lunes, 6 de junio de 2022

Ante un sismo, entereza y cabeza fría


En nuestra tierra telúrica nadie, medianamente física y mentalmente sano, se habitúa a estas palpitaciones de la tierra. Las más violentas son siempre riesgosas para la vida humana. Pero en fin, que la república está atravesada de Sur a Norte por dos cadenas montañosas: la Sierra Madre Oriental y la Sierra madre Occidental. No ha habido, por estas fechas, nada que lamentar. Sin embargo, me viene a la mente un hecho que viví en CDMX en la segunda mitad de la década de los 80’s, pasado ya el brutal terremoto de Septiembre del 85 que dejó muchos muertos.

La Oficina de Prensa en la que trabajaba estaba ubicada en el 4º. piso de un edificio de 14, aún en el Primer Cuadro de la Capital. No recuerdo que horas eran, pero creo que era alrededor del mediodía. Súbitamente -¿qué movimiento telúrico no es súbito?-, el edificio comenzó a cimbrarse. Todo mundo corrió hacia las escaleras -los elevadores no son recomendados en estos casos- buscando la calle.

Pero mi amigo tenía a su novia en el Departamento de Enlace Radial, mientras que yo hacía mis intentos con la amiga y compañera de ella. Para ir a buscarlas tuvimos que internarnos más en el edificio, más lejos aún del escape. Cuando llegamos a su cubículo -la tierra y el inmueble cimbrándose-, la novia de mi amigo, de pie, abrazaba a su amiga acodada en un escritorio, el rostro contraído y las lágrimas brillando en sus ojos ateridos de miedo.

-¡Vámonos, vámonos!-, las urgimos, pero la muchacha que yo pretendía no respondió a nuestros llamados y permaneció clavada, ahora con el rostro entre las manos, a su asiento. La novia de mi amigo mantenía el control a pesar de la sismicidad reinante. Cuando se dio cuenta que su amiga no iba a levantarse nos dijo con absoluta entereza: -No tiene caso que nos quedemos los cuatro. Váyanse ustedes. Yo me quedo con ella-. Analizada la situación en frío, y en segundos, atendimos su juiciosa indicación.

De dos en dos o de tres en tres bajamos corriendo los escalones hasta dejar atrás los cuatro pisos que nos separaban de la avenida y su camellón central. Echamos a correr hasta el crucero y, para sorpresa nuestra, el Director de Comunicación Social, un señor de unos 60 años, nos aventajaba en la carrera por considerable distancia, a nosotros que andábamos a mediados de nuestros 20’s.

Cuando el sismo pasó, y pasó un tiempo precautorio considerando las posibles réplicas, volvimos al frente de nuestro edificio. Sobre la acera de toda la calle, aquí y allá, cristales rotos, aunque ningún edificio caído. Las autoridades habrían sabido después si alguno había quedado fracturado, inhabitable. Cuando volvimos a las oficinas, ellas seguían ahí, inamovibles: una paralizada de miedo y la otra sosteniendo el clima anímico con absoluta entereza.

Hoy reflexiono sobre ello y me sorprendo pensando sobre las variadas reacciones posibles del ser humano ante el peligro. Una, paralizada por el miedo. La otra, entera, solidaria con su amiga. El resto, prófugos del peligro y del edificio, buscando amparo en el decampado de la calle, evitando la proximidad de los edificios y los vidrios que caían sobre las banquetas.

Una lección me quedó clara: de ninguna manera debe uno paralizarse ante el miedo. Hay que prepararse para la defensa, la huida o el ataque según sea el peligro que afrontemos. Nada atenta más contra nosotros mismos que el miedo. Lo que hay que temer es al miedo mismo, porque inmoviliza y nos convierte en posibles víctimas, cuando, la experiencia lo demuestra, es posible ponerse a salvo.

Sé que en esta tierra acalambrada, mientras las placas tectónicas no terminen de acomodarse definitivamente, los temblores y los terremotos, de diversa intensidad, seguirán ocurriendo. Y aunque aún no hay manera de predecirlos, nosotros sí que debemos tomar las medidas que indican las autoridades para minimizar los riesgos. Hay cosas que sí podemos hacer en caso de un sismo. “Testa y testículos” nos recomendaba siempre uno de mis maestros. Y tenía razón. Entonces y ahora.

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