Debo haber tenido 16 o 17 años cuando
tuve ocasión, por primera vez en mi vida, de ver un androide, un robot humano al
servicio radical de una causa que no le pertenecía, ajeno por completo a su propia
realidad, víctima de un condicionamiento ciego al que obedecía obsequiosamente.
Estaba yo en la preparatoria y, quién sabe por qué, mis compañeros decidieron
elegirme como representante de Grupo en el Consejo Estudiantil. Fue ahí donde
la conocí. Nuestras juntas tenían la función de proponer mejoras al plan de
estudios o al plantel, o transmitir la queja de algún alumno contra el abuso de
algún docente, el estado de los baños escolares, etc., el sinfín de pequeñeces
que sólo tenían que ver con nuestro común y reducido mundo estudiantil.
Pero ella no era así. Sin venir
al caso, pedía la palabra en cada junta y se explayaba en largas, acaloradas,
encendidas peroratas contra la amenaza soviética que, en el sureste del país, sonaban
totalmente absurdas, o al menos así me lo parecía a mí en ese entonces. Ya
desde la secundaria, la detallada Historia Universal, de Benjamín Arredondo Muñozledo,
me había formado una idea poco eurocentrista de la II Guerra Mundial y de la
guerra fría, mientras que el discurso de la compañera parecía el eco
interminable de la propaganda “escondida” en algún artículo del Selecciones del
Reader’s Digest. El panorama que pintaba poblaba al puerto, sobre el Golfo de
México, de la soldadesca comunista, de acorazados, de aviones, amenazas todas en
realidad imaginarias, irreales.
Por lo poco que yo sabía de
historia, eran los estadounidenses los que habían invadido a México en dos o
tres ocasiones y nos habían despojado de más de medio territorio nacional. Si
algún enemigo natural tenía el país era el expansionismo militar, económico y
cultural de los norteamericanos y no la lejanísima URSS. Conocía la frase
-ahora no recuerdo el nombre del autor, al parecer un presidente estadounidense-:
Estados Unidos no tiene amigos. Tiene intereses. Conocía de la Doctrina Monroe
y de la intervención de los vecinos del norte en todo el subcontinente
latinoamericano.
Todo eso yo lo sabía a los 16 o
17 años, pero ella no. Ella sólo conocía la historia del Selecciones del Reader’s
Digest. Yo no veía la amenaza rusa a nuestro país por ningún lado y ella
parecía no ver otra cosa que eso. Estaba totalmente alienada. La pasión que
ponía en sus discursos, el encono antisoviético yo lo contraponía a lo poco que
sabía de historia patria. Y sabía, ya entonces, que el enemigo no era Rusia,
que las agresiones México las había padecido de su vecino del norte. Lo veía
clarísimo.
Esto viene a cuento ahora a raíz
de la invasión rusa a Ucrania. De acuerdo, Ucrania tiene derecho a su libertad
y su independencia política de sus vecinos, pero no al genocidio continuado
cometido contra los rusófilos de su propio país, y, desde luego, Rusia tiene
todo el derecho del mundo a una frontera segura, no a una Ucrania no sólo alineada
con occidente, sino convertida en base militar de la OTAN… contra Rusia. Esto
es, exactamente por la misma razón que Estados Unidos no permitió la
instalación de misiles soviéticos en Cuba y estuvieron ambos a punto de detonar
ya entonces una III Guerra mundial.
Han pasado décadas de lo que
cuento de la preparatoria, de mi condiscípula androide, mentalmente colonizada,
pero la guerra de Ucrania me activó el recuerdo. Quizás los rusos son tan
ominosos para los ucranianos como lo han sido los estadounidenses para América
Latina. Pero tampoco su dirigencia es inocente, como no lo han sido las
dirigencias latinoamericanas, muchas veces francas dictaduras violentando a sus
propios pueblos.
Hoy que recuerdo a mi ex
compañera de la prepa, veo el lamentable y tendencioso manejo de la información
que hacen los medios, tanto los públicos como los privados, de la cobertura de
la guerra de Ucrania, o la invasión o lo que sea, el manejo que se hace del
conflicto en las redes sociales, y constato que mi percepción de ese evento
también pudiera estar sesgado, pero al menos tengo claro que, en el mismo, los
únicos victimados son los menores, no los adultos que, por acción u omisión,
han incurrido en el error. Pero hoy las cosas han cambiado. Tanto que nosotros,
los mexicanos, somos por ahora, no sé si ventajosamente, el primer socio
comercial de nuestros vecinos del norte. Tanto, como que China es ya otro poder
geopolítico y militar a tener en cuenta. Y el mundo seguirá cambiando y, aunque
no soy tan optimista, espero que para mejor.
Para reflexionar, los dejo con una
cita que creo viene al caso y es de Ryszard Kapuscinski, sí, el mismo periodista
y escritor polaco que dijo que, en una guerra, la primera víctima es la verdad.
La tomé de una página de internet, en la que se nos informa que proviene de su
novela La guerra del futbol:
“–¿Es de los nuestros o es uno de
ellos? –preguntó el soldado sentado junto a la camilla. –No se sabe –le
respondió el enfermero tras unos instantes de silencio. –Es de su madre –dijo
uno de los soldados que permanecían de pie a un lado. –Ahora ya es de Dios
–agregó otro, pasado un rato. Se quitó la gorra y la colgó en el cañón de su
fusil.”
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