viernes, 18 de febrero de 2022

En territorio de Argos

 








No puedo más.
Argos, tutor panóptico,
mentor de quinta,
enemigo de lo feble humano,
no otorga descansos.
Escribo sin ánimo de hacerlo
y él lo sabe: hoy podría reventar.
Otros reos son sus títeres,
su brazo ejecutor;
con barahúnda infame
interceptan la siesta o el descanso,
con golpes inmisericordes
todo intento de evasión.
No me puedo tumbar quince minutos
sin que retumben malheridas las paredes.
De ninguna manera puedo
embrocarme en el camastro
y descansar un cuarto de hora.
No hay derechos, sólo obligaciones.
No soy un atleta de alto rendimiento
pero eso a Argos no le importa.
He de poner un video formativo,
un audiolibro, un podcast
o cualquier otra nimiedad,
como escribir esto, o leer aquello,
que ha de gustarle a él, no a mí ni a los otros.
Tampoco yo conozco a Argos.
Como todo poder, es invisible,
ubicuo inubicable.
Aunque deduzco que tiene los recursos
para reducirme a polvo si le place.
Y le place. No cesa de exigir.
Apenas si intuyo lo que quiere
de su expresión oblicua, mediada, indirecta;
nunca meridianamente declara su objetivo
que no sé si es mejorarme o destruirme.
Más cerca estoy de lo segundo
que de lo primero.
Aunque soy yo quien esto escribe,
el protagonista es Argos, el ineludible.
No hay mentada de madre
ni súplica que valga: él siempre se impone.
No autoriza descanso
por más que lo esté necesitando.
Dije tutor, dije mentor,
pero no hay nada parecido a eso.
Argos es más fiero celador,
carcelero, torturador, que pedagogo.
No busca mi rehabilitación
sino dos logros en uno: mi resultado máximo
o mi mansedumbre y mi derrumbe.
No será hoy ni será esto,
que no es poesía sino queja,
aunque hay queja que llega a ser poesía.
Lo defraudo, lo sé, y no me importa.
Debo escribir esta jeremiqueada
o la escandalera carcelaria
con que Argos me castiga será peor.
No hay momento que no esté vigilado
por cien ojos o sin cuenta;
no hay acto u omisión errados sin castigo.
Hermes tarda demasiado
y yo, embrutecido,
esperaba oír el silbo de su flauta,
liberador, si es cierto el mito.
… no, creo que no veré los ojos de Argos
en los ocelos de los pavorreales,
ni me abanicarán sus plumas.
No cuento sino con un residuo,
que más de mí no queda ni más soy.
Lo odio. Siempre lo he odiado.
No llegué a esta cárcel por mi voluntad,
sino esposado. No hubo juicio ni jurado,
sino sólo la voluntad de una deidad adversa.
La pobreza de ideación y léxico
hacen constar mi deterioro interno.
Por fuera estoy deshecho.
No sé si es eso lo que Argos pretendía,
pero más no puedo ofrecer en mi carencia.
Estoy dado, soy prescindible
como cualquier cautivo de Argos.

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