sábado, 16 de abril de 2022

Los androides de entonces y los de ahora

 

Debo haber tenido 16 o 17 años cuando tuve ocasión, por primera vez en mi vida, de ver un androide, un robot humano al servicio radical de una causa que no le pertenecía, ajeno por completo a su propia realidad, víctima de un condicionamiento ciego al que obedecía obsequiosamente. Estaba yo en la preparatoria y, quién sabe por qué, mis compañeros decidieron elegirme como representante de Grupo en el Consejo Estudiantil. Fue ahí donde la conocí. Nuestras juntas tenían la función de proponer mejoras al plan de estudios o al plantel, o transmitir la queja de algún alumno contra el abuso de algún docente, el estado de los baños escolares, etc., el sinfín de pequeñeces que sólo tenían que ver con nuestro común y reducido mundo estudiantil.

Pero ella no era así. Sin venir al caso, pedía la palabra en cada junta y se explayaba en largas, acaloradas, encendidas peroratas contra la amenaza soviética que, en el sureste del país, sonaban totalmente absurdas, o al menos así me lo parecía a mí en ese entonces. Ya desde la secundaria, la detallada Historia Universal, de Benjamín Arredondo Muñozledo, me había formado una idea poco eurocentrista de la II Guerra Mundial y de la guerra fría, mientras que el discurso de la compañera parecía el eco interminable de la propaganda “escondida” en algún artículo del Selecciones del Reader’s Digest. El panorama que pintaba poblaba al puerto, sobre el Golfo de México, de la soldadesca comunista, de acorazados, de aviones, amenazas todas en realidad imaginarias, irreales.

Por lo poco que yo sabía de historia, eran los estadounidenses los que habían invadido a México en dos o tres ocasiones y nos habían despojado de más de medio territorio nacional. Si algún enemigo natural tenía el país era el expansionismo militar, económico y cultural de los norteamericanos y no la lejanísima URSS. Conocía la frase -ahora no recuerdo el nombre del autor, al parecer un presidente estadounidense-: Estados Unidos no tiene amigos. Tiene intereses. Conocía de la Doctrina Monroe y de la intervención de los vecinos del norte en todo el subcontinente latinoamericano.

Todo eso yo lo sabía a los 16 o 17 años, pero ella no. Ella sólo conocía la historia del Selecciones del Reader’s Digest. Yo no veía la amenaza rusa a nuestro país por ningún lado y ella parecía no ver otra cosa que eso. Estaba totalmente alienada. La pasión que ponía en sus discursos, el encono antisoviético yo lo contraponía a lo poco que sabía de historia patria. Y sabía, ya entonces, que el enemigo no era Rusia, que las agresiones México las había padecido de su vecino del norte. Lo veía clarísimo.

Esto viene a cuento ahora a raíz de la invasión rusa a Ucrania. De acuerdo, Ucrania tiene derecho a su libertad y su independencia política de sus vecinos, pero no al genocidio continuado cometido contra los rusófilos de su propio país, y, desde luego, Rusia tiene todo el derecho del mundo a una frontera segura, no a una Ucrania no sólo alineada con occidente, sino convertida en base militar de la OTAN… contra Rusia. Esto es, exactamente por la misma razón que Estados Unidos no permitió la instalación de misiles soviéticos en Cuba y estuvieron ambos a punto de detonar ya entonces una III Guerra mundial.

Han pasado décadas de lo que cuento de la preparatoria, de mi condiscípula androide, mentalmente colonizada, pero la guerra de Ucrania me activó el recuerdo. Quizás los rusos son tan ominosos para los ucranianos como lo han sido los estadounidenses para América Latina. Pero tampoco su dirigencia es inocente, como no lo han sido las dirigencias latinoamericanas, muchas veces francas dictaduras violentando a sus propios pueblos.

Hoy que recuerdo a mi ex compañera de la prepa, veo el lamentable y tendencioso manejo de la información que hacen los medios, tanto los públicos como los privados, de la cobertura de la guerra de Ucrania, o la invasión o lo que sea, el manejo que se hace del conflicto en las redes sociales, y constato que mi percepción de ese evento también pudiera estar sesgado, pero al menos tengo claro que, en el mismo, los únicos victimados son los menores, no los adultos que, por acción u omisión, han incurrido en el error. Pero hoy las cosas han cambiado. Tanto que nosotros, los mexicanos, somos por ahora, no sé si ventajosamente, el primer socio comercial de nuestros vecinos del norte. Tanto, como que China es ya otro poder geopolítico y militar a tener en cuenta. Y el mundo seguirá cambiando y, aunque no soy tan optimista, espero que para mejor.

Para reflexionar, los dejo con una cita que creo viene al caso y es de Ryszard Kapuscinski, sí, el mismo periodista y escritor polaco que dijo que, en una guerra, la primera víctima es la verdad. La tomé de una página de internet, en la que se nos informa que proviene de su novela La guerra del futbol:

“–¿Es de los nuestros o es uno de ellos? –preguntó el soldado sentado junto a la camilla. –No se sabe –le respondió el enfermero tras unos instantes de silencio. –Es de su madre –dijo uno de los soldados que permanecían de pie a un lado. –Ahora ya es de Dios –agregó otro, pasado un rato. Se quitó la gorra y la colgó en el cañón de su fusil.”

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