Cuando se alcanza cierta edad, los 60 por ejemplo, y lo
hemos vivido casi todo, cuando percibimos un paisaje, una canción, un tacto, un
sabor, un olor, la sensación actual es, casi siempre, interrumpida por algún
recuerdo asociado a una percepción similar de algo ya experimentado
anteriormente, todo se vuelve una especie de deja vu, consciente o
inconscientemente. Pero rara vez nos percatamos de ello. Sea de signo positivo
o negativo, ese recuerdo, ese momento vivido sustituye y anula el “aquí y
ahora”. El presente se obstruye, se distorsiona, se vicia con la memoria del
pasado que se vuelve contra nosotros, ausentándonos, lamentablemente, del
momento actual. ¿Por qué ocurre esto? No lo sabemos a ciencia cierta, pero
pudiera ser que, o bien idealizamos y falseamos el pasado o la vejez
imposibilita fisiológicamente al cerebro para crear y almacenar memorias
nuevas. Estamos, quizás, tan limitados por nuestros sentidos que en él no caben
ya las sensaciones y experiencias nuevas. Hemos dejado de vivir y, en su lugar,
recordamos. Lamentable, pero la vejez suele ser muchas veces tan sólo una
proyección imprecisa, borrosa del pasado, usurpando la siempre novedosa
realidad cambiante del presente, que cuenta con la ventaja de la nitidez del
espectáculo en vivo. O, al menos, en estos tiempos de pandemia, con la calidad
de reproducción de una pantalla Onyx Cinema LED, en formato de resolución Full
4K. Y no es que el pasado no deba convivir con el presente; puede hacerlo, a
condición de que haya en lo emocional, lo psíquico, lo tecnológico, una mejora.
jueves, 27 de enero de 2022
El pasado (casi) siempre presente
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