domingo, 20 de febrero de 2022

Unas palabras sobre Argos…


El asedio es real. Me consta. Llevo años escondiéndome de ellos y documentándolo. Son hombres y mujeres como todos, niños como todos, cercanos incluso, tan cercanos como unos vecinos, por ejemplo, como los compañeros del trabajo, tan cercanos como la familia. Décadas padeciendo su violencia. Una vida preguntándome el porqué. Y el por qué yo. Qué crimen espantoso había cometido, en esta u otra vida, para convertirme en el objetivo de su sevicia. Enloquecí unos pocos años. Mi conciencia y mi yo se ausentaron y no supe quién fui ni qué hice. La reclusión en el psiquiátrico, contra toda expectativa, me liberó, temporalmente, de las agresiones. En unos pocos meses, la medicación y la terapia, el internamiento y el conocimiento de casos peores que el mío, y el tiempo necesario para reflexionar en ello, para pensar en ello, me devolvieron la paz y la calma para pensarlo en frío. Hice el recuento de los hechos, anotados en mis libretas, las fechas y las circunstancias particulares de cada uno de ellos, los analicé uno por uno y comprobé, fehacientemente, que la sumatoria de todos ellos era inferior a la totalidad de lo monstruoso que me perseguía. Para hacerlo manejable, asequible, inteligible -cosa que parecía imposible-, le di un nombre humano, el de un personaje mítico: Argos. Él representaba toda esa agresión y esa violencia que, con distintos rostros y artefactos, perros, niños, adultos, máquinas, accidentes, me persiguió toda la vida. Sabe que lo he descubierto, porque me habita a mí como nos habita a todos. Ilusos que somos, creemos en la libertad de nuestros actos, el libre albedrío. Debo decirles que no hay tal. Por lo menos, no para todos, ni absoluta. Es una cuestión de grados. Pueden creerlo o no, pero ustedes no son quienes deciden. Es Argos. Ustedes lo llamarán con otros nombres, incluso hay quienes lo divinizan y lo entronizan en sus vidas con imágenes, incienso, veladoras, flores, ritos. Todo es inútil. Estamos lejos de saber lo que es realmente. De algo estoy seguro: no es un quién, es la otredad más radical imaginable, es un algo no humano que maneja a los más dóciles a su voluntad desde una realidad alterna, quizás otra dimensión, otro universo. Saberlo me devolvió la cordura y, saber que él sabe que lo sé, la entereza. Los años internado en el psiquiátrico fueron provechosos: gracias a la reflexión ahí y entonces realizada, me permite tolerar lo intolerable: la omisión, la agresión, la violencia, porque sé que no son ellos. Es Argos encarnando en ellos, tomando el control de sus mentes y sus cuerpos, dictando sus acciones. Huyo mejor, me escondo mejor, me defiendo mejor. Practiqué durante años con un interno que gustaba del ajedrez. Me enseñó a jugar porque nadie antes, en mi aislamiento, me había enseñado. De todos los medicamentos recetados -la risperidona se va por el retrete-, sólo tomo el clonazepam para dormir. No siempre es fácil conseguirlo. Más difícil me resulta hacerme entender por mis congéneres. Es por eso que vivo y que lo enfrento solo. Aunque la nicotina es una ayuda: claridad en el pensar, agilidad mental, incluso ecuanimidad, cuando no alegría. También, de vez en cuando, me permito dos o tres caballitos de tequila. Me siento liberado. Haber entendido que nunca entenderé plenamente la naturaleza ni el propósito de Argos para conmigo -o para con los otros- me tranquiliza. Saber que sabe que lo sé nos coloca en un cierto terreno de igualdad. No es que se haya ido, no, es que ahora soy yo el que sabe que siempre está ahí, del otro lado del tablero. El mueve sus piezas, yo las mías. No sé quien ganará, pero no importa. Lo importante es jugar sin trabas, sin vacilaciones y, sobre todo, sin miedo. Y desde que entendí lo que entendí, ya lo he perdido. Hasta cierto punto, he recuperado mi vida. Con otro nombre, por supuesto, en otra ciudad, otro país. Argos puede mucho pero no lo puede todo. Me consta. Sé de sus limitaciones y él de las mías. Pero cuando yo, y ustedes también, hacemos conciencia, podemos lo suficiente para hacerle frente. Aunque él sólo se deje ver en sus fantasmas. Fantasma también él, posiblemente.

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