La paz de la pastilla ha vuelto a mí. No es que no haya cosas por las qué protestar, pero yo ya no me sublevo. Dejar hacer, dejar pasar hasta que yo sea el arrollado. No me importa: es la paz de la pastilla, la ataraxia inducida que calma mi cerebro y mi conciencia. Las cosas no están bien, lo sé. Yo no estoy bien, también lo sé. Sólo es que ya no importa. Ladren, maten, mutilen, asesinen, roben, incendien, corrómpanse, prostitúyanse, ocúltense o dispárense que a mí eso no me afecta. ¡Ah, se siente uno tan bien con la pastilla!, ¡Se resigna uno tan fácil al generalizado desmadre de la ciudad y el mundo! Ambos podrían desaparecer, junto con uno, y sería algo tan sin importancia como el estallido de una estrella a millones de años luz. No es que los laboratorios no lucren con las pastillas, es que no importa. Todo el que puede lucra y yo pago mi cuota. Mis ojos son ya como los de los muertos: están abiertos, pero no ven. Mis oídos no oyen, mi piel no siente, el agua no me sabe, mi nariz es indiferente a los olores. Se acabó el juicio moral. Ya no señalo a nadie, ni a mí mismo. Es la paz de la pastilla que me reduce a mis funciones básicas. Mientras mis necesidades estén cubiertas ¡que arda el mundo!, no es mi asunto. Pensándolo bien, cualquier historiador puede decirlo, siempre ha sido así. O peor. Esta paz, en medio del pandemónium, bien vale el precio de la pastilla. Otro lo dijo antes que yo: abandonar el mundo a sus disputas. Y él no tenía la pastilla. Lo único malo es que lo dijo antes de morir. O alguien lo dijo por él, ya estando muerto. La pastilla quita el miedo tanto a la vida como a la muerte, quita el miedo a los otros y a uno mismo. ¿Cuándo no ha sido así? Todo el que puede se hace a un lado. El médico fue claro: si las crisis no remiten, hay que duplicar la dosis. Y eso es lo que hago. Doblo la dosis y duermo como un santo. Y nada sobresalta mi vigilia. Ni siquiera las noticias del mediodía o de la noche. No quería hacer una loa de la pastilla, pero se siente uno tan bien… deveras bien. Una vez que se la prueba… ya no se puede prescindir de ella.
sábado, 20 de agosto de 2022
Ataraxia
La paz de la pastilla ha vuelto a mí. No es que no haya cosas por las qué protestar, pero yo ya no me sublevo. Dejar hacer, dejar pasar hasta que yo sea el arrollado. No me importa: es la paz de la pastilla, la ataraxia inducida que calma mi cerebro y mi conciencia. Las cosas no están bien, lo sé. Yo no estoy bien, también lo sé. Sólo es que ya no importa. Ladren, maten, mutilen, asesinen, roben, incendien, corrómpanse, prostitúyanse, ocúltense o dispárense que a mí eso no me afecta. ¡Ah, se siente uno tan bien con la pastilla!, ¡Se resigna uno tan fácil al generalizado desmadre de la ciudad y el mundo! Ambos podrían desaparecer, junto con uno, y sería algo tan sin importancia como el estallido de una estrella a millones de años luz. No es que los laboratorios no lucren con las pastillas, es que no importa. Todo el que puede lucra y yo pago mi cuota. Mis ojos son ya como los de los muertos: están abiertos, pero no ven. Mis oídos no oyen, mi piel no siente, el agua no me sabe, mi nariz es indiferente a los olores. Se acabó el juicio moral. Ya no señalo a nadie, ni a mí mismo. Es la paz de la pastilla que me reduce a mis funciones básicas. Mientras mis necesidades estén cubiertas ¡que arda el mundo!, no es mi asunto. Pensándolo bien, cualquier historiador puede decirlo, siempre ha sido así. O peor. Esta paz, en medio del pandemónium, bien vale el precio de la pastilla. Otro lo dijo antes que yo: abandonar el mundo a sus disputas. Y él no tenía la pastilla. Lo único malo es que lo dijo antes de morir. O alguien lo dijo por él, ya estando muerto. La pastilla quita el miedo tanto a la vida como a la muerte, quita el miedo a los otros y a uno mismo. ¿Cuándo no ha sido así? Todo el que puede se hace a un lado. El médico fue claro: si las crisis no remiten, hay que duplicar la dosis. Y eso es lo que hago. Doblo la dosis y duermo como un santo. Y nada sobresalta mi vigilia. Ni siquiera las noticias del mediodía o de la noche. No quería hacer una loa de la pastilla, pero se siente uno tan bien… deveras bien. Una vez que se la prueba… ya no se puede prescindir de ella.
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