sábado, 23 de abril de 2022

La huella de tu ira


Quizás esa gripeja, esa tosecilla eran Covid. Ya estabas enojado porque pensabas que podías morir como murieron tantos. Así es que, cuando el cajero automático te dio el ridículo monto de tu haber, iracundo, escupiste con toda la fuerza que te permitían tus pulmones al centro de la pantalla, sensible al touch, del monitor del cajero y te marchaste.

Los cajeros automáticos no mueren de Covid ni alteran tus haberes, por lo menos no siempre. Tienes lo que tienes: tal vez Covid  y casi nada de efectivo disponible. Y si lo tuvieras, no hay cura para el mal de tantos. Por horas nadie pudo utilizarlo hasta que llegó el policía con gel y franela a limpiarlo. Yo tengo la duda: ¿Moriste o no moriste? Sea como sea, déjame decirte que nadie se atrevió a tocar esa pantalla con tu rabia bien sembrada en su centro.

O sea que no, en ese caso no, no mataste a nadie, a nadie arrastraste. Ignoro si algo más hiciste para repartir tu muerte como si fuera un pan. Yo fui de los que no tocaron. Pero vi tu odio, tu ira empotrada en la pantalla, estrella salival, escurridiza, con tendencia a sequedades. Si alguien tenía que pagar por tu desgracia, espero que hayas sido tú, iracundo avieso, anónimo.

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