lunes, 31 de enero de 2022

Angustia existencial: un posible origen orgánico


La física española Sonia Fernández-Vega, en entrevista disponible en YouTube, dice, entre otras cosas, que una persona promedio está compuesta -si no recuerdo mal- de unos 7 mil 400 millones de átomos. Van las dos cifras que maneja: 99.9999 o 99.99999 por ciento de cada átomo es vacío. Entre el núcleo de éste y las subpartículas que lo circundan hay distancias abismales a nivel subatómico. Deduzco, por lo que dice la científica ibérica que, si eliminamos el vacío de cada átomo, somos prácticamente inexistentes, meros hologramas. La investigadora lo ilustra con un dato que puede resultar sobrecogedor: eliminado el “vacío atómico”, la “materialidad total” de la humanidad entera -unos 7 mil 300 millones de personas- no superaría el tamaño de un terrón de azúcar.

Por otra parte, en El error de Descartes, el neurocientífico Antonio Damasio nos dice que la conciencia, nuestra propiocepción, es una actualización constante, de ida y vuelta, entre nuestro cerebro y el resto del cuerpo, cubierto de parte a parte, de una red neuronal -nuestro sistema nervioso- que está rindiendo constantemente un “informe” del estado del cuerpo al cerebro que, dependiendo de ese informe continuo, se traduce ya sea en cambios de estados de ánimo, sentimientos, emociones e incluso disfunciones o mejoras orgánicas.

Aunque la información de Fernández-Vega yo la hice consciente a partir de un video, sí he vivido, antes de conocer lo anterior, mis correspondientes, casi diría recurrentes, crisis existenciales, de las que pocos adolescentes y adultos escapamos en algún momento de nuestras vidas. Y es aquí donde aventuro -sin mayor rigor científico ni más información que los datos mencionados- mi hipótesis: ¿cabría la posibilidad que el sistema nervioso se “percatara”, “percibiera” de alguna manera hasta ahora desconocida, ese vacío esencial en nuestro organismo, en nuestra materialidad y rindiera el correspondiente “informe” -que imagino confuso, “preocupado”- al cerebro, y este tradujera ese informe de vacío en “angustia existencial”, a la que, a posteriori, daríamos razones y sinrazones que resultarían no ser más que meras racionalizaciones de dicho informe corporal?

Yo, que ni soy físico ni neurocientífico, sino sólo un lector curioso, aventuro esta hipótesis, que es más bien una pregunta al colectivo de investigadores de la neurociencia, la filosofía y la psicología.

Pero aún la información más descorazonadora puede ser paliada y afrontada desde un razonado positivismo, según la respuesta que se da a sí mismo Anil K. Seth, estudioso e investigador de la conciencia humana y la Inteligencia Artificial -parafraseo-: Sin importar cuál sea la verdadera naturaleza de la realidad -de la que formamos parte-, existe el hecho ineludible de que nosotros nos percibimos como reales. Un apretón de manos, una palmada en la espalda, un abrazo, una caricia o una lesión, un beso, una relación amorosa, con orgasmo o sin él, los vivimos como auténticos. Si esta calidez de nuestros cuerpos, esta afectividad, podemos comunicarlas, entonces vale la pena experimentarlas, vivirlas, compartirlas.

Con esta última actitud vital y vitalista me quedo, así sea por mera conveniencia. Pero la respuesta a la hipótesis sobre el posible origen fisicalista de la angustia existencial, queda encomendada al colectivo científico y académico. Por descontado.

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