sábado, 1 de enero de 2022

Bienvenido 2022









Cumplí con el ritual del fuego nuevo. A la media noche, me reuní con los miembros de la tribu. Casi sin excepción, agradecieron todos al Señor por no haberse llevado, el pasado año, a ninguno de los nuestros. No sé si no puse suficiente atención, pero no escuché a nadie pedir perdón. Quizás sea que, aparte de mí, el año que concluyó, nadie se haya equivocado, nadie haya herido a nadie, nadie haya ocultado un rencor, un mal sentimiento, un odio encubierto, disfrazado. Tal vez amaron a alguien lo suficiente para anular sus faltas. Así es que tampoco yo pedí perdón, aunque por diferentes razones. Me reconozco imperfecto, falible, opaca, rayada faceta de Dios y miro displicente, aunque sin envidia, el brillo de las otras. Mis culpas, mis errores, mis aciertos, son solo míos, porque, como los demás, soy libre, responsable de mis acciones y omisiones, necesaria consecuencia de mi albedrío. A diferencia de Sófocles, creo en la libertad (limitada) y también en el determinismo (igualmente limitado). Si todo estuviera rigurosamente predeterminado ¿por qué habrían de ser cientos de miles los espermatozoides corriendo enloquecidos, compitiendo por alcanzar un único óvulo? Si el azar no existiera, bastaría con eyectar sólo uno que, indefectiblemente, alcanzaría siempre su meta, es decir, su destino inescapable, como Edipo. Todos los que encarnamos alguna vez fuimos sólo una opción entre millones. Así es que sí, soy, somos limitadamente libres. Yo, al menos yo, no reconozco absolutos. Hoy que desperté no me sentí distinto de ayer. Sé que el deterioro es lento, lentísimo, pero seguro; no lo percibo porque a diario me observo en el espejo, para peinarme luego del obligado baño. Miro la gran guaya del patio, su grueso y alto tronco, su fronda extendida que nos obsequia con fresco y sombra en los días de calor, y no supe en qué momento creció tanto. Como ella, tampoco yo di frutos. Sé que moriré, o me matarán, algún día. Será que, como todos, no percibo a la deidad desde el mismo ángulo. La única diferencia, con el resto de la tribu, es que soy consciente de ello. Él no es nunca el mismo para todos, del mismo modo que nosotros nunca somos lo mismo para todos. Niño, adolescente, joven o ya maduro no me faltaron motivos para la queja, pero tampoco para el júbilo. Supongo que sentirme igual que ayer está bien. No hay dolores en mi cuerpo, no hay crispaciones en mi mente, sólo la certeza de saber que no soy, no fui y, tal vez nunca, seré el primero, el único, el amado de nadie. Pero a esto estoy acostumbrado. Y aunque es algo intrínsecamente triste, lo digo sin tristeza, sin resabios de amargura. Estoy demasiado viejo para albergar tal especie de (re)sentimientos. Soy sólo uno de los tantos errores o experimentos de Natura. En todo caso, como todos, una limitación. Así es que sí. Está bien que el día de hoy sea igual, es decir, imperceptiblemente distinto de todos los que lo precedieron. No sé, nunca lo sé, si habrá un mañana para mí, pero seguro estoy que lo habrá para otros o los otros, y eso está bien. Así es que seas lo que seas para quien seas, traigas lo que traigas, bienvenido 2022.

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