico, sino que considera obligatoria la “ayuda” de aquellos a cuyas rejas toca. No es un buen hombre.

Recuerdo ahora una anécdota contada por el mismísimo Jean Paul Sartre. Todos los días, en el trayecto de su departamento a la Biblioteca Nacional, en París, daba unas monedas sueltas a un indigente que yacía en la acera, supongo que recostado contra una pared. Un día, que no llevaba suelto, simplemente no le dio. El hombre entonces sacó un cuchillo y lo persiguió con intención homicida, por lo que él tuvo que echarse a correr. Las cosas terminaron bien para Sartre, aunque él no cuenta cómo logró escapar, si fue ayudado por alguien o el hombre fue detenido. El filósofo francés, después, se explicó el hecho a sí mismo. Había creado una dependencia psicológica en el hombre que, el acto de caridad continuado del filósofo, había sido convertido en la psique del hombre en una obligación. No, el hombre no agredió a quienes nunca le daban nada. Agredió a aquel que le daba todos los días, menos el día de la fallida agresión. Espero sinceramente que el chapeador del sábado y de hoy lunes no vuelva. Pero me temo que eso no va a ocurrir.  Pero si vuelve, esta vez no habrá ni cinco pesos. Así es que conservo mi machete cerca. Por si las moscas…

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