domingo, 3 de julio de 2022

Tratado de ateología


Michel Onfray

 

II. AL SERVICIO DE LA PULSIÓN DE MUERTE

1. LAS INDIGNACIONES SELECTIVAS

La posibilidad de seleccionar citas a discreción en los tres libros del monoteísmo hubiese podido dar buenos resultados: bastaba con transformar la prohibición deuteronómica de matar en un absoluto universal sin tolerar ninguna excepción, con poner de relieve la teoría evangélica del amor al prójimo, prohibiendo todo lo que contradijera aquel imperativo categórico y con apoyarse por entero en el sura coránico según el cual asesinar a un hombre es equivalente a eliminar a la humanidad entera, para que de pronto las religiones del Libro se volvieran recomendables, benévolas y deseables.

Si los rabinos prohibiesen que se pueda ser judío y asesinar, colonizar y desterrar a pueblos enteros en el nombre de la religión; si los curas condenaran a quien quitase la vida a su prójimo; si el Papa, el primer cristiano, tomase siempre partido por las víctimas, los débiles, los indigentes, los desempleados, los excluidos, los descendientes de la pequeña comunidad de fieles  de Cristo; si los califas, los imanes, los ayatolás, los muías y  otros dignatarios musulmanes cubrieran de oprobio a los fanáticos de las armas y a los asesinos de judíos, cristianos e infieles; si todos los representantes del Dios único en la Tierra optasen por la paz, el amor y la tolerancia: en primer lugar, lo hubiésemos visto y sabido enseguida, y entonces hubiésemos podido sostener a las religiones en sus premisas, luego contentarnos con condenar el uso que hicieran de ella los malos y los malvados. En lugar de eso, las practican a la inversa, eligen lo peor, y salvo rarísimas excepciones puntuales, singulares y personales, favorecen siempre en la historia a los jefes militares, los soldados brutales, los ejércitos, los guerreros, los violadores, los saqueadores, los criminales de guerra, los torturadores, los genocidas y los dictadores -excepto los comunistas...-, lo más vil y despreciable de la humanidad.

Pues el monoteísmo se inclina por la pulsión de muerte, ama la muerte, quiere la muerte, goza de la muerte y está fascinado con ella. La da, la distribuye masivamente, amenaza con ella y pasa al acto: desde la espada sanguinaria de los judíos que exterminaban a los cananeos hasta la utilización de aviones de línea como proyectiles voladores en Nueva York, pasando por el lanzamiento de las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki, todo se hace en nombre de Dios, con su bendición, pero sobre todo con la bendición de los que lo invocan.

Hoy en día, el gran rabinato de Jerusalén fustiga al terrorista palestino cargado de explosivos en las calles de Jaffa, pero guarda silencio sobre el asesinato de los habitantes de un barrio de Cisjordania destruido por los misiles de Tsahal. El Papa desaprueba la píldora como responsable del mayor genocidio de todos los tiempos, pero defiende abiertamente la masacre de cientos de miles de tutsis por los hutus católicos de Ruanda; los más altos tribunales del islam mundial denuncian los crímenes del colonialismo, la humillación y la explotación a la que los ha sometido y somete el mundo occidental, pero se alegran de la jihad mundial llevada a cabo bajo los auspicios de Al-Qaeda. Fascinados por la muerte de goys, impíos e infieles, los tres, por otra parte, consideran al ateo como el único enemigo en común.

Las indignaciones monoteístas son selectivas: el espíritu corporativo funciona de lleno. Los judíos tienen su Alianza, los cristianos, su Iglesia, y los musulmanes, su Umma. Los tres tiempos escapan a la Ley y disfrutan de una extraterritorialidad ontológica y metafísica. Todo se defiende y justifica entre los miembros de la misma comunidad. Un judío, Ariel Sharon, puede (mandar) exterminar a un palestino -el poco defendible jeque Yassin...-, y no  ofende a Yahvé, porque el asesinato se lleva a cabo en su nombre; un cristiano. Pío XII, tiene el derecho de justificar a un genocida que asesina judíos -Eichmann pudo salir de Europa gracias al Vaticano—, no disgusta al Señor, porque el genocida venga el deicidio atribuido al pueblo judío; un musulmán -el muía Ornar- puede (mandar) arrestar a mujeres acusadas de adulterio y complace a Alá, puesto que el cadalso se levanta en su Nombre... Detrás de todas esas abominaciones, versículos de la Tora, pasajes de los Evangelios, suras del Corán que legitiman y bendicen....

En cuanto la religión empieza a tener resonancias públicas y políticas, aumenta en forma considerable su poder de causar daño. Cuando nos basamos en un fragmento de uno u otro de los tres libros para explicar lo bien fundado y la legitimidad del crimen perpetrado, la fechoría se vuelve inatacable: ¿podemos ir en contra de la palabra revelada, del dicho de Dios o de la exhortación divina? Pues Dios no habla, excepto con el pueblo judío y con unos cuantos iluminados a los que envía a veces un mensajero, una virgen por ejemplo, pero el clero lo hace hablar con facilidad. Cuando se expresa un miembro de la Iglesia, y cita los pasajes de su libro, oponerse a él es igual que decirle no a Dios en persona. ¿Quién cuenta con suficiente fuerza moral y convicción para rechazar la palabra (de un hombre) de Dios? La teocracia vuelve imposible la democracia. Mejor aún: la sospecha de teocracia impide la existencia misma de la democracia.

 

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