martes, 20 de julio de 2021

Apocalipsis: última función

 











La Tierra era el esplendoroso, alucinante escenario donde representábamos nuestra tragicomedia. Lo dimos todo: sangre, sudor, semen y lágrimas. Aquí, como en todo teatro de prestigio, la vida y la muerte eran fingidas. La realidad, lo cotidiano, la rutina, tenían otros horarios, otros espacios. Estaban fuera del recinto: resurrección, Paraíso, infierno y otras opciones más exóticas, menos conocidas, aunque igual de esperanzadoras, como los universos paralelos, el multiverso, las otras dimensiones. Al menos eso creíamos. Actores al fin, desaforados y soberbios, decidimos llevar el experimento hasta el extremo: para que nada perturbara nuestro arte decidimos eliminar al veleidoso público que, por cierto, rara vez se mostraba satisfecho. Se decían dioses. No nos consta que lo fueran. Pero a algunos alcanzamos a matarlos, otros huyeron. Suponemos que regresaron al lugar desde el que habían venido. Nos quedamos sin espectadores. Es decir, sin ingresos. Nos valió madres. Por un corto tiempo –por cierto, ¿qué es el tiempo?-, fuimos felices e inconscientes. Porque éramos libres de ejercer a nuestro arbitrio. Considerando lo anterior, nos olvidamos del libreto. Improvisamos. Pero lo hicimos tan mal que nada funcionó: capitalismo, comunismo, socialismo, democracia, totalitarismo, libertarismo, social democracia, cooperativismo, fascismo, anarquía, pacifismo, comunas, sectarismos, individualismo exacerbado, etc., etc., etc. Fracasamos en todo. ¿Consecuencia? Hoy arden el campo, los bosques, las selvas, las ciudades. Lo único que crece son el fuego, la estampida hacia ninguna parte, los gritos y el desastre. Estamos hambreados, sedientos, asfixiados. Nada nos anticipó esta hecatombe. Ni Stanislavski. Pero, artísticamente hablando, excedimos con creces sus expectativas: nunca como ahora que las llamas lamen furiosas el inmueble –sentimos su calor-, nuestra desesperada representación fue más verdadera, honesta, auténtica, profesional y técnicamente rigurosa, irreprochable. Porque, lo sabemos, sólo nos queda un desenlace: reunirnos todos en el centro del escenario –conocemos su efectismo- y esperar a que el fuego nos alcance y nos consuma. Esta vez no habrá aplausos ni rechifla. Mustios, prevalecerán el silencio y las cenizas.


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