sábado, 10 de septiembre de 2022

Miradas

 En última instancia, el cristal que me resguarda no es protección sino ofrecimiento. Y yo, aunque para eso estoy, padezco las miradas. Y las recibo de todo tipo. Miradas estúpidas, como de vaca que ignora el matadero, o la rapaz mirada del halcón que lo consuma. Miradas frontales, de reojo, en escorzo. Miradas que son fulgurantes escaneos de segundos o lentas y escrutadoras, con morosidades que parecen durar siglos. Miradas esperanzadas, de ambición, de codicia, de falsa indiferencia. Miradas soñadoras, ansiosas, desesperadas, reposadas, inquietas, sosegadas. Miradas de ‘sólo por no dejar’.

Me ausculta con meticulosidad el médico, pero no soy un enfermo. Los periodistas me ansían más que una nota de ocho columnas, los abogados esperan litigar conmigo su último juicio, los contadores me codician más que al dinero ajeno que pasa por sus manos, los obreros, conmigo, esperan dejar de serlo, los ingenieros, los escritores, artistas, gente del común, como las amas de casa, todos ambicionan y esperan de mí, como de un dios, salvación en este mundo; no hay profesional, proletario o lumpen que no fantasee conmigo. Hombres y mujeres, sanos y enfermos, locos y cuerdos, no se pueden liberar de la fascinación que despierto en ellos. Incluso hay quienes, pensando en quién sabe qué, me miran con lascivia, pero no soy puta ni gigoló. Sólo los muy hermosos o los contrahechos reciben tanta atención como yo. Miradas que van y vuelven obsesivas.

Miradas inquisitivas que esperan de mí una respuesta positiva que finalmente sólo daré a un muy escaso número de afortunados. Y aunque la mayoría de mis adeptos salen casi siempre defraudados, por lo general vuelven a mí con desesperación de adictos. Pocos pueden tenerme por entero. El resto se conforma con uno o algunos de mis pedazos. Peor es nada, dicen, y algo de razón llevan.

En un descuido, mi respuesta podría ser la por todos esperada, hacerlos estallar de alegría hasta el paroxismo y llevarlos casi al borde del colapso. Sólo le advierto que, sin excepciones, sus expectativas sobre mí tienen fecha de caducidad. Tiente su suerte y lléveme consigo. Contra todo pronóstico, yo mantengo viva su esperanza.

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