Foto: Alchemist-hp (talk) (www.pse-mendelejew.de) |
Sabía yo -y lo recuerdo- que lo primero que olvida un enfermo de Alzheimer es el camino de regreso a casa. Cuando me pasó, comencé a reflexionar sobre ello. Naturalmente, le atribuí intencionalidad al hecho. Se olvida el regreso a casa porque es sólo casa, no hogar. No hay ya alicientes para permanecer en ella. El olvido, como el recuerdo, es selectivo. Olvidamos voluntariosa y deliberadamente, aunque de forma inconsciente, me parece. La pareja, a la que ya no queremos, los hijos que ya se fueron, entre ellos al que o a la que más quisimos, ya no están. Sólo quedan aquellos que no nos importan. Así es que no hay motivo para regresar. Por eso es que olvidamos el camino de regreso: no amamos a los que quedan en casa, si es que alguien queda. O si es que hay casa.
Cuando me pasó, y eso refuerza mi tesis, llevaba yo en mi cartera mis tarjetas bancarias, mi documentación básica, como mi credencial de identificación y del Seguro Social. No malinterpreto. Todas estas reflexiones las hago a posteriori, no antes de olvidar el camino de regreso. No sé qué tanto tenga que ver el inconsciente con esto. No sé si escapaba de un maltrato, una omisión, un abandono, o era yo quien omitía, abandonaba y maltrataba. No importa. El hecho es que no me interesa regresar. Las tarjetas facilitan mi vida, aunque esto será hasta que las pierda, las olvide o me las roben.
Ni siquiera sé si estoy en mi
ciudad. Creo que no. He tomado muchos autobuses, y he hecho viajes demasiado
largos como para suponer que estoy cerca. Probablemente nunca he estado más
lejos. Mi corazón no extraña a nadie, porque no recuerda a nadie. ¿Y si no
había nadie? La pregunta es literal, no figurada. Si, como supongo, hay
voluntad inconsciente en este olvido, no estaba cómodo con quien o quienes
estaban o no estaban. Tal vez por eso no me preocupé cuando me di cuenta que no
sabía ya cómo volver.
Económicamente solvente, de
momento, no me preocupé en buscar ayuda. Aquí, además, la Policía no es
confiable. Si conozco mi nombre es porque lo tienen las tarjetas, y la del
Seguro Social también tiene mi cara. El espejo de mi cuarto de hotel, barato,
me lo confirma. Soy yo. Tengo un nombre y los recursos suficientes para vivir
por mi cuenta. No siento pena por los indigentes. No sé si he sido siempre así.
En fin, que mis circunstancias son diferentes de las suyas. Quizás, aunque
deterioradas, sus memorias estén habitadas por caras y nombres. Afecto o
desafecto. Amores o rencores. No es mi caso. Todo está borrado o quizás nunca
existió. Como un recién nacido de 60 años, aunque yo no necesite el pecho de
una madre para sobrevivir.
Camino, simplemente. Avanzo hacia
cualquier parte. Cómo, bebo, defeco y meo. Me aseo y me cambio de ropa. Nadie
me ha abordado ni se ha interesado en mí y yo tampoco he abordado a nadie. Quizás
si fuera joven y hermoso sería distinto. Quizás fui siempre un asocial. No me
interesan sus minucias y, de momento, no tengo ningún problema que requiera
ayuda. Soy autosuficiente y eso es bueno. A veces una piel fresca, un rostro
simétrico, un cuerpo armónico, me despiertan un vislumbre de deseo. Pero es
sólo eso: un vislumbre que ni siquiera se concreta en una erección plena. La
edad, supongo.
Así como no me importa dónde
estoy, tampoco me preocupa el día ni el año. Tengo la vaga idea de que el
tiempo transcurrido es considerable, pero es sumamente difícil precisarlo con
exactitud. Si hay quien o quienes me buscan no han tenido ningún éxito. Si me
encuentran, serán extraños para mí. No viene a mi memoria ningún lazo
emocional, sentimental, afectivo. Tampoco es que lo necesite. Por eso es que no
he buscado compañía. Quizás algo ande mal conmigo, aparte del Alzheimer.
Estoy reducido a mis funciones
básicas, pero no me gusta la palabra “reducido”, porque yo me siento pleno,
autónomo, libre. Es sorprendente que recuerde el NIP de mis tarjetas, pero no
mi rostro, que sólo reconozco comparando la foto de la credencial del Seguro
con la imagen del espejo. Soy yo, indudablemente. Luego entonces, este debe ser
mi nombre. También hay una dirección pero no siento, de momento, el impulso de
volver. Quizás haya una casa grande, un coche. Todo a mi nombre. Creo que
cuando se me termine el dinero, si es que aún vivo, volveré sólo a vender lo
que, supongo, es mío. Después volveré a esta vida nómada, sin responsabilidades
y sin compromisos, más que conmigo. Estoy conforme con lo que soy ahora. Un
perfecto desconocido hasta para mí mismo. Me resulta tan cómodo. Quizás es lo
más conveniente. Nunca se sabe, en este estado, qué vida se ha llevado.
Considero mi Alzheimer una
liberación, una gracia, un don que no he pedido, pero que disfruto plenamente. Tengo
entendido que las memorias que más perduran son aquellas asociadas a estados
emocionales exaltados, sean éstos de signo positivo o negativo. Como si nunca
antes, y menos ahora, hubiera sentido una emoción con o por alguien o algo. Personas
y cosas me resultan indiferentes. De mí mismo me siento indiferente, aunque
cumplo los rituales necesarios para sobrevivir: alimentarme, asearme, procurarme
un techo.
Se que los enfermos de Alzheimer,
en su mayoría, tienen momentos de lucidez en que reconocen a sus cuidadores,
preguntan por sus seres queridos, ríen, lloran, desean. No es mi caso. Ni
siquiera en el hecho de recuperar la lucidez, por la sencilla razón que nunca
la he perdido. No sé quién fui en el pasado, que profesión tuve, familia, hijos,
nietos. Demasiado viejo, quizás no tenga ya padres. Pero no. No hay ninguna
añoranza. Ninguna nostalgia. Ninguna melancolía. Dije antes que sentía mi Alzheimer
como una liberación, pero el hecho es que no recuerdo haberme sentido nunca esclavo.
No hay disfrute en esta libertad ni tampoco tristeza.
Sólo el sosegado transcurrir del
tiempo, esperando el final, mi final, que no sé cómo será, pero que no me
inquieta. Tampoco hay miedo. En realidad soy como una máquina orgánica. Mis
dientes y mis huesos son de calcio, mi piel y mi desgastada musculatura y
órganos internos están sustentados en carbono. Los elementos que conforman mi
cuerpo están listados en la Tabla de los Elementos de Mendeléiev. Pero algo
pasa con mi cerebro. No hay oxitocina que me induzca al amor ni a su búsqueda,
ni dopamina que induzca felicidad o risa; las desgracias ajenas que veo en la
calle o en los noticiarios de televisión o leo en los periódicos no me generan
compasión o repulsa. No tengo necesidad de nadie y, al parecer, nadie de mí.
Quizás es sólo que soy viejo y ya lo he experimentado todo. Sin embargo,
tampoco siento cansancio o hastío de la vida.
Me siento, me percibo a veces
como un andr…
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Tercer informe sobre el SPR-PP-XXX
El experimento del SPR-PP-003
finaliza aquí. Los pensamientos del biorrobot estaban a punto de llevarlo al
descubrimiento súbito de su auténtica naturaleza experimental. No es que
temiéramos un desenlace fatal, pues el SPR-PP-003 no atentó nunca contra nadie
ni contra sí mismo. Según nosotros, estaba perfectamente programado para
cumplir con la Primera Ley de de Asimov: "Un robot no puede hacer daño a
un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daño". Que
no hizo daño a nadie es cierto, pero tampoco demostró empatía por los humanos
ni hizo nada por ayudarlos, aun cuando no le faltaron oportunidades para ello.
No consideramos el experimento
como un fracaso definitivo sino como un paso necesario en el proceso de crear
al robot perfecto, aquel que cumpla con su función de proteger a terceras
personas de sufrir un daño, sea por enfermedad, accidente o la delincuencia común
u organizada. Aún no llegamos a ese punto. No resulta evidente ni deducible que
del fallo del SPR-PP-003, tal como pasó con sus antecedentes previos, el SPR-PP-001
y SPR-PP-002, que el proyecto deba cancelarse.
El equipo trabaja ya en la cuarta
versión del SPR-PP-XXX, que intentará, en su memoria injertada, programar el
despertar de sentimientos de empatía y protección hacia aquellos que considere
sus semejantes, aunque él desconozca que no lo son. Sabemos que la comunidad
científica, sobre todo desde las neurociencias, aduce que con la cancelación de
las emociones y sentimientos, al menos en los humanos, la racionalidad se
interrumpe. Sin embargo, el pensamiento lógico del SPR-PP-003 en ningún momento
se interrumpió. Es por ello que no lo consideramos del todo un fracaso. A su
lógica, repetimos, hay que añadir empatía y capacidad de sacrificio por los
seres humanos, punto al que todavía no llegamos. Ni podemos calcular del todo
los riesgos que ello implique. Ni siquiera estamos ciertos de lograrlo.
Luego que se realice por parte
del equipo científico un análisis más concienzudo y puntual de aquello que
falló con el SPR-PP-003 y sus predecesores, se emitirá el informe definitivo a
esa Superioridad y las probables mejoras que ya se contemplan para el SPR-PP-004.
Atentamente
Juan Carlos Carbo-Deuterio
Doctor en Inteligencia Artificial
Director Jefe del Proyecto SPR-PP-XXX
CINVESTAV Unidad Monterrey
Subdirección de Ingeniería y Física Biomédicas.
Monterrey, Nuevo León, México
Enero 6, 2022.
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