domingo, 1 de agosto de 2021

La familia pobre, el sabio y la cabra (fábula)


En ciertas circunstancias, ahondar, acelerar, propiciar el estallido de la crisis puede resultar beneficioso.

Una antigua fábula que solía relatarse en mi familia acerca de una familia pobre, un sabio y una cabra, explica que la familia vivía sumida en la miseria y la suciedad; la componían nueve personas que se apiñaban en una sola habitación, y que nunca disponían de comida suficiente para todos; vestían harapos y su existencia transcurría en medio de una profunda e implacable indigencia. Un día, el hombre de la casa acudió a consultar al sabio, y le dijo: “Maestro, somos tan pobres que apenas sobrevivimos. En la casa el ruido es terrible, la suciedad es repugnante, y la falta de intimidad, espantosa. Para colmo, estamos comenzando a odiarnos. Es una situación horrible. ¿Qué debemos hacer?”. El sabio respondió: “Debes conseguir una cabra y llevarla a vivir a tu casa, junto a toda tu familia, durante un mes. Si lo haces, todos tus problemas se resolverán”. El hombre no pudo ocultar su perplejidad. “¿Una cabra?, ¿vivir con una cabra?”. Pero el sabio insistió, y como tenía fama de ser en realidad muy sabio, el hombre le hizo caso. Durante el mes siguiente, la vida horrible de aquella familia se tornó decididamente intolerable. Había más ruido, la casa estaba más sucia que nunca, la intimidad brillaba por su ausencia, no tenían de qué alimentarse porque la cabra se comía todo, y ni siquiera tenían ropa, porque el animal también se la había comido. El odio y la animadversión entre los miembros de la familia se volvieron extremos. El hombre regresó furioso a la casa del sabio cuatro semanas después. “Hemos vivido un mes con una cabra metida en nuestra choza –le dijo-. Ha sido espantoso. ¿Cómo ha podido darme un consejo tan absurdo?”. El sabio asintió con la cabeza con gesto sagaz, y dijo: “Ahora deshazte de la cabra, y verás que apacible y sublime es vuestra vida”.

Lo mismo sucede con la depresión. Cuando uno puede vencerla siente una maravillosa sensación de paz a la hora de enfrentar los problemas cotidianos, que en comparación le parecen banales. En una ocasión llamé a una de las personas cuyos testimonios forman parte de este libro y empecé la conversación preguntándole cómo se encontraba. “Bien –me dijo-, me duele la espalda, tengo un esguince en el tobillo, los niños están furiosos conmigo, llueve a cántaros, mi gato murió y estoy al borde de la quiebra. Por otro lado, en este momento no manifiesto síntomas psicológicos, así que diría que, dadas las circunstancias, las cosas marchan fabulosamente bien”. Mi tercera crisis (depresiva) fue como tener la cabra viviendo en casa, pues apareció en un momento en que me sentía insatisfecho por una serie de problemas que yo sabía, desde una perspectiva racional, que a largo plazo tendrían solución. Cuando la superé tuve ganas de organizar una fiesta para celebrar la alegría que me procuraba mi complicada vida; y me sentí dispuesto de forma asombrosa, de hecho curiosamente feliz, de volver a (escribir) este libro, cuya escritura había abandonado durante dos meses.

Andrew Solomon
El demonio de la depresión
Un atlas de la enfermedad

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