lunes, 19 de julio de 2021

Dibujo a lápiz

 












No sé qué hacer con la hoja en blanco.
Su función natural es ser llenada,
pero a ella no parece importarle
y, en este momento, a mí tampoco.
Letras, números, dibujos, colores.
Quizás una rara pieza de origami.
Tal vez, doblada y vuelta a doblar
sobre sí misma, múltiples veces,
sirva para nivelar una mesa coja.
Millones de hojas blancas reposan
en los cajones de los escritorios,
pero ellas están predestinadas,
según estén en manos de un notario,
un contador, un estudiante de leyes,
un maestro o maestra, un arquitecto,
un oficinista, un diseñador, un periodista,
un contador, un sicólogo, un dibujante.
Otras tienen un destino menos claro,
menos predeterminado, según estén
en posesión de un loco, un artista,
un poeta, un suicida, un político,
un místico, un agonizante, un malquerido.
Es decir, en las manos crispadas
de los exaltados. Supongo que
estas hojas, perdido su albor,
serían las más interesantes.
No puedo imaginar lo que dirían.
Pero supongo incoherencias,
desesperación, desaliento, llanto,
endecasílabos, métrica, ritmo,
verso libre, verso blanco,
manifiestos, utopías, distopías, ucronías,
pasiones desbordadas, neurosis,
psicopatías, pesadillas, sueños,
garabatos, galimatías, absurdos,
quejas, resignaciones, imprecaciones,
blasfemias, oraciones, oquedades,
sinsentidos, resentimientos, soberbias,
reproches, verdades sin verdad y mentiras verdaderas,
deformadas, retorcidas, incompletas, sin rigor,
sin autoanálisis, ciegas a sí mismas y a la realidad.
Malentendidos, vidas mal expresadas
en actos de autoflagelación
o direccionados con odio hacia los otros.
Hojas ininteligibles, con dibujos y manchas
como las del Test de Rorschach,
a las que sólo la apofenia da sentido.
Cartas de amor y cartas póstumas. Notas suicidas.
¿Y yo?, ¿qué puedo decir de mí en esta hoja?
Que hace un rato llovió y me sentí absolutamente ajeno,
yo, que desde niño disfruté esta lluvia tropical, antes tan tibia,
tan abundante, tan estridente en el techo de lámina de zinc,
para bañarme, para hacer bolas de lodo
y lanzarlas a mi hermano o recibir las de él.
Pero ya no soy ese niño sentiente ni espontáneo.
Ahora el techo no es de zinc, sino de asbesto.
Fue tan rala esta lluvia, y tan breve, que no da para un haikú.
Cambió la lluvia, cambié yo, cambió la vida.
He tenido tantas direcciones, tantos códigos postales.
Conocí la errancia, el hambre, la mendicidad,
el deseo, la saciedad, la espera del amor, tan intermitente siempre,
el ostracismo, la culpa, la terapia, no sé si la cura,
pero la locura se fue y se domicilió en otros cuerpos.
No tengo tono muscular, ni ánimo para ir al malecón,
caminar, trotar, sentir la luz y el calor del sol, sudar,
eliminar toxinas, ver la ruina en que nos hemos convertido,
la ciudad, el malecón costero y yo.
No sé qué hacer de mí ni de esta página. Quizás somos lo mismo.
No hay aflicción, culpa, crispación, deseos, intensidad.
Ni felicidad, ni tristeza, ni ansiedad.
Estoy en mí y ningún mal me aqueja.
Me siento más cosa que persona.
No sentir nada y estar vivo.
La paradoja es trágica, pero no sufro por ello.
Neutral ante la guerra despiadada que es la vida.
Parapetado en mí, soy la torre y el vigía.
De mí mismo y de los otros.
No avisto amenazas en la distancia ni promesas de futuro.
Ni vencedor ni vencido. No importan las mareas,
porque también a contracorriente sé nadar.
Después de todo soy piscis, según el zodiaco antiguo.
Fluyo por instinto. Ir o venir vienen dando lo mismo.
A veces, como en estos momentos, me basta con estar.
Simplemente floto.


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