No corregir este texto es sólo un
síntoma. Los otros son los otros. Tres, cuatro, cinco días sin bañarme; los
mismos que no me rasuro ni me cepillo los dientes. Hacer sin hambre las
comidas. La primera del día a las cuatro de la tarde, o, mejor, a las cinco o a
las seis. Cena ligera a eso de las once y nada más. Tomar pastillas para el
sueño o no llega el bien dormir. Haber perdido, porque intentaron
evangelizarme, a los dos únicos que creía mis amigos pero que no lo eran. Sólo
buscaban reclutarme para que sancionara sus debrayes religiosos. Vestirme de
riguroso blanco y negro cuando obligado, y sólo obligado, salgo a la calle.
Empezar los libros y no terminarlos. Escuchar una y otra vez las composiciones musicales,
sin la crispante voz humana, de Chopin. Postergar, porque me falta fuerza,
vigor, ánimo, la visita con un loquero que me dirá, en una palabra, lo que ya
sé que tengo: depresión mayor. Nada nuevo. Sólo el acumulado experiencial que
va desde mi infancia hasta mi jubilación. Vivir cada día me ha costado una pequeña
muerte y veo, en esta, una esperanza, una cura, la respuesta definitiva a mi queja eterna con la vida. Fluoexetina quizás me recomiende, esto es, una ataraxia
inducida. Que ya nada me importe, como no me importa, pero de otro modo. Una
prótesis para mi psique. Algo leo sobre ella. En ciertos casos, niños, jóvenes
y adultos desarrollan o acendran sus tendencias suicidas. Quizá ese sea el
empujón que necesito. Sólo eso me impulsa. Me levanto de la cama, apago la
música, me baño, me rasuro, me visto, salgo, abordo el taxi que me llevará al
consultorio del psiquiatra que, confiado, extenderá la receta para el
medicamento que me dará el valor. Y él nada sabe. Sólo que será una única
visita. Lo sabrá después, quizás, si oye las noticias o lee la nota roja de los
diarios. No sabrá cómo sentirse culpable si fue sólo una sesión, una consulta. ¿Cómo
podría saber que yo sabía lo que él sabe? No que excedería la dosis, no, ni que
visitaría a otro psiquiatra para surtir las dos recetas. No, no eso, eso no lo
sabría. Yo hablo de los efectos secundarios. Que no sé por qué, en este caso,
los llaman así, siendo tan principales.
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