viernes, 10 de junio de 2022

Primates castrados

 








A veces sí y a veces no.
Pero con frecuencia
sincronizado como
las campanas de los templos
a determinadas horas,
el mal halla oquedades
que hacen eco
en cabezas pútridas
de odio y vileza
volviéndose innombrable.
Es la barahúnda,
la boca abierta,
amenazante, del primate humano,
del que no se permite
lo que quiere
y “castiga”
a quienes sí se dieron chance.
Venganza de castrados
que nunca consumaron sus anhelos
y morirán así, amputados
de sus deseos más hondos.
Se dijeron que “no” a si mismos
y ese “no” se lo imponen a los otros,
a los libres, a los sueltos,
a los que no se tuvieron miedo
y se dijeron: Esto quiero.
El eco de ese mal rebota enloquecido
en las paredes de esos cráneos
nacidos para el látigo
del autoflagelo, de la camisa de fuerza
autoimpuesta que oprime libertades.
Tienen tanto miedo a su vergüenza
que se recubren de dientes
y así, amenazantes, transfieren
sus vergüenzas a los otros,
a los que ya la perdieron,
que son libres, libres, libres
manifestándose a si mismos
sus deseos y concretándolos
en actos que son blasfemia
para los rumiantes necios,
esclavos de sus propios miedos.
Tanta vida y tanto amor
no concretados, trasmutados
en odio de si mismos
y odio a los otros,
a los que se atrevieron
a decir: ¡Basta de castrados!
Embrutecidos como están,
piensan que el número les da la razón,
pero no: uno solo puede tener razón
y millones estar equivocados.
Esto pasa, pasó y seguirá pasando…


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