domingo, 10 de abril de 2022

Imago

 


Cobré vida cuando murió el otro. Sé cosas que no sé cómo sé. De repente lo vi -me vi- arrastrando una silla frente a mí. El estaba del lado de la vida y del dolor y yo era una simple imagen invertida en un espejo. El movía la boca diciendo algo, reclamando algo -¿a quién?-, pero yo aún era sordo e insensible. Vi rodar lágrimas por sus mejillas, tal cual como rodaban por las mías. Vi cuando encendió el cigarro, lo sostuvo con los dedos medio, índice y pulgar de su mano derecha -la izquierda mía- y aplicar el ardiente capullo al centro de la palma de su mano izquierda -la derecha mía-. Yo actuando siempre a la inversa de él. Cerró los ojos lacrimosos y el aguantó todo el dolor con el rostro contraído. Yo, no se cómo ocurrió, pero los mantuve abiertos durante todo el proceso. Lo inefable había empezado. Yo mimé -excepto su apretar los ojos- cada uno de sus gestos, pero no padecí la quemadura como la padeció él, ni noté el olor a carne humana chamuscada. Durante un par de minutos permanecimos vencidos, sentados, con el torso casi sobre las piernas, encogidos. Lo sorprendente seguía: yo mantenía la cabeza erguida y el resguardaba la suya casi entre las rodillas, contraído por el dolor. Después apoyó la espalda contra el respaldo de la silla y yo lo imité ya conscientemente, deliberadamente, aunque sin mala fe; tampoco entendía del todo lo que estaba pasando. Se llevó la mano hacia atrás, hacía la espalda baja y sacó debajo de su cinturón una pistola. Quién sabe cómo adiviné lo que se venía. Dejé de seguirlo, de mimarlo, de imitarlo. Cuando lo notó, se me quedó mirando sorprendido, no exento de un horror que yo no podría explicar y, por primera vez, se abrieron mis oídos y al fin pude escuchar lo que decía: -¡Estoy loco, Dios mío, estoy loco!-, gritaba. Luego se pegó el balazo en la sien derecha -conocí por primera vez el sonido de un disparo: es atronador y breve- y cayó desangrándose del lado izquierdo, es decir a mi derecha. Yo me erguí y abandoné la sala de esa casa -que como en un deja vu se me hizo conocida- y salí al patio. Alertados por el balazo, la gente salió a las puertas de sus casas y me vieron abordar tan campante el coche y alejarme. Después me enteré -una minucia que no tiene caso referir- que vivía sólo. Así que me seguí alejando. Los periódicos y la radio hablaron de mí como un fantasma o un criminal gemelo desconocido, sólo porque hallaron después -alguien llamó a la Policía- el cuerpo exangüe y derrengado en la sala de la casa, mientras que todos los vecinos juran que me vieron abandonar la casa. Por suerte traía las tarjetas en la cartera. Por suerte -no sé cómo- sé los NIP’s de cada una. No sé qué tan lejos esté del lugar de los hechos. Desconozco si alguna autoridad me está buscando. Hay muchas cosas que no me explicó, pero tengo una teoría. Si los espejos lo reflejan todo al revés, al morir él yo terminé de cobrar vida. La hipótesis es provisoria, pero útil. Poco a poco voy recordando cada vez más de nuestra antigua vida y entiendo algunas cosas, aunque todavía no comprendo su suicidio. Aún sigo conduciendo -noche y día: no me da sueño- por las autopistas hacia el norte del país. Por cierto, también hablo inglés. Quizás lo mejor sea que cruce la frontera y viva el sueño americano.

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