Debido a que soy mayor que mis otros tres medio hermanos, la carencia económica y la exigencia familiar fue tajante: tienes que trabajar. Fue así que interrumpí mis estudios y conseguí empleo como despachador en una gasolinera. No tenía -ni tengo- las credenciales para aspirar a algo mejor y más remunerado. Ni gano lo suficiente para independizarme. Quizás, como esos presos que regresan una y otra vez a la cárcel, estoy “institucionalizado”. No recuerdo que alguna vez haya sido diferente: la violenta aversión de mi madrastra y mi padre secundándola.
No contaré -al menos no por hoy-,
el historial de golpes, insultos, omisiones y postergaciones deliberadas de que
fui y soy víctima. Para ilustrarlo, lo haré con una sola anécdota. Hoy voy a
hablar de patitas de puerco en escabeche, mi platillo casero favorito. El sabor
del cuerito envinagrado, los chiles xalapeños en rajas -¡bendito sea quien le
agregó las rodajas de zanahoria!-, el caldillo grasosito en que sobrenadan las
patitas del puerco ¡Dios, cómo explicarlo! Quizás haya que vivir mucho tiempo
en la carencia para entender mi gusto exacerbado por este platillo.
Ya que estaba trabajando, e
ingresando dinero al chivo familiar, para la despensa pues, con mi primera
quincena, añadí 500 pesos más a mi contribución y le hice un pedido especial a
mi madrastra: para celebrar que tenía trabajo y dinero, quería comer, al
siguiente día, patitas de puerco en escabeche. ¿Cómo habrá sido su mirada? No
la recuerdo con precisión, pero fue distinta. Iluminada, pero, lo sabría
después, no para bien.
Efectivamente, al día siguiente
me sirvieron un rebosante plato de patitas de puerco en escabeche. ¿Porque me
las gané, porque las pagué?, no lo sé, pero me supieron a gloria. A los 14 años, por mal que nos haya tratado la vida, no tenemos la malicia ni la maldad
de los adultos. Hoy comprendo, tardíamente, que cometí un error al confesar a
mi madrastra, sin darme cuenta, mi gusto por las patitas de puerco en
escabeche. Hace cuatro años de este día que les cuento. No las ha vuelto a
cocinar. Y yo, por soberbia, por orgullo, por el respeto que me debo a mí mismo
y aquí me niegan, rehúso pagar otros 500 pesos para volver a probarlas.
El que me sigue de mis hermanos
se ha integrado recién a la fuerza laboral y colabora ya con el chivo familiar.
También él ha hecho el pedido de una comida especial a su madre: puerco a la Coca-Cola.
Me quedé frío: ella lo ha mirado luminosamente, como me miró a mí cuando pedí
mis patitas de puerco en escabeche. En el hecho de que se trate de su hijo y no
de su hijastro, confío que la luz que despidieron esos ojos signifique algo
distinto de lo que significó para mí. Que si no ¡ya me chingué de nuevo!
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