sábado, 24 de octubre de 2020

Por esto dejé de correr…

Y porque lo vi sobre la banqueta tendido de costado, medio encogido.

Viejo, oscuro, arrugado, con su largo cabello blanco de anciano

y lo único vivo en él eran esos ojos fosfóricos y abiertos,

pero no interrogantes, sino aceptantes de su indigencia y su agonía.

Y porque yo pasé de largo como los otros, las putas y sus clientes,

los ambulantes, los pescadores, los compradores, los policías,

los borrachos, las familias con niños y perros, los viandantes.

La única caridad para ese moribundo fue la sombra

que le proyectaba el edificio de un hotel rivereño.

Si yo le hubiera comprado una botella de agua

también habría tenido que dársela a beber, y no, no puedo tanto.

…levantar esa cabeza, tocar esas canas enmarañadas, sucias,

hablarle, emboquillarle la botella…

Y porque vi que yo no era menos mierda que los otros

no he vuelto a caminar y trotar como antes por el malecón…

Lo vi, los vi, me vi: reconocí mi miedo en el de ellos…

-quizás también su indiferencia y su asco-

… y no puedo perdonarme.

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