domingo, 8 de mayo de 2022

El zumbido


Estaba yo al pie de la escalera de entrada al periódico cuando lo escuché por primera vez. Era de noche y eso lo volvió más perceptible. Era muy tarde, quizás las 11 de la noche, ya próxima la hora de salida. Un zumbido de enjambre de insectos metálicos nunca antes oído por mí. Al principio pensé que provenía de la cercanía de las rotativas, pero el de éstas era un sonido sordo, amortiguado, encapsulado por las paredes del edificio. Sin embargo esa fue mi primera fallida explicación, porque cuando me terminé el cigarro y volví a la redacción seguía escuchándolo, pero ya las rotativas se habían detenido a la espera del siguiente tiro. Luego entonces el zumbido-chirrido no provenía del área de talleres. Quizás su fuente estaba en otra parte, tal vez en la zona industrial del Puerto y se extendía a lo largo y ancho de toda la ciudad. Aunque persistente, el zumbido-chirrido no interfería en mis relaciones con el resto de mis compañeros de trabajo. Los escuchaba perfectamente y les respondía con idéntica claridad. Pero el zumbido se mantuvo constante hasta la hora de salida e incluso al llegar a mi casa el zumbido seguía sonando en el interior de mi cabeza, como una radiación cósmica de fondo. Al encender la tele, al embeberme en la trama de la película que veía lo olvidé. Cuando apagué el televisor el zumbido volvió a suplantar el silencio debido a la noche. Quizás tenía yo entonces alrededor de 50 años. Había entrado a ese diario a los 42 y ese zumbido no estaba entonces presente. No es que recuerde el día o la fecha, sólo sé que fue al pie de las escaleras de acceso al periódico cuando lo escuche por vez primera. Esa noche, ya en la cama, en el silencio casi absoluto, lo seguía escuchando. Pensé, otra vez, que venía, tal vez, de la zona industrial de la ciudad. Pensé que el zumbido no me dejaría dormir, pero no fue así. Dormí como un bendito. Quizás porque lo pensaba externo a mí. Pero al día siguiente le pregunté a mi madre si lo oía y me contestó que no. A uno de los compañeros del trabajo, y me contestó lo mismo: que no, que no lo oía. Supe entonces que el sonido procedía o estaba instalado en el interior de mi cabeza. Quizás ese zumbido interior no era otra cosa que el chismorreo que entre sí sostenían los millones de neuronas cerebrales que conformaban mi cerebro, sus conexiones cuasi infinitas. Quizás el sonido de la maquinaria de mi propio cerebro era lo que yo escuchaba. El sonido parecía desbordar los límites de mi cráneo. Llegué a pensarme como una simple antena de retransmisión radial o televisiva, cuyo sentido se perdía para la antena, y que simplemente recibía una mensaje encriptado que retransmitía sin entenderlo a otras antenas, hasta llegar a los radio o telerreceptores de las casas. Finalmente tuve que ir con el otorrinolaringólogo para que despejara mis dudas y me librara del zumbido. Ahí me explicó lo que era el tinnitus, y que era común a partir de cierta edad y, entre sus probables causas, estaban los estruendos fuertes, los estallidos, o tan diversos como el consumo de sal, café, tabaco. Pero ni entonces ni ahora estuve dispuesto a abandonar el consumo del cigarro. Simplemente aproveché la visita para hacerme una limpieza de oídos. Escuché todo con mayor claridad a pesar del zumbido que, desde hace ya casi más de 10 años me acompaña. Nunca se interrumpe, se sobrelapa a la música, al televisor, al teléfono, a las voces, pero logras olvidarlo la mayor parte del tiempo por completo. Te acostumbras a él, me había dicho el otorrino y eso fue lo que pasó conmigo. A veces me basta con leer un libro y, ya concentrado en la lectura, imaginando lo que leo consigo olvidarlo. Una buena película, una buena música me hacen olvidarlo. Otras veces no es posible ignorarlo. Por ejemplo, ahora, mientras escribo este texto sobre él no he dejado de escucharlo, pese a que puse de fondo el piano y las melodías de Yiruma. Hay momentos, días, en que no se deja omitir. Como ahora. Tampoco es que sea demasiado molesto, pues no produce ningún dolor. Lo tolero como a la gravedad, que no noto, o a los neutrino que cruzan constantemente mi cuerpo sin causarme ningún daño físico.

Ahora que estoy pensionado, que tengo menos actividades en las cuales distraerme, el zumbido se vuelve, a menudo, constante. No deja de ser una molestia. Molestia a la que te acostumbras. Achaque de viejos. Uno más. Y no el más grave.

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