jueves, 16 de abril de 2020

Mi doble

Te encontré en la cantina, naturalmente. Idénticos como dos gotas de agua. Lo más natural, después de la sorpresa, fue compartir la misma mesa. Brindar, reconocernos, hacernos las confidencias de rigor y descubrir que nuestra experiencia y hojas de vida eran iguales. Uno de los dos era un espejo del otro, pero ¿quién? Varias copas después estábamos abrazados y cantando. Unas más y lloramos juntos. Cuando ya de madrugada cerraron el bar te invité a mi (nuestro) departamento. El café y la luz del alba nos espabilaron. Uno de los dos tenía que morir: no tenía sentido replicar el interminable perjuicio. Lo echamos a la suerte. Tú perdiste. Lloré cada una de las páginas de mis memorias a medida que iban cayendo en la chimenea.


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